Américo
Martín 14 de septiembre de 2015
Pido
disculpas al lector por comenzar esta columna con una digresión libresca, pero
confío en que al final de ella –que tampoco será larga, el abuso de la
paciencia me parece abominable- los lectores me entenderán y, espero,
agradecerán.
En
“Economía y Sociedad”, la obra más completa y quizá más enjundiosa de ese
escritor indispensable que fue y es Max Weber, se distinguen tres tipos “puros”
de dominación. Entiende Weber por dominación la probabilidad de hallar obediencia
a un mandato
Es un
buen punto de partida para abordar un tema importante, el de la “legitimidad”
de la dominación. ¿Por qué la gente oía y seguía a Roosevelt, a Churchill a De
Gaulle a Lenin a Stalin a Mao o a dos casos extremos como Rómulo Betancourt y
Hugo Chávez?
¿Por
qué también seguía a Pérez Jiménez a Carlos Andrés Pérez y a líderes menos
resonantes pero también legítimos como los presidentes de la era democrática?
Desde
el punto de vista de la capacidad para generar obediencia, tanto da que el
sujeto sea un déspota abierto como Juan Vicente Gómez, un líder carismático o
uno de origen legal, aunque, por supuesto, en cualquiera de los tres casos
podrían confluir dos o todos estos rasgos. Chávez era carismático, tenía origen
legal y trabajaba activamente para consolidar una aviesa dictadura de vocación
totalitaria. Betancourt era carismático, tenía origen legal y se consagró a la
democracia.
¿Y
Maduro, tan batuqueado por la realidad que se le vino encima, cómo se sostiene,
cómo ejerce dominación?
Maduro
no es carismático para nada, según admiten muchos de sus seguidores; juguete de
circunstancias que se le imponen y le marcan la ruta, ha ido alejándose del
ejercicio democrático y entrando paulatinamente en la vorágine de las
dictaduras. ¡Pero mire que el hombre no lo admite!, es más: se reclama mejor
demócrata que nadie. ¿De modo que en su caso tendríamos que hablar de dictadura
vergonzante?
¿Qué
queda de su mandato, en los términos concebidos por Weber?
Queda
algo importante, la “legitimidad de origen”. Emanó de unas elecciones
universalmente reconocidas, a pesar de que su victoria sobre Capriles fue por
un pelo. ¡Pero no le hace, las elecciones son así! Sus rivales internos que, según algunos, ansían sustituirlo, resoplan pero se aguantan.
Quiéranlo o no, tiene la hoja de parra que obliga a enfrentarlo electoralmente.
Más
allá de Weber, muerto en 1920, la legitimidad de origen se ha convertido en
credencial para que los presidentes latinoamericanos puedan sentirse protegidos
por sus colegas de la región, en medio de tantos disturbios y eclosiones. Es lo
que explica por qué no se admite en esa organización a ningún gobernante no
emanado de elecciones, que son las que proporcionan la legitimidad de origen.
En
Latinoamérica se ha conformado un sindicato de presidentes que ante las más
grotescas violaciones a los DDHH cometidas por cualquiera de sus integrantes,
los demás reaccionan como los monitos místicos de Japón: no oyen, no ven, no
hablan. Proceden de ese modo por temor a que si se conformaran a los valores
que juraron defender al posesionarse del cargo, podría ser que fueran llevados
al patíbulo en la próxima carreta.
En la
carta democrática de la OEA, firmada por todos los gobiernos de la región –por
Venezuela, la mano zurda de Chávez- se incluye una segunda forma de
legitimidad, la “de desempeño”. Alguien que haya sido electo democráticamente y
se metamorfoseara dictador de ejercicio, debería ser tan desconocido por la OEA
como quienes asalten el poder por la torcida vía del golpe de estado.
Convengamos que semejante fórmula podría desencadenar solicitudes de exclusión
por quítame estas pajas, y en consecuencia
el sindicato de presidentes que participa en la OEA se ha olvidado de
ella, mientras exalta la otra, la de origen. De allí que en los tiempos
actuales no haya dictadores a la antigua, generalotes alzados con el poder,
sino que los dictadores (llamémoslos
demócratas ficticios) se esmeran en darse baños electorales. Claro, mientras tengan votos que, ayudados por
groseros ventajismos -los monos místicos no los ven- les permitan reelegirse ad
infinitum.
Volvamos
a Maduro. Su situación es dramática en el más amplio sentido. Todas las
encuestas anuncian la victoria de la oposición con ventaja inalcanzable, está
despojado de carisma y es más bien torpe en el “arte de las mágicas
imposturas”, que decía Dante Alighieri. Hay algo adicional. Remedando al amado
caudillo, grita y chapotea para asustar o acallar la disidencia interna y la
que envenena las relaciones en su propio movimiento, arremete contra quien
condene sus atropellos y de esa manera ha ido irritando al mundo y alineándolo
en contra suya. Una muestra: la proposición colombiana en la OEA perdió por un
voto. 17 países la apoyaron, los cinco socios de la Alba –agradecidos como son-
fueron los únicos votos de Maduro, los que unidos a las abstenciones (los
monitos místicos) impidieron el envío de una misión de cancilleres a la
frontera devastada por la xenófoba deportación masiva y destrucción de bienes y
familias. ¡Al carajo los DDHH!
En el
informe de Francisco Rodríguez, economista-jefe de la unidad andina del Bank of
America Merril Lynch (17 agosto 2015) los porcentajes cantan:
Con
3,5% de ventaja la MUD obtendría la mayoría simple
Con
11,8% impediría la delegación legislativa por decreto habilitante
Con
18,1% alcanzaría la súper-mayoría de 2 terceras partes.
La MUD
–subraya Rodríguez- supera esos tres umbrales. En las encuestas estudiadas su
holgada ventaja promedia un despiadado 30%
¿Aceptarían
racionalmente el resultado? ¿Patearían la mesa?
No es
como para arrendarles la ganancia.
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