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domingo, 8 de mayo de 2016

La fuerza de la desesperanza, por @FelixPalazzi



FÉLIX PALAZZI 07 de mayo de 2016
@FelixPalazzi

Existen sobrados motivos para desesperarnos. Aquellos que vivimos sumergidos en los avatares de la vida cotidiana tenemos que enfrentar obstáculos inesperados que se nos presentan en el camino. No me refiero únicamente a los propios de cualquier existencia humana sino, en particular, a la dificultad de vivir con un sueldo que no alcanza y de no encontrar lo más básico para la subsistencia, como la comida y las medicinas. Todos, con excepción de algunos privilegiados, hemos tenido que padecer el avanzado deterioro de nuestro sentido de pertenencia, prosperidad y seguridad. Esto trastoca la forma como vivimos y entendemos la esperanza. Pero en nuestro contexto, para hablar de la esperanza, tenemos que referirnos a la desesperanza y preguntarnos si hay posibilidad de superarla.


La esperanza no se limita a lo meramente subjetivo y privado. Bien les convendría a los políticos de turno recordar aquella idea de Maquiavelo: “nunca ha sido una buena opción inculcar la desesperanza en el pueblo, porque quien no espera el bien tampoco teme al mal”. Apostar al caos y a la desesperanza es una herramienta de alto costo político que comporta un riesgo a corto plazo. Lamentablemente, el discurso político se aleja, cada vez más, de principios éticos, retorciéndolos a su mezquino favor.

Dante, al iniciar su viaje al infierno en la Divina Comedia, señala: “ustedes que entran, dejen atrás toda esperanza”. Esto nos permite inferir que cuando no hay esperanza ya se está viviendo en un infierno. Hoy más que nunca es necesario reconocer los “infiernos” de nuestra sociedad para discernirlos y superarlos. No se trata de hablar de ellos como quien enumera una lista de pecados. Descender a los propios infiernos y reconocerlos, permite vislumbrar su asunción y posible superación porque en la raíz de toda desesperanza, existe siempre la llama de la esperanza. No desesperaríamos si no esperásemos algo.

Discernir lo humano

La desesperanza se traduce en apatía, miedo o alienación. Pero existe la posibilidad de descubrir en ella una oportunidad para discernir lo que tiene más valor en nuestras vidas. Es una ocasión para discernir lo verdaderamente humano. Nada hay más potente que recordar aquello que realmente es motivo de nuestra esperanza. Por ello, no basta hacer una simple ponderación de valor de la desesperanza, si es positiva o negativa. Es un dato y un hecho que marca nuestra realidad cotidiana, pero ella puede ser asumida sea como una fuerza destructora o como una transformadora capaz de recrear nuestros vínculos sociales.

Santo Tomás recordaba que “la esperanza es contraria al miedo”. La esperanza requiere de la confianza en nosotros mismos, pero siempre en total honestidad respecto de nuestro pasado, presente y futuro. No se vive de la esperanza desde el simple abandono al devenir del tiempo. No cabe el dicho: “como vaya viniendo vamos viendo”. Fomentar la esperanza es mucho más que el abandono inerte y apático al desenlace de la historia. Es asumirnos como protagonistas de nuestras vidas y poder decidir por nosotros mismos.

Se vive de la esperanza cuando afrontamos con coraje lo cotidiano y asumimos sin pesadumbre a quienes nos están cerca. Desde la valoración del otro se va fomentando y entretejiendo a la esperanza propia. Por ello, más allá del ciego optimismo, la esperanza es uno de los valores más importantes para sanar los miedos, la indiferencia y la alienación. Ella nos abre al otro desde la acogida y el acompañamiento solidarios. Depende de nosotros asumirla.

Felix Palazzi
@FelixPalazzi

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