Por Humberto Sánchez Amaya
La historiadora Margarita
López Maya acaba de publicar El ocaso del chavismo. Venezuela 2005-2015
(Editorial Alfa), un análisis pormenorizado de los gobiernos de Hugo Chávez y
Nicolás Maduro. Pero más que la mera enumeración de hechos, la autora explica
cómo cada elección, decreto, ley aprobada y discurso socavó la
institucionalidad en el país para cimentar un régimen autoritario que no quiere
perder el poder, aunque ha perdido el apoyo de la población.
—¿Por qué como sociedad
dejamos que todo esto ocurriera?
—Sí han pasado cosas, por eso
es que muchos dicen que vivimos una dictadura del siglo XXI. Al principio se
presentó como una profundización de la democracia venezolana cuando las élites
tradicionales estaban agotadas y eran insensibles a la sociedad, pero se
erosionaron paulatinamente las bases institucionales de la democracia
representativa. Había un líder carismático en el que la gente confió. Si Chávez
hubiera dicho que quería establecer un sistema budista, también lo habrían
seguido. Los años ochenta y noventa fueron muy duros, pero la gente no se
acuerda.
—¿Actualmente la sociedad es
consciente de esto?
—Cuando uno lee las encuestas
se puede interpretar que la sociedad ha aprendido algo, mas no estamos seguros.
También ha faltado un liderazgo más honesto. A los políticos no les gusta
decirles la verdad a sus bases.
—¿Y cuál es la verdad que no
se atreven decir?
—Que en este momento no hay
posibilidad de salir de esta crisis con un milagro. Es la misma de los años
ochenta y noventa, empeorada con las prácticas del socialismo del siglo XXI. No
podemos seguir viviendo de la renta petrolera. Es una sociedad que no sabe
vivir de su propia productividad, talento, conocimiento y esfuerzo.
—¿Cómo se inscriben las
recientes sentencias del TSJ en lo que llama el ocaso del chavismo?
—Es una de las señales de que
el chavismo se extingue. Es un régimen cuya legitimidad está basada en el líder
carismático. Él le ofreció a la sociedad salir de una crisis a través de una
profundización democrática y luego de un socialismo. Todo eso fracasó. Las
sentencias del TSJ son un paso más hacia un régimen militar con cierta fachada
civil. Un camino que comenzó desde que Nicolás Maduro ganó en 2013, con una
ventaja de 1,4% de los votos.
—Hay quienes aseguran que se
consolidó un golpe de Estado. ¿Está de acuerdo con esos términos?
—Con la suspensión del
referéndum revocatorio el año pasado, se suspendió también la democracia. Como
eso no tuvo mucho costo político, el gobierno continuó. Hizo una farsa en la
mesa de negociación, engañó a unos facilitadores y la oposición no supo jugar
bien. Salió airoso y continuó. Este año el gobierno tiene que seguirse endeudando,
pedir créditos para los pagos que están próximos a vencerse. Pero la Asamblea
Nacional, presidida por Primero Justicia, ha dejado claro que mientras eso no
sea aprobado por el Legislativo, Maduro no se puede endeudar. Entonces, el
gobierno le pasa las atribuciones al TSJ, para que este le dé el permiso de
endeudarse.
—En el libro usa poco la
palabra dictadura, aunque habla de régimen autoritario. ¿Quiere decir entonces
que hay un antes y un después?
—El término dictadura tiene
muchas definiciones. El clásico es el que viene del derecho romano, cuando se
le daba a una autoridad en una situación de peligro; sin embargo, en ese caso
tenía límites temporales y pautas legales. En Latinoamérica ha sido escurridizo
cuando no es una dictadura militar por golpe de Estado. Aquí ha habido un
régimen autoritario creciendo con legitimidad de origen, aunque con Maduro es
más confuso por el escaso margen de diferencia en las elecciones de 2013, en un
contexto de altísima desigualdad en la competencia pero con aparente
transparencia en los votos. Por esa razón preferí, académicamente, el término
de régimen autoritario. En el país gobierna un régimen patrimonial. Se
repartieron el poder amigos y familiares de Chávez y Maduro, con algunos
militares que forman parte de ese núcleo. Cuando le quitas a la gente el
derecho de decidir no queda nada.
—Se eliminó el año pasado el
derecho de decidir, pero muchos opinan que la sociedad se quedó pasiva.
