MOISÉS NAÍM 12 de marzo de 2017
@moisesnaim
Hace
seis años escribí esto: “La principal fuente de los conflictos venideros no van
a ser los choques entre civilizaciones, sino las expectativas frustradas de las
clases medias que declinan en los países ricos y crecen en los países pobres”.
Mi
argumento en ese entonces —y que ahora se ha confirmado— es que las clases
medias en Estados Unidos, Europa y otros países de mayores ingresos verían
empeorar su estándar de vida, mientras que en China, Turquía, Colombia y otros
países emergentes la situación económica de los más pobres mejoraba. En ese
mismo artículo señalé que tanto el aumento como la disminución de los ingresos
generan expectativas que alimentan la inestabilidad social y política. La
sorpresa, por supuesto, es que el aumento de los ingresos de la gente en los
países pobres sea una fuente de inestabilidad. Más abajo vuelvo sobre esta
paradoja. En ese artículo de 2011 también alerté de que “inevitablemente,
algunos políticos en los países avanzados aprovecharán este descontento para
culpar del deterioro económico al auge de otras naciones”. Y finalicé
pronosticando que las consecuencias internacionales de este choque de clases,
que entonces no eran obvias, acabarían siéndolo.
Bueno…
lamentablemente, ya lo son.
En
estos tiempos de Brexit, Donald Trump, Marine Le Pen, Geert Wilders, Podemos y
otras sorpresas políticas proliferan los análisis que intentan descifrar las
fuerzas que nutren “La Gran Furia”, ese profundo descontento que lleva a los
votantes a escoger a quien sea con tal de que no se parezca “a los de antes”.
La globalización, la inmigración, la automatización, la desigualdad, el
nacionalismo y el racismo son solo algunas de las causas que más comúnmente se
mencionan para explicar “La Gran Furia”. Pero me ha llamado la atención que los
análisis no incluyen en su explicación lo que está sucediendo en Asia, América
Latina o África. Una vez más, la narrativa dominante trata como si fuera
mundial un fenómeno regional que ocurre principalmente en Norteamérica y en el
Viejo Continente.
Los
análisis ignoran que la clase media, esa que en Europa y EE UU está luchando
para no perder su preeminencia económica, social y política está en pleno
apogeo en el resto del mundo. Para una familia en India que, por primera vez,
tiene ingresos que le permiten tener medicinas, casa, coche, televisión,
teléfonos inteligentes y algo de ahorros, la defensa de la supremacía blanca
que en EE UU motivó a muchos a votar por Donald Trump resulta ininteligible.
El
apogeo de la clase media en países pobres es la principal revelación de un
importante estudio que acaba de ser publicado por Homi Kharas, uno de los más
respetados estudiosos de la cuestión. Sus cálculos indican que hoy 3.200
millones de personas forman parte de la clase media en el mundo, es decir el 42%
de la población total. Para estos cálculos, los investigadores e instituciones
como el Banco Mundial definen como clase media a las personas con ingresos
diarios de entre 11 y 110 dólares al día. Este segmento ha venido creciendo
rápidamente, pero a diferentes ritmos. Mientras que en Estados Unidos, Europa y
Japón crece anualmente al 0,5%, en China e India suma un 6% cada año.
Globalmente,
la clase media aumenta 160 millones de personas al año y de seguir a este
ritmo, en pocos años, la mayoría de la humanidad vivirá, por primera vez en la
historia, en hogares de esta categoría. Si bien las clases medias son hoy más
numerosas que nunca en países como Nigeria, Senegal, Perú o Chile, su expansión
es un fenómeno primordialmente asiático. Según Kharas, la abrumadora mayoría
(¡el 88%!) de los 1.000 millones de personas que formarán parte de este estrato
en los próximos años vivirá en Asia.
El
impacto económico de todo esto es enorme. El consumo de la clase media en
países de menores ingresos crece al 4% anual y ya equivale a un tercio del
total de la economía global.
Naturalmente,
los cambios que está experimentando la clase media tiene importantes
consecuencias políticas. En Europa y EE UU estas consecuencias ya las vemos en
los resultados de las elecciones, los referendos y en la proliferación de
improbables candidatos que promueven agendas inéditas. En los países de menores
ingresos, en los cuales la clase media crece a gran velocidad, también crecen
rápidamente las expectativas y exigencias. Estos nuevos protagonistas sociales
más tecnológicamente conectados, con más poder adquisitivo, más educación, más
información y más conciencia de sus derechos son una fuente de inmensas
presiones sobre gobiernos que no tienen la capacidad de satisfacer esas
expectativas.
La
clase media de los países ricos se siente amenazada y va a exigir a sus
gobiernos acciones y resultados que mantengan sus estándares de vida
históricos. Al mismo tiempo, la clase media de los países emergentes está más
esperanzada que nunca y luchará para que su progreso continúe.
Como
ya lo estamos viendo, estas agendas políticas divergentes son el origen de
importantes fricciones internacionales. Y lo seguirán siendo.
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