jueves, 26 de noviembre de 2009

¿En marcha hacia la disolución nacional? (Argentina)


Por Gabriel Boragina

Es difícil -realmente- contabilizar el poder destructivo del matrimonio Kirchner en Argentina comparativamente en relación a los gobiernos anteriores, pero hay que decir que, con todo el daño que le han inferido al país, la situación no es peor que la vivida bajo los gobiernos de Isabel Perón y el de Raúl Alfonsín, por citar solo dos de los casos más recientes de los mas malos gobiernos argentinos. Las diferencias son de estilo y de formas, pero también los contextos socio-históricos-económicos son disimiles. Por ejemplo, el gobierno de Isabel Perón estuvo marcado por la ignorancia, pero había poco de soberbia, el del Alfonsín con solo un grado menor de ignorancia pero ya con algo de soberbia (en parte, la soberbia del que no reconoce su propia ignorancia), en tanto que el gobierno del matrimonio Kirchner conjuga claramente ignorancia y soberbia potenciadas como pocas veces se ha visto en la historia reciente del país.

Estos defectos no son exclusivos del matrimonio Kirchner sino que son un prototipo de una forma de ser, una caracterología de lo que podría llamarse -de alguna manera- como un “modo de ser nacional”. Quienes votaron a la pareja son así y quienes toleran que la pareja siga en el poder también son así. Es decir, no pueden ofrecer nada mejor que eso, lo que incluye, claro está, lo que se da en llamar “la oposición”.

En los medios locales, arrecian las críticas contra el gobierno y -al mismo tiempo- contra la oposición, es decir, ninguno de los que critican se consideran culpables de nada y solo se estiman con derecho a criticar, pero la crítica por la crítica misma es algo muy simple de llevar a cabo, los cambios y las reformas no se agotan en las críticas verbales, sino que hace falta un comportamiento critico integral donde la verba sea acompañada de la acción, es decir, de actos concretos y palpables sostenidos en el tiempo que hagan de la crítica algo sólido y fundamentalmente creíble.

En un medio donde la debacle moral, política y económica parece no dejar de precipitarse cabe preguntarse dónde estará el punto final de este infausto rumbo y las respuestas que suelen darse no dejan ser en extremo insatisfactorias, en parte porque la respuesta no es simple, ya que requeriría de facultades adivinatorias en las que francamente tampoco creo. Los argentinos aparecen tan perdidos y desorientados como siempre, sobre todo por su insistencia en seguir cifrando sus esperanzas redentoras en la clase política: hoy este candidato, mañana aquel otro, siempre esa maniaca esperanza mesiánica, que también forma parte de ese nefasto “ser nacional argentino”.

En suma, sobra crítica y escasea la autocrítica. Y así vamos con esa extravagancia de que “la culpa siempre la tuvo el otro”.

Las respuestas de que el país va a salir airosamente de esta situación en que los Kirchner lo han sumido tampoco sirve de mucho (por no decir de nada) porque sería tanto como caer en una suerte de profecía hegeliano-marxista del tipo “mejorista” que no se diferencia demasiado del campo de las predicciones astrológicas y que tiene tan poco valor para mí como el de estas mismas. Las situaciones nunca son exactamente iguales, por lo tanto los ejemplos del ayer nunca pueden servir de base válida para prever el mañana. Ahora bien, nada de todo esto invalida el ejercicio de aventurar hipótesis, teniendo en claro que las circunstancias pueden estar variando y -de hecho- varían en todo momento, sin embargo, hay constantes en el comportamiento social argentino que permiten aventurar, con una muy baja probabilidad de error, que las características fundamentales de este pueblo no van a modificarse en el corto plazo, y la permanencia -aún en el terreno de la hipótesis- de estas particularidades permitirían hacer algunos pronósticos tentativos de lo que podría llegar a ocurrir en un futuro cercano.

De tal suerte que, resulta altamente factible que estemos asistiendo a un proceso de lenta pero sostenida disolución del país (o lo que más precisamente se entiende por el vocablo “nación”), lo cual -en sí mismo- no es una noticia ni buena ni mala, excepto para quienes albergan profundas convicciones nacionalistas, las que por cierto, no forman parte de mi bagaje cultural personal.

Probablemente se mantenga una estructura formal con la apariencia de una “nación”, lo que implica que no desaparecerán –claro está- “de un plumazo” ni las instituciones ni el “orden” jurídico, sino que ya no cumplirán su misión ni funciones, de hecho, ya es observable que las instituciones no funcionan y el “orden” jurídico tiene de todo menos de orden. Desde un punto de vista positivo, el proceso debería ser visto como una buena oportunidad para conseguir -de una vez por todas- la atomización del poder, aun cuando esta intención esté lejos de lo que desean muchos argentinos, que suelen ser confesos adoradores de un “poder nacional”.

Naturalmente, que la confirmación o no de este pronóstico solamente podrá estar dada por el devenir de los acontecimientos de aquí en mas, pero es importante recalcar que todo parece indicar que la línea de dirección es la indicada y que cada vez se hace más compleja la adopción de soluciones que permitan torcer el rumbo trazado por la dirigencia política argentina. Y quiero insistir en la responsabilidad de toda esa dirigencia (oficialista y opositora) sin excluir a los dirigidos, que mediante su indiferencia o complacencia -como quien mira un espectáculo que solo atañe a otros protagonistas- apañan con su acción o inacción el rumbo trazado.

*Gabriel Boragina es autor –entre otros- de los siguientes libros: La Credulidad, La Democracia, Socialismo y Capitalismo; Apuntes sobre filosofía política y económica; Impuestos (una muy breve introducción al tema); etc.

Publicado por:
La Historia Paralela

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