HÉCTOR E. SCHAMIS 07 de mayo de 2016
Tenía un
aire a repetición. La prepotencia y la falta de respeto del gobierno venezolano
eran como antaño. También el abuso del tiempo, la maniquea clase de historia,
las conspiraciones imaginarias y el insulto presto, ahora al Secretario General
de la OEA. Todo ello en reunión del Consejo Permanente. Ya no estaba Chaderton
en la mesa, pero la puesta en escena y el script eran como entonces.
Pero
entonces el barril de crudo estaba por encima de 100 y la OEA era un ministerio
de Hugo Chávez. Hoy el petróleo está en 40 y en la OEA está Luis Almagro,
dedicado a revitalizar el histórico compromiso de la organización con los
derechos humanos. Estos mismos principios lo llevaron a reunirse con un grupo
de legisladores venezolanos que no pueden legislar, precisamente, impedidos por
el Tribunal Supremo de Justicia, apéndice del Ejecutivo que invalida toda ley
que no sea del gusto del partido de gobierno.
Ante
la falta de separación de poderes, entre tantas otras violaciones de derecho,
los diputados le solicitaron la aplicación del artículo 20 de la Carta
Democrática. Almagro les pidió mas documentación y dijo que analizaría el tema.
Ello fue suficiente para que el gobierno de Venezuela requiriera una inmediata
reunión del Consejo Permanente, enviando a su canciller Delcy Rodríguez en el
papel de bully.
Llamó
la atención la urgencia de la solicitud, realizada el día 3 de mayo,
especialmente por no haber dado tiempo a los cancilleres de la región a viajar.
Solo la argentina Malcorra lo hizo, quien evidentemente contaba con un par de
días disponibles en su agenda que le posibilitaron emprender el viaje a pesar
de la premura.
En la
presentación de Malcorra también hubo un cierto déjà vu, pero en este caso
evocando a Insulza. Al igual que el anterior Secretario General, la canciller
argentina se opuso a invocar la Carta Democrática, por ser “apresurado”, y
postuló una mediación, sin dejar en claro entre quienes. Si es entre la OEA y
el gobierno de Venezuela, no seria pertinente, pues la OEA es justamente un
organismo de mediación, el más importante del hemisferio. Y si es entre el
gobierno y la oposición, mediar es exactamente la función de la Carta
Democrática, instrumento que al mismo tiempo le exige a los Estados miembros
respetar los compromisos internacionales.
La
canciller presentó un argumento circular, una lógica ya fracasada en 2014. Sus
palabras sugerían que el problema venezolano es la falta de diálogo entre las
partes. Es muy cierto, pero no debe soslayarse que la falta de dialogo es
responsabilidad principal del oficialismo, que viola hasta la institucionalidad
diseñada a voluntad en 1999, su propia Constitución. Pensar en términos
simétricos entre una oposición que intenta legislar y un gobierno que controla
el aparato jurídico y coercitivo—y que los usa para bloquear esa legislación—es
una falacia. Tal cual razonaba Insulza.
En
diplomacia lo que se obvia decir tiene tanto significado como aquello que sí se
dice. No puede ser casual que los términos “democracia”, “derechos humanos” y
“presos políticos” no fueran pronunciados por la canciller argentina, ni una
vez. Nótese el contraste con la Cumbre de Asunción de diciembre pasado, cuando
en similar escena el presidente Macri le pidió a la misma canciller Rodríguez
la liberación de los presos políticos, rechazando “la persecución política y la
privación de la libertad por pensar distinto”.
Por
ello, la desazón era generalizada en el salón Simón Bolívar. El alineamiento de
la canciller Malcorra con el gobierno de Venezuela quedó grabado en los oídos y
en la retina de los allí presentes. Si ello forma parte de la “estrategia
electoral” de Malcorra en pos de la Secretaría General de Naciones Unidas, el
problema es que erosiona la coherencia de la política exterior de Mauricio
Macri. Por ende, hipoteca su liderazgo regional, forjado alrededor de los
derechos humanos en Venezuela y en todo el hemisferio. La sorpresa y decepción
de muchos de los asistentes a la reunión de la OEA es el espejo de esa
realidad.
Si lo
dicho—y, sobre todo, lo no dicho—por Malcorra representa un giro en U en la
política exterior de Macri, el propio presidente deberá explicarlo a la
comunidad internacional. Se trata de su propia credibilidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico