Por Tulio Ramírez
El destino nos alcanzó.
La revolución humanista, bolivariana, participativa, protagónica, salvadora de
la especie humana y de los osos frontinos hizo que pasaremos del modo incrédulo
(no vale, no creo) al modo premonitorio (yo sabía que esta vaina venía, siempre
lo supe), sin pasar por Go, ni cobrando los 200 de Ley. De la noche a la mañana
nos vimos pagando el kilo de carne al mismo precio con el que una semana antes
pagábamos unas cervecitas con los panas, y quedaba para llevarle una arepa con
reina pepeada a la propia. Ahora no hay que comprar, y si algo se encuentra, no
hay con que pagar. Hasta nuestro vocabulario cambió. Ya la gente no se refiere
a su sueldo como “la quincena”, sino como “la miseria esa que gano”.
Chávez nos lo advirtió en su
momento y no le paramos ni media bola. Vaticinó que íbamos rumbo al trueque
como forma de intercambio. Recuerdo que en un Aló Presidente de junio de 2006,
el para entonces Presidente (el título de Galáctico lo obtendría después),
planteó que un agricultor de Barlovento podía intercambiar plátanos por
cachamas con un pescador del estado Bolívar. Hoy, exactamente 10 años después,
se cumple su deseo. El trueque pasó a suplantar las relaciones comerciales
capitalistas. Ya ni se compra ni se vende como decía aquel pasodoble que
popularizó Billo. Se impuso la permuta como contrato sinalagmático,
translativo de dominio, oneroso, commutativo, instantáneo o de tracto sucesivo,
según la voluntad de las partes, y por lo tanto consensual. Tal como dirían los
abogados, alumnos de ese portento y pesado del Derecho nacional, de cuyo nombre
no me quiero acordar.
Ya es usual que en la
oficina la del Departamento de Contabilidad cambie café por aceite con la
ascensorista; o que el Jefe de Personal se trance por dos jabones de olor y una
pasta dental a cambio de un paquete de arroz y una cajita de Eutirox vencida.
Ayer observé un trueque generacional, Maurita la de Atención al Cliente,
intercambio con Raquel, la de Archivo, un paquete de pañales para bebe por uno
similar, pero para adultos. Una criaturita recién llegada a este mundo se vio
beneficiada al igual que una ancianita que ya tiene acomodados sus macundales
para irse. Pero se han visto cosas más pintorescas.
Lean este caso y me darán la
razón. Mi vecina Eulalia tiene una nieta que cumple en un mes sus 15 añitos, en
la cuadra de arriba vive mi comadre Camucha a la que un bajón de luz le quemo
el radiecito con el que escuchaba todas las tardes a Los Cabilleros Daniel Lara
y Nehomar Hernández, por mi parte tengo el carro parado por falta de un caucho
rin 14 que no consigo ni para remedio. Bueno, resulta que mi vecina Eulalia se
enteró de las penurias que estamos pasando Camucha y yo por la falta del caucho
y del radio y procedió, cual Donald Trump criolla, a diseñar una triangulación
de negocios a través del Trueque que ni les cuento.
No sé de dónde Eulalia
consiguió un caucho usado pero en buenas condiciones, tenía la medida del que
necesitaba para el carro. Me lo ofreció a cambio del radio Phillips que, no sé
cómo se enteró, tenía guardado desde la última mudanza en una caja en el
maletero. No le importaba lo viejo sino que funcionara. Al comprobar que estaba
en buenas condiciones, procedimos al intercambio. Luego fue donde mi comadre
Camucha a ofrecerle el transistor por el vestidito que había usado su sobrina
el año pasado en el matrimonio de la hermana. Con el vestido en la mano fue
donde la costurera a ofrecerle una lectura de cartas del Tarot por un arreglo a
la medida. Al final, yo tenía el caucho que necesitaba, Camucha su radio, la
costurera su futuro adivinado y la nieta de Eulalia su vestido para los 15. La
vaina funciona. Es por esa razón que ofrezco peine para piojos con poco uso por
un paquete de harina de maíz precocida.
13-06-16
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