Fernando Mires 11 de septiembre de 2015
Día
aciago. El 11 de Septiembre de 1973 un general asesino mandó bombardear la Casa
de la Moneda de Chile donde falleció el presidente Salvador Allende. El 11 de
Septiembre de 2001 los ángeles de la muerte enviados por Bin Laden perpetraron
desde el aire uno de los atentados terroristas más pavorosos de la historia
moderna.
El 11
de Septiembre de 2015, Venezuela amaneció aterrada: Sin mediar prueba alguna,
en uno de los juicios más viciados de los cuales se tenga noticia, un poder
judicial manejado desde el partido de gobierno por el más ineficaz presidente
que conoce la historia venezolana, dictaminó una condena de más de 13 años en
contra de uno de los más destacados líderes de la oposición: Leopoldo López.
Juicio
y condena a Leopoldo pasarán a figurar junto con los casos de Dreyfus en
Francia (1894-1906), el de los anarquistas Sacco y Vanzetti en EE UU (1920) y
el de Nelson Mandela en Sudáfrica (1962), como una de las manchas mas sucias
caídas sobre el poder judicial en un país occidental.
El
repudio internacional no se hizo esperar. No hay comisión de derechos humanos –partiendo
desde Amnistía Internacional- organismo
judiciales de las Naciones Unidas, intelectuales y políticos de todas las
tendencias -incluyendo hasta el super- izquierdista español Pablo Iglesias- que
no haya mostrado reprobación ante la infamia judicial cometida en Caracas.
Maduro
no solo ha liquidado al movimiento de masas montado por su predecesor. Ha
echado además por la borda el enorme capital de apoyo internacional que le legó
el talentoso finado.
Maduro
ha terminado mostrándose al mundo como lo que es: un dictador de mala clase.
Las
palabras de Felipe González no pudieron ser más terminantes: Con el oprobioso
juicio y condena a Leopoldo, Maduro se ha convertido en un dictador “de facto”.
La verdad es que desde hace tiempo ya lo era. Habría que agregar, para ser más
precisos, que Maduro, después de la condena ordenada por él en contra de
Leopoldo, ha revelado al mundo que él es un dictador “de jure”.
Pero
no se trata, la de Maduro, de cualquiera dictadura. A diferencias de la
norcoreana y de la cubana, Maduro representa, como la de al-Asad en Siria, la
de Ortega en Nicaragua, la de Putin en Rusia y algunas más de nuestro tiempo,
una dictadura electoral. Ese fue el lastre que heredó Maduro de Chávez. La
diferencia es que –usando términos homéricos- mientras para Chávez las
elecciones eran su “caballo de Troya”, para Maduro han llegado a ser su “talón
de Aquiles”
Chávez
se comportó muchas veces como un dictador. Pero la suya, si era dictadura,
estaba legitimada por las altas votaciones que obtenía cada vez que era echada
a andar la máquina electoral del PSUV.
Probablemente,
como todo dictador o gobernante autoritario, Chávez incurrió en fraudes, si no
en la contabilidad, por lo menos en los lugares de votación. Pero para que los
fraudes resulten – y eso lo sabía Chávez- se requiere un país dividido en dos
mitades, es decir, cuando las diferencias de dos bandos es de solo algunos
miles de votos. Pero cuando las diferencias son de millones y millones de
votos, punto en el que coinciden todas las encuestas venezolanas y extranjeras,
ningún fraude puede ser posible. Así se explica entonces por qué el 6-D tiene
vueltos locos a Cabello y a Maduro.
¿Qué
hacer? ¿Suprimir las elecciones parlamentarias? ¿Así no más? ¿O inventar una
guerra con el país vecino cerrando fronteras y deportando colombianos esperando
que Santos pise la trampa patriotera? El plan no resultó. ¿Qué otra alternativa
les queda? ¿Provocar una movilización multitudinaria a favor de López, con
mucha bala, heridos, muertos, y así decretar el estado de sitio y suspender las
elecciones en nombre de la paz nacional? Si así lo pensaron, el tiro les está
saliendo por la culata.
La
enorme cantidad de votos que ha perdido y seguirá perdiendo Maduro no eran
todos a favor de la MUD. Como toda agrupación de partidos discordantes, la MUD
debe dedicar muchos esfuerzos a la negociación y al dialogo para encontrar
consensos adecuados, actividades que no despiertan sentimientos heroicos ni
actitudes épicas, sobre todo entre los electores jóvenes. Pues bien: la brutal
condena a Leopoldo López ha dado a la oposición, y por ende a la MUD, la
mística electoral que aún faltaba. El descontento social ya existente será
convertido, además, en un movimiento por la justicia, por la libertad, y no por
último, por la dignidad ciudadana.
En
Venezuela ha despertado una mística opositora y hasta el 6-D por lo menos esa
mística será electoral. No hay otra alternativa.
A
quienes defienden una “tercera vía” debemos recordar que Leopoldo López jamás
se ha pronunciado en contra de las elecciones. No las consideró como vitales en
un momento cuando aparecían distantes en el tiempo y por eso llamó a
movilizaciones que desde un punto de vista estratégico han sido por muchos –y
con razón- vistas como equivocadas.
Pero,
errores más o menos, Leopoldo es el dirigente de un partido de la MUD. VP, su
partido, lleva candidatos y muchos de ellos serán elegidos con alta votación.
Más aún: Leopoldo llegó a comprometer su propia vida exigiendo al régimen la
fijación de una fecha electoral. Como Mandela, López ha cometido errores
infantiles. Como Mandela, podrá rectificarlos. En cierto modo ya lo ha hecho.
De
acuerdo a lo dicho, cualquier llamado a entorpecer el camino electoral ya
trazado por la mayoría de la ciudadanía venezolana usando el nombre de Leopoldo
López no solo significará colaborar con los siniestros planes de Cabello y
Maduro. Significará, además, traicionar a Leopoldo López cuyos ideales
políticos coinciden en este momento con los de la MUD de la cual él es un
militante activo.
Si la
oposición venezolana da muestras de madurez y civilidad y logra impedir así la
estrategia anti-electoral de Cabello-Maduro, bloqueando incluso la posibilidad
de un golpe de Estado, a la cual el desalmado binomio de gobierno intentará
casi con seguridad jugar, el 11-S de 2015 podrá ser recordado como el día en el
cual Nicolás Maduro comenzó a festejar su automagnicidio político.
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