Nestor Mora 9 de septiembre de 2015
Aunque
estemos de acuerdo en que la paz y la unidad son un don maravilloso, no suele
ser sencillo encontrar un lugar donde poder vivir ambas de forma plena. La paz
no se desea del todo, porque nos parece que es imposible sacar el beneficio que
encontramos cuando hay confusión y violencia. La unidad no se desea del todo,
porque nos gusta sentirnos diferentes, exclusivos y valorados.
Reconozcamos,
pues, hermano, la paz de Cristo. Retengámosla juntos, y, en cuanto Dios nos
ayude, tratemos juntos de ser buenos; corrijamos juntos, con la
disciplina que podamos, a los malos, salvando la unidad. Tolerémoslos con
la paciencia que podamos por amor a la unidad, no sea que, como Cristo nos
previno, por querer arrancar antes de tiempo la cizaña, arranquemos también el
trigo. (San Agustín, Carta 108, 20)
La paz
no significa estar inmóviles aguantando injusticias. Los “buenos” corrigen a
los “malos” sólo cuando existe paz entre ambos. Sin paz la justicia es tan sólo
una palabra preciosa que podemos enmarcar. La unidad se obtiene cuando la paz
de Cristo se hace presente entre nosotros. Cada cual aporta sus dones a la
comunidad, de manera que todos nos beneficiamos de los talentos que Dios no nos
ha dado, pero si ha dado a nuestros hermanos.
Entonces
¿Qué podemos hacer con las personas que no están dispuestas a vivir en
verdadera paz y verdadera unidad. San Agustín lo dice claramente: tolerémoslos
ofreciéndoles el amor que Dios nos da a nosotros, que tampoco somos realmente
“buenos”. Tengamos paciencia con ellos y aguantemos las tensiones que nos
invitan a romper y escapar.
…
afirmarás y retendrás lo que la sana doctrina recomienda, lo que la auténtica
norma prueba con ejemplos proféticos y apostólicos, a saber: hay que
tolerar a los malos para no abandonar a los buenos, más bien que abandonar a
los buenos para apartarse de los malos. Basta que los réprobos estén
separados en lo que toca a la imitación, al consentimiento, a la semejanza de
vida y de costumbres. Podemos crecer juntos, vivir juntos la tribulación,
reunidos, juntos dentro de la red, hasta que llegue el tiempo de la siega… (San
Agustín, Carta 108, 16)
San
Agustín señala algo que muchas veces se nos olvida: Si nos dedicamos a arrancar
la cizaña fuera de tiempo, arrancaremos también el trigo. Si
abandonamos a los “malos”, perderemos la unidad y con ella, muchos “buenos” que
quizás no hemos dado su verdadero valor. Esto habría que recordarlo
cuando nos aburrimos de aguantar tensiones y enfrentamientos. Cuando creemos
que ni nosotros, ni los demás, tenemos remedio.
Esta
puede ser una clave para el momento actual de la Iglesia: dar prioridad a la
unidad sobre las diferencias y el maltrato que recibimos de nuestros propios
hermanos. Intentemos corregirlos dentro de lo posible y de forma que la paz se
vea lo menos perturbada posible, para que la unidad no se rompa. Perdonemos
sus errores con alegría, porque el Señor nos ofrece un premio maravilloso a
cambio: la santidad.
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