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lunes, 14 de septiembre de 2015

¿A quién le toca después de Colombia? Por @LBPetrosini


Por  Luis B. Petrosini



Existen momentos en la vida de un país en los que luce imposible que su situación empeore. Es ese período en el cual todo es precario, las calamidades alcanzaron su más alto nivel, las condiciones de vida de los ciudadanos se tornan angustiantes y comienza a inquietarles una auténtica desazón, una suerte de pesadumbre que convierte a muchos en una especie de zombis para quienes ciertas cosas que en algún momento importaban acaban perdiendo su significado.


Es entonces que los más optimistas comienzan a vaticinar que “hemos tocado fondo”, frase que sugiere que se iniciará un rebote de la situación. Pero la historia, siempre tan aleccionadora, ha enseñado que siempre se puede retroceder, o, como acotan algunos seguidores de las llamadas leyes de Murphy, “sonría, que mañana puede ser peor.”

Resultan imposibles de entender ciertas vicisitudes si pretendemos abordarlas por la vía de la razón, esto es, la lógica de las cosas y de la vida. Esto no basta para comprender lo que ocurre en esta Venezuela. Carece de sentido que un país que se derrumba en todos los órdenes no encuentre respuestas sensatas por parte de sus dirigentes para detener esa caída. Por el contrario, más bien pareciera que hacen todo lo posible, que ponen todo su empeño en acelerar el desplome; ciertamente, esto resulta difícil de explicar. Pero hagamos un ejercicio y tratemos de entender esta locura.

Quienes tomaron el poder a fines del siglo pasado han tratado de imponer un modelo que se traduce en el cambio radical del contrato social con el cual, con sus cualidades e imperfecciones, habíamos convivido en los últimos años. Lo que se suponía ganado con tal cambio de rumbo, sería la progresiva disminución de la pobreza en el país y un mejor reparto de los recursos disponibles, así como una mayor eficiencia en la utilización de esos recursos que permitiera incrementar los bienes y servicios con los cuales satisfacer las necesidades de la población. Está a la vista que tales premisas no se han cumplido. Muchos advertimos que eso sólo sería posible siempre que los ingresos petroleros reales por habitante mantuvieran una tendencia creciente o, al menos, estable. En la época de las alzas, los años 2005 a 2009, las cosas funcionaron medianamente. No importaba que la clase media sufriese los efectos negativos de las políticas públicas instrumentadas, al fin y al cabo nunca iban a ser simpatizantes del régimen y si se empobrecían cada día, mejor todavía; recordemos aquella célebre frase: “el socialismo solo se construye desde la pobreza”. Bastaba con que tuviera el gobierno la capacidad de auxiliar a su base de apoyo fundamental, los más desposeídos, para mantener el poder en cualquier elección que se presentase.


Pero todo cambió radicalmente. Inclusive antes del derrumbe de los precios petroleros ya el sistema acusaba profundas grietas que indicaban su precariedad. El más elemental análisis de todas las encuestas realizadas en Venezuela en los últimos tiempos comprueba la brutal caída en el respaldo que la población le otorga a la gestión gubernamental. Ello hace vislumbrar una derrota del oficialismo en el proceso electoral del venidero mes de diciembre que elegirá a los nuevos miembros de la Asamblea Nacional, un revés que supondría un cambio importante en el entorno político del país. En medio de esa situación, se podría pensar que el presidente y las altas autoridades tomarían medidas que alivien la situación, pero resulta que no es así. Por el contrario, la gestión política busca disfrazar los problemas cotidianos tratando de desviar la atención de la opinión pública hacia otros conflictos y situaciones. Es así que de pronto nos vemos envueltos en una supuesta guerra económica en la que cada día se cree menos. Un abominable crimen es utilizado como instrumento para crear la impresión de que el delincuente tiene estrechas vinculaciones con líderes de oposición y que es financiado con divisas provenientes directamente de políticos estadounidenses, quienes le habrían enviado en el pasado dólares en efectivo para crear zozobra en el país; macabra pero ridícula intentona. Más tarde nos peleamos con Guyana, con la excusa de unas operaciones petroleras realizadas por una empresa del imperio, argumento que se viene al suelo al constatarse que el propio inmortal parece haber acordado tal operación con las autoridades guyanesas. Y ahora le toca a Colombia, como si con el cierre de fronteras se fueran a resolver los problemas Y las colas siguen, la escasez aumenta, todo se desploma y la moneda de fuerte pasa a raquítica.

Todo luce como si el gobierno, convencido ya de la inevitabilidad de la derrota, tensara más la cuerda de las provocaciones para generar un caos que proporcione la excusa para aplazar los comicios, apostando a que dentro de algunos meses algún milagro se produzca y la situación mejore, sin percatarse de que lo más probable es que ocurra todo lo contrario, por lo que se le puede recordar a Maduro que es mejor que sonría hoy, que mañana será peor. ¿O será que algo oscuro se cuece en el caldero?

Y mientras este desastre ocurre cada día, las loas gubernamentales me recuerdan la estrofa de una vieja canción de Serrat que coreaba: “Nada tienes que temer, al mal tiempo buena cara, la Constitución te ampara, la justicia te defiende, la policía te guarda, el sindicato te apoya, el sistema te respalda y los pajaritos cantan y las nubes se levantan.” Y ellos lo creen de verdad, ¡pobres!

13-09-15




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