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martes, 15 de septiembre de 2015

DOMINACIÓN EN CRISIS, por @AmericoMartin



Américo Martín 14 de septiembre de 2015

Pido disculpas al lector por comenzar esta columna con una digresión libresca, pero confío en que al final de ella –que tampoco será larga, el abuso de la paciencia me parece abominable- los lectores me entenderán y, espero, agradecerán.


En “Economía y Sociedad”, la obra más completa y quizá más enjundiosa de ese escritor indispensable que fue y es Max Weber, se distinguen tres tipos “puros” de dominación. Entiende Weber por dominación la probabilidad de hallar obediencia a un mandato

Es un buen punto de partida para abordar un tema importante, el de la “legitimidad” de la dominación. ¿Por qué la gente oía y seguía a Roosevelt, a Churchill a De Gaulle a Lenin a Stalin a Mao o a dos casos extremos como Rómulo Betancourt y Hugo Chávez?

¿Por qué también seguía a Pérez Jiménez a Carlos Andrés Pérez y a líderes menos resonantes pero también legítimos como los presidentes de la era democrática?

Desde el punto de vista de la capacidad para generar obediencia, tanto da que el sujeto sea un déspota abierto como Juan Vicente Gómez, un líder carismático o uno de origen legal, aunque, por supuesto, en cualquiera de los tres casos podrían confluir dos o todos estos rasgos. Chávez era carismático, tenía origen legal y trabajaba activamente para consolidar una aviesa dictadura de vocación totalitaria. Betancourt era carismático, tenía origen legal y se consagró a la democracia.
¿Y Maduro, tan batuqueado por la realidad que se le vino encima, cómo se sostiene, cómo ejerce dominación?

Maduro no es carismático para nada, según admiten muchos de sus seguidores; juguete de circunstancias que se le imponen y le marcan la ruta, ha ido alejándose del ejercicio democrático y entrando paulatinamente en la vorágine de las dictaduras. ¡Pero mire que el hombre no lo admite!, es más: se reclama mejor demócrata que nadie. ¿De modo que en su caso tendríamos que hablar de dictadura vergonzante?

¿Qué queda de su mandato, en los términos concebidos por Weber?
Queda algo importante, la “legitimidad de origen”. Emanó de unas elecciones universalmente reconocidas, a pesar de que su victoria sobre Capriles fue por un pelo. ¡Pero no le hace, las elecciones son así! Sus rivales internos      que, según algunos, ansían  sustituirlo, resoplan pero se aguantan. Quiéranlo o no, tiene la hoja de parra que obliga a enfrentarlo electoralmente.

Más allá de Weber, muerto en 1920, la legitimidad de origen se ha convertido en credencial para que los presidentes latinoamericanos puedan sentirse protegidos por sus colegas de la región, en medio de tantos disturbios y eclosiones. Es lo que explica por qué no se admite en esa organización a ningún gobernante no emanado de elecciones, que son las que proporcionan la legitimidad de origen.

En Latinoamérica se ha conformado un sindicato de presidentes que ante las más grotescas violaciones a los DDHH cometidas por cualquiera de sus integrantes, los demás reaccionan como los monitos místicos de Japón: no oyen, no ven, no hablan. Proceden de ese modo por temor a que si se conformaran a los valores que juraron defender al posesionarse del cargo, podría ser que fueran llevados al patíbulo en la próxima carreta.

En la carta democrática de la OEA, firmada por todos los gobiernos de la región –por Venezuela, la mano zurda de Chávez- se incluye una segunda forma de legitimidad, la “de desempeño”. Alguien que haya sido electo democráticamente y se metamorfoseara dictador de ejercicio, debería ser tan desconocido por la OEA como quienes asalten el poder por la torcida vía del golpe de estado. Convengamos que semejante fórmula podría desencadenar solicitudes de exclusión por quítame estas pajas, y en consecuencia  el sindicato de presidentes que participa en la OEA se ha olvidado de ella, mientras exalta la otra, la de origen. De allí que en los tiempos actuales no haya dictadores a la antigua, generalotes alzados con el poder, sino que los  dictadores (llamémoslos demócratas ficticios) se esmeran  en    darse baños electorales. Claro,  mientras tengan votos que, ayudados por groseros ventajismos -los monos místicos no los ven- les permitan reelegirse ad infinitum.

Volvamos a Maduro. Su situación es dramática en el más amplio sentido. Todas las encuestas anuncian la victoria de la oposición con ventaja inalcanzable, está despojado de carisma y es más bien torpe en el “arte de las mágicas imposturas”, que decía Dante Alighieri. Hay algo adicional. Remedando al amado caudillo, grita y chapotea para asustar o acallar la disidencia interna y la que envenena las relaciones en su propio movimiento, arremete contra quien condene sus atropellos y de esa manera ha ido irritando al mundo y alineándolo en contra suya. Una muestra: la proposición colombiana en la OEA perdió por un voto. 17 países la apoyaron, los cinco socios de la Alba –agradecidos como son- fueron los únicos votos de Maduro, los que unidos a las abstenciones (los monitos místicos) impidieron el envío de una misión de cancilleres a la frontera devastada por la xenófoba deportación masiva y destrucción de bienes y familias. ¡Al carajo los DDHH!

En el informe de Francisco Rodríguez, economista-jefe de la unidad andina del Bank of America Merril Lynch (17 agosto 2015) los porcentajes cantan:

Con 3,5% de ventaja la MUD obtendría la mayoría simple

Con 11,8% impediría la delegación legislativa por decreto habilitante

Con 18,1% alcanzaría la súper-mayoría de 2 terceras partes.

La MUD –subraya Rodríguez- supera esos tres umbrales. En las encuestas estudiadas su holgada ventaja promedia un despiadado 30%

¿Aceptarían racionalmente el resultado? ¿Patearían la mesa?

No es como para arrendarles la ganancia.


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