Leonardo Fernández 15 de septiembre de 2015
El pasado jueves a altas horas de la
noche, como se hace con toda jugada sucia, la “justicia” venezolana sentenció a
casi 14 años de prisión a Leopoldo López, no podía ser otro el resultado de un
proceso arbitrario cuyo único fin era sacar del juego a un importante líder
venezolano. Es triste que en un país donde asesinos son sentenciados a 10 años
de prisión, una persona por ejercer su derecho a convocar una protesta sea
privada de su libertad por mayor tiempo.
La justicia desde Platón a Jhon Rawls,
se define como el simple acto de “dar a cada quien lo que merece, o lo que le
corresponde”. Bajo esa premisa, si obras bien te corresponderá una recompensa,
de lo contrario un castigo, ésta es la concepción para los sistemas
democráticos y con estado de derecho. Existe otra concepción de la justicia
aplicada en sistemas autoritarios y totalitarios, para los cuales la justicia
es solo un instrumento más para lograr un fin último, llámese Revolución,
Tercer Reich o Voluntad de Alá, entre otros.
La justicia venezolana durante la
“revolución” ¿Bolivariana? funciona como cualquier tribunal nazi, soviético o
talibán, lo importante no es ejercer justicia para los individuos, la
presunción de inocencia, la carga de la prueba, los derechos universales, pasan
a segundo plano en virtud de los intereses del régimen. No es importante si
Leopoldo es inocente o si lo son los cientos de presos políticos y exiliados,
lo primordial es actuar en función de lo que convenga para sostener al
gobierno.
La semana pasada se trató de Leopoldo
López, pero muchos venezolanos antes han sido víctimas de la necesidad del
gobierno de eliminar adversarios. Así fue como la lista de sospechosos del
asesinato de Danilo Anderson se vio plagada de personas que ejercían oposición
al gobierno, que Baduel después de ser calificado como héroe hoy esté privado
de libertad, y que hombres como Manuel Rosales estén en el exilio.
La sentencia de Leopoldo López no puede
sorprendernos, pero mucho menos debe desanimarnos, es normal que en una
justicia estructurada para servir a una tiranía solo emita sentencias atroces,
pero este tipo de atropellos solo debe servir para motivarnos. Nuestros presos
y exiliados han dado el ejemplo, ahora es nuestro deber llenarnos de coraje e
indignación y transformar ese sentir en acciones positivas que generen el
cambio que tanto necesitamos. Este seis de diciembre será el turno del pueblo
de dictar su sentencia, para ejercer la verdadera justicia.
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