Por Claudio Nazoa
Ayer, por celebrarse el Día
de las Madres, visité a la mía quien por cierto cumplió 95 años. Me enterneció
verla en la batea lavando la ropa de mis hijos, con el último y desgastado
jabón azul que compró luego de haber pasado 3 horas haciendo cola. Traía puesta
su batica raída de flores grises, llena con zurcidos de diferentes tamaños.
Verla así me partió el alma.
–¡Mamá! ¡Deje eso!– dije
indignado. Y en un ataque de consideración la abracé y añadí –¡Vieja, hoy vamos
a celebrar su día! Hoy no lavará la ropa de mis hijos, sólo mis camisas. Eso
sí, me las plancha con cariño y le pone almidón, como siempre. Y cuando
termine, no solamente la dejaré ver su novela española, sino que además le daré
una gran sorpresa.
–¿Cuál, mijo? –respondió con
tremulita voz.
–Resulta que por Twitter me
enteré de que llegaron caraotas negras al mercado de San Martín. Así que entre
mis hermanos, unos amigos y yo, hicimos una vaca y este año en lugar de matarse
la vida preparando un sancocho, ¡nos va a preparar un delicioso pabellón
criollo de esos que sólo usted sabe hacer!
Para no perder tiempo, le
pedí a mi vieja que comprara los aliños, la carne mechada y los plátanos en el
mercado, mientras mis hijos y yo desayunábamos en el cafetín. Al regresar,
todos la aplaudieron. Mamá entró sudada cargando su pesado saco lleno de
ingredientes y se fue para la cocina.
Mientras mamá seleccionaba
las caraotas y le quitaba el pellejito a la carne, porque ella sabe que nos
gusta sin grasa, yo me echaba palos y jugaba dominó con unos vecinos quienes
llegaron con sus esposas y suegras.
Por cierto, estoy arrasando
con la tercera edad. Todas las suegras de mis vecinos se me insinuaron: “Si
quieres te enseñó a bachaquear después del almuerzo”, me dijo la más atrevida,
y no faltó la hipócrita quien, a todo gañote, gritó: “¡Coño, que alguien ayude
a la abuela con el pabellón! ¡Zánganos!”.
–¡No! –respondí en su
defensa– ¡Déjenla! A ella no le gusta que la ayuden. ¡Mamá!, para amortiguar
prepara unos pastelitos con lo que sobró del guiso.
A las siete de la noche
comimos el pabellón. Todos estábamos rascados con anís con yogurt cuando llegó
César Miguel Rondón con un trío de músicos de la Plaza Venezuela, de esos que
llaman “vente tú” y que imitan a Los Panchos. Mamá lloró de emoción.
Mi bella vieja pasó toda la
madrugada lavando los platos porque no le gusta encontrarlos sucios al día
siguiente.
Este año fue especial. Al
menos esta vez, mi mamá no preparó sancocho.
09-05-16
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