Por Tamara Suju Roa, 16/09/2015
Yamile Saleh se levanta muy temprano los martes. A las 4:30am la busca
el taxi que la lleva al terminal, donde toma el autobús rumbo a Caracas. Va
cargada. Lleva ropa limpia, comida, chocolates, dulces, libros o periódicos y
la ansiedad que la mayoría de las madres llevan en sus entrañas por saber cómo
están sus hijos, aunque estos sean ya unos hombres y mujeres.
Al llegar a la Plaza Venezuela, se dirige a la sede del Sebin. Ahí pasa
los controles de rigor, la revisión y un custodio la acompaña al ascensor,
donde baja… baja… al sótano donde mantienen a su hijo encarcelado desde hace ya
un año. Cuatro horas de felicidad, de tristezas, de angustias, de añoranzas.
Ese es el tiempo que Yamile puede compartir con su único hijo, Lorent Saleh y
con el que ha adoptado como suyo, Gabriel Vallés, que le cuentan cómo ha
transcurrido esa semana y preguntan ansiosos que ha pasado en la superficie, en
el país, en el mundo.
Los muchachos hablan de lo que leen, lo que escriben, de lo que ven
cuando los sacan al sol. Pero también hablan de su futuro, de lo que harán
cuando todo este horror que los mantiene encarcelados se acabe, de sus sueños,
del tiempo perdido en una cárcel acusados injustamente a través de un montaje
montado por un patriota cooperante sin que existiera algún acto de violencia
que los incrimine. ¿Recuperar el tiempo? Cómo olvidar los primeros 7 meses que
estuvieron incomunicados, sufriendo vejámenes y maltratos físicos y
psicológicos reconocidos mundialmente como torturas blancas, con el objetivo de
someterlos a extremas presiones y llevarlos al desespero, para luego utilizar
su precario estado físico y psicológico para obtener de ellos una declaración
que inculpara a líderes y personas de la sociedad civil democrática.
Yamile no olvida que ante estas pretensiones, su hijo dijo que acusar a
inocentes era un acto criminal y él no era un criminal. Las lágrimas le brotan
de los ojos cuando cuenta como su hijo ansia ver la noche y la luna. El tiempo
en la tumba está suspendido… todo pasa, nada pasa.
Recuerdo claramente aquellos días al finalizar la huelga de hambre que
realizaron los jóvenes en el año 2010 frente a la sede de la OEA – entre ellos
Lorent Saleh, quien fue uno de los líderes de la protesta- y que llevó a la
liberación de nueve presos políticos, como algunos de ellos al salir del
Helicoide, fueron donde estaban los huelguistas esperándolos y les decían que
tenían años sin ver la noche y sentir el viento cálido y contemplar la luz de
la luna.
Quizás no podamos entender lo que esto significa, porque la noche la
tenemos a nuestro alcance, y casi ni percibimos su importancia. Pero para
quienes están encerrados sin luz ni ventilación natural durante días, meses y
años y sólo respiran aire acondicionado y la luz que perciben es artificial,
subir por una hora a la superficie y recibir luz natural es sobrecogedor.
Los temores son muchos. El gobierno nacional no ha dejado de
nombrarlos. Podríamos decir que Obama y Saleh son los más populares en el
lenguaje del ejecutivo a la hora de buscar culpables de los males del país, y
sobre todo, de los montajes burdos y sin fundamento que buscan desacreditar,
desarticular y dividir a la oposición democrática. Aún hoy, encerrados donde
están, los nombran y culpan de hechos de los cuales no tienen la menor idea.
12 veces han suspendido su audiencia preliminar que debió haber
ocurrido hace 11 meses atrás. Sin acusación formal, sin proceso. La
incertidumbre de no saber qué trama el régimen y hasta cuándo estiraran la
plastilina, es ya un mecanismo de tortura psicológica. Comparten expediente con
el Alcalde Antonio Ledezma. La próxima audiencia está fijada para el 22 de
septiembre.
El gobierno de Santos entregó a estos dos jóvenes sin concederles el
derecho a la defensa, sin que pudieran ser asistidos por un abogado, violando
sus derechos humanos y convenios internacionales. Además, se los entregaron en
el puente fronterizo al Sebin, la policía política del Estado. Para ese momento,
septiembre del año pasado, ya era conocido por toda la opinión pública cómo ese
cuerpo de seguridad había torturado a jóvenes detenidos en las manifestaciones,
además de tener a dos presuntos implicados en los asesinatos de Bassil Da Costa
y Juan Montoya el 12 de febrero.
Yamile sale de la tumba apesadumbrada. Abajo, en ese hueco, quedan sus
dos hijos, el que parió y el que adoptó. En sus hombros lleva el sentir de
todas las madres que tienen a sus hijos presos en distintas cárceles
venezolanas por exigir sus derechos y defender la democracia.
Desde esta columna, quiero como madre y como venezolana, enviarles un
mensaje de fortaleza, admiración y solidaridad a ellas, a todas las mujeres
venezolanas que han visto cómo sus hijos han salido a la calle a luchar por una
Venezuela mejor, aunque en su mayoría sólo recuerdan estos 16 años de
confrontación, de instigación al odio y división por parte de aquellos que
llegaron al poder de la mano de la democracia para destruirla y convertir a
Venezuela en la cuna de la violencia, el abandono, el atraso y la pobreza.
La mayoría de esos jóvenes no ha conocido otra Venezuela, pero ahí
están, claros, persistentes, mostrándonos como los valores de libertad,
respeto, justicia y solidaridad que han aprendido en casa y con sus maestros
forman parte de su aporte para la construcción de la nueva Venezuela que estoy
segura llegara pronto. ¡Libertad para todos los presos políticos!
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