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martes, 21 de marzo de 2017

Un país de Medianos por @luispespana


Por Luis Pedro España


Creo que es indispensable vislumbrar la Venezuela que viene. No solo se trata de imaginar el futuro para consolar el presente, o para darnos fuerza para seguir en este calvario de tragedias socialistas. Necesitamos eso que llaman una “visión de país” para orientar las acciones del presente, pero construida desde lo que somos y, especialmente, desde las enseñanzas que se desprenden de lo que nos ha tocó vivir en los últimos 15 o 20 años.

La visión de país no debe ser entonces una prospectiva visionaria. Menos aún un ejercicio cuasi-fantasioso o un listado de deseos. Debe ser una construcción por encima de todo realista y, aunque esperanzador y puede que hasta fuertemente ambiciosa, por sobre todo debe considerar la posibilidad de lograrlo, trazar con alguna rigurosidad los medios para alcanzar esa visión.

Dicho esto consideremos las restricciones, los límites a nuestra visión de país. Dos variables deben ser consideradas. La primera, la económica, no necesariamente por ser la más importante, sino por tratarse de la más inmediata, con la que nos vamos a topar apenas comencemos a tratar de construir la visión de país. La segunda, poco más profunda, variable resultante más que causante, será la cultural, la que se deriva de nuestro entender las cosas y actuar en consecuencia.

Aclaremos de una vez que ninguna de las dos son fatalidades. No son restricciones inmóviles, son más bien parámetros, que si bien pueden trasladarse, constituyen solo un marco de restricciones de partida. De forma tal que si nos va bien en la aproximación a la visión que se construye a partir de las primeras restricciones, entonces puede pensarse en la ampliación de los parámetros; pero, seamos más realistas que sinceros, las restricciones de hoy nos acompañarán por tantos años que si lográsemos la visión de país que podemos prefigurarnos desde los límites financieros y culturales de hoy, pues todos podríamos bajar tranquilos al sepulcro.


Refirámoslo entonces a las restricciones. La principal limitación económica que tenemos para construir nuestra visión de país es que no hay forma de que podamos reponer el capital que tuvimos. Los números a este respecto los calculó en su momento el profesor Asdrúbal Baptista, y ellos nos indican que no sólo la renta petrolera no va a alcanzar, sino que no contamos con los activos productivos para sustituirla.

Nuestra primera restricción es que no tenemos como reponer lo que tuvimos y por lo tanto, ya ni siquiera lo que fuimos es posible que seamos. La destrucción ha sido gigantesca. Tanto por la imposibilidad de reponer la depreciación del capital existente, como la sistemática pérdida del poco aparato productivo que iba quedando. Así las cosas, todo parece indicar que las necesidades de inversión serían tan altas que, definitivamente, hay que reajustar el sueño de país, al menos ese sueño de finales de los setenta y que subyace en el subconsciente del venezolano.

Me refiero al reajuste del sueño de país (visión a fin de cuentas) que alguna vez tuvimos. La imagen de la Gran Venezuela, esa que estaba cruzada por grandes autopistas, que logró uno de los procesos de urbanización más acelerados de la región e incluso que desarrollo una industria sustitutiva que sería la enviada de muchos de los países que empezaron antes con esa estrategia de desarrollo; llegó a pensar en una diversificación económica basada en la manufactura, en las empresas básicas, en la conquista de mercados con productos, y puede que hasta con invenciones venezolanas. Eso a la luz de la tragedia del presente, es cuesta arriba. La visión del país industrializado, diversificado y exportador, en el plazo que media al horizonte del promedio de vida que le queda a los venezolanos de hoy, ya no es posible.
Para ilustrar lo anterior imaginemos el inicio de nuestra transición, pensemos como sería el trayecto del relanzamiento de Venezuela. Soñemos: Mañana cambia el gobierno, se desvanecen las restricciones ideológicas y las incapacidades propias a esta administración, y lo sustituye un equipo moderno de técnicos y políticos que logran (si nos va bien) estabilizar al país en un plazo de un año o año y medio. Con ayuda internacional, buenas prácticas y mejores estrategias para hacerle frente a los problemas inmediatos, se logra abastecer al país en sus productos más básicos, se corrigen los desequilibrios más atroces y con ello la calamidad de la inflación comienza a reducirse.

Semejante buena noticia es una bocanada de optimismo gigantesco. El crecimiento, basado en la capacidad instalada y ociosa que nos dejo el final de la revolución bolivariana, da para unos dos o tres años. Se procura que la calidad del empleo mejore, una estructura de precios que se aproxima a nuestra productividad y una sinceración del tipo de cambio dado que la renta petrolera es lo suficientemente moderada como para mantenernos liberados de la tentación de la sobrevaluación; hace que las empresas retomen sus incentivos productivos y las familias recuperen sus niveles de consumo, pero con un saldo de mesura, que si bien es superior a los niveles de hambre a los que nos llevado el final del chavismo, en modo alguno se equipara con los insostenibles (por boatos) niveles que se alcanzaron en los años de los boom petroleros.

Tras un acelerón de mejoras, comenzamos a tocar techo. El empleo se estanca y, a la vez, no hay recursos ni financiaros, ni humanos (a pesar que muchos de los nuestros que se fueron, para entonces se animaron a volver) con que mantener el crecimiento. Nos hemos topado con la restricción del país que somos tras largos años de irresponsabilidades y crisis. Ahora habría que administrar la inversión en procura de su tasa de generación de empleo, si queremos que el crecimiento, magro pero ojalá que sostenido, alcance para todos y no volvamos a las prácticas excluyentes que nos llevaron a aquel presente que no queremos repetir.

No serán los puestos de trabajos formales, los que se derivan de corporaciones fabriles, tecnológicas o de servicios, los que harán que el crecimiento le llegue a todos. Serán los emprendedores, los generadores de servicios a pequeña escala, incluso locales, los encargados de generar los espacios productivos que podrán ser financiados con las restricciones de acceso al capital que tendremos. No es una nueva fantasía socialista o de hombre nuevo. Se trata de de producción a escala moderada, pero con reglas de juego basadas en los incentivos y no en principios ideológicos o normativos.

Llegados a este punto, nuestra primera sinceración será que la renta petrolera no alcanzará para relanzar a Venezuela. En el mejor de los casos permitirá sostener una viabilidad media, una infraestructura de acumulación básica, que le permita a los emprendedores del futuro contar con servicios públicos y sociales, así como medios de transporte y comunicación, que viabilicen la actividad de su actividad económica y privada.

Nos habremos convertido en lo que somos. En la Venezuela post-petrolera o post-rentística. Nos habremos convertido en una Venezuela de medianos.

Pero esta Venezuela modesta pero viable, sencilla pero inclusiva y digna porque nunca más volverá a comer de la basura, requerirá de un correlato cultural, al cual, por falta de espacio, nos referiremos en la próxima entrega.

20-03-17




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