—No lo llamaría pasividad sino
desconcierto, que se expresa con un malestar que no logra aglutinar en una
protesta masiva. Si ves los indicadores de conflictividad, los del año pasado
fueron los más altos desde el Caracazo; pero fueron focalizados, con líderes
desconocidos y con poca capacidad de hacer una diferencia política.
—¿Qué papel debe desempeñar el
Estado ante un eventual cambio de gobierno?
—Vendrá un desafío muy grande.
Hay medidas de emergencia que espero que el liderazgo de las fuerzas de
transición sepa tomar. Como dije, el escenario más claro parece ser el de la
consolidación de un régimen militar que trate de darle un poco de racionalidad
a la economía e intente controlar la pauperización de la población. Si nos
montamos en un escenario democrático, al que apostamos, será un contexto
difícil. Necesitará mucha pericia y madurez para determinar cuáles son las
medidas económicas y sociales que permitirán sostener a la población.
—¿Cuáles deberían ser esos
cambios?
—Para eso están los políticos,
no yo. Ahora, por lo que he leído y discutido, en economía hay dos dimensiones.
La inmediata es parar la inflación galopante y crear las condiciones para que
el país vuelva a producir. Los economistas tienen agendas al respecto que
tratan sobre la unificación cambiaria, la confianza en la legalidad, el respeto
a la propiedad y el proceso de privatización de algunas empresas expropiadas.
Sin embargo, he visto menos trabajo con las políticas sociales, que considero
deben darse primero que las económicas para proteger a esas personas que se
verán afectadas. También está la independencia de los poderes del Estado, que
es otra tarea urgente, así como convocar a elecciones y la recuperación de la
institución militar, confiscada por grupos de interés, al igual que la
sociedad.
—Algunos académicos
reivindican las medidas que usted califica en el libro de neoliberales, incluso
la figura de Carlos Andrés Pérez.
—Es natural que parte de una
sociedad que sufre tienda a tener nostalgia. Le hice una reseña al documental
CAP 2 intentos para recordar que aquellos polvos trajeron estos lodos. Carlos
Andrés en su primer gobierno actuó de forma análoga, guardando las diferencias
notorias porque entonces había una democracia. Él actuó de forma populista,
personalista, sin negociar políticas. Están dadas las condiciones para que
vuelva a aparecer un mesías. El liderazgo político no ha comprendido la
gravedad de lo que está pasando. Viajo mucho al exterior y me dicen que cuando
ellos salen, incluso pelean entre ellos. Entonces los actores internacionales
se quedan perplejos ante lo que ven. Quieren ayudar, pero no confían lo
suficiente en estos actores, que no terminan de comprender lo que pasa. Es el
peor momento de la historia contemporánea de Venezuela.
—Entonces, ¿el chavismo no
dejará el poder?
—Yo sí creo. El chavismo
liderado por Maduro se extingue. Pero podemos tener un escenario de un régimen
militar que se consolida, es la posibilidad más clara. Ellos pueden asegurar
que gobiernan en nombre de Chávez, pero es imposible señalar que esto tiene
algún resabio en lo que él decía o su poca capacidad de saber lo que entendía
por socialismo. Lo que vivimos es lo más parecido a la Venezuela del siglo XIX.
—Hay quien piensa que nada de
esto hubiese ocurrido si Hugo Chávez continuara vivo. ¿Qué opina usted?
—Como historiadora es muy
difícil responder eso. Chávez sí era el líder con el pensamiento y la confianza
de la población. Por eso tenía más juego, la gente confiaba en él. No sé si él
hubiera mantenido estas oprobiosas políticas económicas y sociales. Maduro está
a merced de estas tribus, incluida su familia, que se han adueñado del Estado y
que él necesita para mantenerse en el poder.
No quiso ser rectora del CNE
En 2004, Margarita López
Maya fue la oradora de orden de la sesión solemne que se llevó a cabo en la
Asamblea Nacional para ratificar a Hugo Chávez como presidente, después de su
victoria en el referéndum de aquel año. “El discurso fue sorpresivo para mí. Me
llamaron de la Asamblea, entonces presidida por Francisco Ameliach. Me
contactó su secretaria y me dieron 48 horas para hacerlo. Esa es una
oportunidad en la vida, no podía decir que no. Recuerdo que el ministro de
Comunicación e Información, Andrés Izarra, me preguntó si le podía dar antes
el texto para reproducirlo. Le respondí que no. Solo recibí otra llamada
después, de Willian Lara, para introducirme en una lista de rectores del CNE.
Le dije que no, que tenía un compromiso académico en el exterior. Esa no es
mi función en la sociedad, lo mío es construir opinión”.
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10-04-17
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