HÉCTOR E. SCHAMIS 11 SEP 2015
La
juez Susana Barreiros ha pasado a la historia: condenó a Leopoldo López a 13
años, 9 meses, 7 días y 12 horas de reclusión en la prisión de Ramo Verde. Para
muchos era previsible, no les sorprende. Pero ello es así solo en las últimas
dos semanas, no antes. Es que nada es hoy como era hace tres semanas.
Entonces,
Maduro estaba solo, casi aislado regionalmente. La sociedad civil
latinoamericana estaba en la calle. En Sao Paulo y Rio, Quito, Guatemala o
Tucumán el grito era el mismo: el hartazgo con la corrupción, la perpetuación
en el poder y el autoritarismo. Con Dilma acorralada, Lula acusado por primera
vez de corrupción, Correa ocupándose de las incesantes protestas y Cristina
Kirchner tratando de imaginar como aferrarse al poder cuando su constitución le
dice que debe abandonarlo, nadie tenía demasiado tiempo para ocuparse de
Maduro. Tal vez Leopoldo tenía chance.
Pero
ya nada es como era entonces. Maduro inventó una crisis, conduciendo la
política exterior con estrategia, mejor que jamás pudo haber conducido su
autobús. Cerró y militarizó la frontera con Colombia y además comenzó a
expulsar colombianos residentes en Venezuela: el riesgo de una guerra, como
Galtieri, y con refugiados, como El Assad. La respuesta de Colombia fue tibia,
por decir lo menos, y su política exterior, inoperante. Una ayuda inesperada,
debe haber pensado Maduro.
Santos
convocó a los países miembros a tratar la crisis en el seno de la OEA, donde
corresponde de acuerdo a estatutos, convenios internacionales y la Carta
Democrática. Se votó si esa crisis debería ser tema de la OEA, como quería
Colombia, o debía radicarse en Unasur, el aparato regional del chavismo. Ganó
Maduro, con los votos previsibles del ALBA más la inestimable abstención de
Panamá, no puede olvidarse, a propósito de la inefectiva política exterior de
Colombia. Y ganó por un voto, precisamente.
Maduro
emergió fortalecido de allí. Se cargó a Colombia y a la región, escribí aquí
mismo tan solo el último domingo, pero con ello también se cargó a Leopoldo
López y la esperanza de los demócratas venezolanos. Maduro recibió un cheque en
blanco en esa votación. Anoche escribió la cifra de su preferencia, 13 años, y
pasó por ventanilla a cobrar.
Nótese
lo que vino ocurriendo desde entonces: Correa ha desmantelado Fundamedios,
organización de la sociedad civil que promueve la libertad de prensa, y avanza
sobre las enmiendas constitucionales en pos de su reelección indefinida.
Morales ha lanzado una nueva ofensiva por su propia perpetuación. Y Lula está
de viaje por Argentina haciendo campaña electoral por Scioli y Cristina
Kirchner. A propósito, el gesto debería ser reciproco: Scioli y Kirchner
deberían viajar a Brasil a prestar apoyo para resguardar a Dilma del posible
juicio político y destitución, y a Lula, de la fiscalía que lo tiene en la
mira. Nadie cree que daría resultado, pero ese es otro tema.
Lo que
ha pasado en estas dos semanas es la contraofensiva del ALBA, el reagrupamiento
de la internacional de la corrupción latinoamericana, cuya tan declamada
solidaridad no es otra cosa que la complicidad por los negocios compartidos.
También se rasgaban las vestiduras tratando de salvar el cuello de Otto Pérez
Molina, un militar de derecha, valga la aclaración, destituido por corrupción.
No hay ideología alguna en esto, no es más que el temor a la caída en dominó.
Hace
tres semanas, el autoritarismo, la perpetuación y la corrupción parecían estar
replegadas. Hoy han contraatacado. En la condena de Leopoldo López le han
asestado un golpe a la democracia de la región. El golpe no es mortal, pero se
ha cruzado una línea.
Ya es
más difícil pensar que las elecciones del 6 de diciembre en Venezuela sean
limpias, o incluso que se lleven a cabo. Ya no se avizora la manera en que el
chavismo algún día dejaría el poder. Ya nadie espera que en las elecciones argentinas
de octubre no haya fraude, como ocurrió en la provincia de Tucumán. Ya nadie
espera que Correa y Morales no se perpetúen. Y ya nadie espera que el 2015
termine con más democracia, sino con menos.
América
Latina, región autoritaria. Ya nada es como era hace tres semanas.
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