Timothy Garton Ash 08 de mayo de 2016
¿Qué
ha sido de Occidente? Barack Obama acaba de visitar Europa para ensalzar y
reforzar a Occidente, pedir a Gran Bretaña que permanezca en la UE y a Alemania
que apoye el proyecto de acuerdo comercial transatlántico (TTIP por sus siglas
en inglés). Las reacciones de los británicos, los alemanes y los
estadounidenses indican que ha ensalzado a un fantasma. O al menos, a algo que
ya no es lo que era.
En un
artículo publicado en The Daily Telegraph, el manual matutino de la clase media
conservadora inglesa, Obama recordó todas las instituciones que han ayudado a
crear Gran Bretaña y EE UU juntos desde 1945, así como el hecho de que la UE ha
contribuido a “difundir los valores y los usos británicos —democracia, Estado
de derecho, mercados libres— en todo el continente y su periferia”. Su
recompensa fue una crítica feroz de Boris Johnson, alcalde de Londres, en el
mismo periódico. Johnson, que ya había insinuado que Obama era antibritánico
debido a sus orígenes kenianos, despotricó esta vez contra “los presidentes
norteamericanos, líderes empresariales y peces gordos de todo tipo” que quieren
que Gran Bretaña siga siendo cautiva de Europa.
Curiosamente,
el desdeñoso partidario del Brexit no se molestó en responder al argumento
general de Obama sobre los intereses y valores amenazados de Occidente. El
centro de sus comentarios era yo, yo, yo. Gran Bretaña estaría mejor con
nuestros propios acuerdos comerciales, tendría menos inmigrantes, sería un país
más feliz, más soberano, más libre. No preguntes qué puede hacer Gran Bretaña
por el mundo, pregunta qué puede hacer el mundo por Gran Bretaña.
Qué
diferencia con el debate desarrollado en los primeros años setenta, cuando el
Reino Unido decidió entrar en la Comunidad Europea. Por supuesto, los
principales motivos para hacerlo eran económicos. Sin embargo, cuando leí las
actas de los debates parlamentarios de la época, lo que me impresionó fue que
los conservadores de entonces defendieron este compromiso continental como una
contribución a la seguridad de Occidente contra la URSS. En aquellos tiempos,
los conservadores eran los que solían tener una visión más amplia, mientras que
los laboristas tendían a ser más euroescépticos y aislacionistas; hoy ocurre
todo lo contrario. El partido de Churchill, o al menos su mitad euroescéptica,
ha abandonado a ese Occidente que Churchill ayudó a construir más que nadie.
Obama
fue de una comida con los miembros de la Casa de Hannover (hoy Windsor) a una
feria industrial en Hannover, Alemania, a probarse unas gafas de realidad
virtual con Angela Merkel y defender la necesidad del TTIP. Sin embargo, su
intento de reforzar a Occidente volvió a toparse con la oposición y el
escepticismo generales. En una extraordinaria columna para la revista Der
Spiegel, Jakob Augstein calificó a Obama como “el último presidente de
Occidente”. “La palabra Occidente, antes, significaba algo”, escribía. “Definía
los valores y los objetivos de un mundo mejor”. Ya no. Hoy, los europeos
“pensamos en Estados Unidos, cada vez más, de la misma forma que en Rusia,
China e India”. Lo harás tú, Jakob. Pero es indudable que expresa un
sentimiento muy extendido en Alemania, que vive una lejanía política, cultural
y emocional cada vez mayor de EE UU.
Mientras
tanto, en su propia casa, casi todos los aspirantes a suceder a Obama se oponen
al TTIP. Incluso Hillary Clinton, la única que no lo hace y, por suerte, la que
tiene más probabilidades de llegar a la presidencia, ha manifestado reservas,
por motivos descaradamente tácticos, dadas las tendencias proteccionistas de
grandes sectores del electorado y las bases demócratas.
El
TTIP no es lo único que critica Donald Trump. También dice que la OTAN está
“obsoleta”. El hecho de que Putin se apoderase de Crimea por la fuerza podría
hacer pensar que la Alianza sigue siendo importante, pero no. Vlad y Donald se
llevarían de maravilla: “Putin siempre me ha parecido muy bien, creo que es un
líder fuerte, poderoso, que representa a su país”. En el discurso que pronunció
hace una semana sobre política exterior, trató de dar una imagen más de
estadista. Pero siguió hablando de llegar a un “acuerdo” con Putin. En cuanto a
la OTAN, “los países a los que defendemos deben pagar el coste de esa defensa,
y, si no lo hacen, EE UU debe estar dispuesto a dejar que se defiendan solos”;
qué más da la garantía dada a Polonia y los Estados bálticos en virtud del
Artículo 5 del Tratado. Aseguró que quiere “revitalizar los valores
occidentales”, pero inmediatamente los diferenció de los valores universales;
la Ilustración, olvidada. Con amigos como Trump, ¿quién necesita enemigos?
Este
debilitamiento occidental tiene una explicación histórica clara. Como comunidad
cultural, Occidente existe desde hace siglos, pero, como agente geopolítico
real, se fraguó en la lucha contra un enemigo común, la Alemania nazi, y se
fortaleció después frente a otro, la URSS. Sin embargo, la guerra fría terminó
y la Unión Soviética desapareció. Cuando Europa y EE UU se vinieron abajo por
la guerra de Irak, un exministro de Exteriores británico me susurró: “Ojalá
volviera Brezhnev”. Hablé de esta brecha transatlántica en 2004, en un libro
titulado Mundo libre. En él, después de analizar las razones de la
desintegración de Occidente, afirmaba que los grandes retos mundiales, desde el
ascenso de China hasta el cambio climático, pasando por los traumas de Oriente
Próximo, no podían abordarse sin una estrecha cooperación entre Estados Unidos
y la UE, los dos mayores grupos de ciudadanos ricos y libres del mundo, y que
esa asociación tenía que ser la semilla de otra más amplia, que englobase a
todos los que comparten ciertos valores e intereses —India, Brasil, Sudáfrica—:
lo que denominé post-Occidente.
Creo
que mi análisis sigue valiendo. Incluso con los planes aprobados recientemente
en París, es probable que el calentamiento global sobrepase el objetivo de los
2º. China, bajo el gobierno neomaoísta del presidente Xi Jinping, no está
asumiendo un liderazgo mundial amable. Nos enfrentamos a una Rusia revanchista
y reaccionaria, que comparte un mismo objetivo con Nigel Farage y Marine le
Pen: romper la UE. Qué momento tan oportuno para renunciar a Occidente.
Occidente,
empezando por Europa y Norteamérica, tiene muchos pecados de los que
arrepentirse. Es una noción poco atractiva para muchos miembros de la izquierda
europea. Pero la visión de Occidente que defiende Obama es internacionalista y
liberal, mucho más atenta que antes a las necesidades del Sur. La alternativa
no es una idea más progresista, sino una horrenda amalgama de Putin, Trump y Le
Pen: Putrumpen. Entre el Obama internacionalista y el Putrumpen nacionalista,
¿a quién preferirían? Yo no tengo ninguna duda.
Timothy Garton Ash es
profesor de Estudios Europeos en la Universidad de Oxford, donde dirige el
proyecto freespeechdebate.com, e investigador titular en la Hoover Institution,
U. de Stanford. Su nuevo libro, Free Speech: Ten Principles for a Connected
World, se publica esta primavera. Traducción de María L. Rodríguez Tapia
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