Por Héctor Silva Michelena
Venía de una marcha. Una
cachiporra le había fracturado el cráneo. Le dolía la cabeza, mucho, mucho. No
tenía dinero, no tenía el carnet de la patria. Sólo existía el dolor. Y la
espera. Estaba en un centro público de salud, vio un camastro vacío y allí se
tendió. Democracia estuvo diez días intentando no morirse en una cama de
hospital. Cuando los gritos se hicieron insoportables, cuando la voz de su
agonía desgarró el aire durante días clavándose como un puñal, sólo entonces
quienes estaban allí, médicos cubanos o integrales bolivarianos, consintieron
inyectarle una dosis de morfina. Dosis controladas, un poquito más cada vez
porque el cuerpo se acostumbra rápido. Y a esperar. Su corazón tardó dos días
en decir basta.
Mientras veíamos a su cuerpo
deformado, hinchado y agónico, coger aire a bocanadas cada vez más cortas y
espaciadas, nos daba vergüenza pensar muérete, muérete, muérete ya de una
maldita vez y descansa. No te mereces esto. Tú ya no eres Democracia. Ahora ya
sólo eres un corazón, dos pulmones, un estómago y unas piernas que una vez
fueron un ser humano increíble, pero que hoy ya sólo forman grupos de células
en un cuerpo doliente.
Tú ya no estás aquí. Sólo
sufres aquí. ¡Volverás!
Dicen que murió en un hospital
público. No tenía identidad, no tenía el carnet de la patria. Murió
agonizando de dolor. Porque los oficiantes, cubanos, médicos integrales, -y esa
fue su decisión “médica”- no quisieron aliviar su muerte, ni darle morfina
antes de tiempo. Pero estuvo acompañada de los suyos. ¿A dónde
incinerarla, a dónde inhumarla?
El rifle apunta Jairo en
Montaña Alta. Quieren que muera solo, como un perro. En realidad peor que un
perro. Morir solo, en la calle. Con su hablar correcto le dijo a su familia que
se marchara. Váyanse casa. Corran. Porque si ellos se quedaban se podría grabar
en su frente la sigla escarlata: GNB. Es el herraje que pauta el Código Militar
venezolano para aquellos ciudadanos que ejerzan el derecho a manifestar
pacíficamente y sin armas, es decir, ajustados a la Carta Magna.
Las órdenes superiores le
imponen reprimir o inducir la muerte de un disidente cuando sufre por una
enfermedad incurable: el amor a la libertad, legado inmortal de la humanidad en
todos sus rincones, salvo algunos, ahí está Venezuela. Pero Nicolás Maduro
vocifera en TV, al caer la noche: “Venezuela está en paz. Toda Venezuela
produciendo, trabajando y pequeños focos violentos, bueno, con la autoridad de
la Constitución fueron hoy neutralizados y no lograron su objetivo que era
llenar de violencia toda Caracas. Caracas a esta hora está en absoluta
paz". Cínico, habló de “pequeños grupos” e invocó la Constitución.
Sí, la paz del gaseado, del
malherido, la paz del sepulcro. El fantoche mintió de nuevo: la verdad es que
miles de opositores al gobierno marcharon hacia la Defensoría del Pueblo para
pedir su respaldo al proceso iniciado por el Parlamento contra siete
magistrados del Tribunal Supremo de Justicia; guardias y soldados los
agredieron con golpes, patadas, gases lacrimógenos y perdigones. La oposición,
como el rayo que no cesa, llama a la lucha para apoyar a la Asamblea Nacional
en su decisión de iniciar un procedimiento contra los juristas que emitieron
sentencias que rompieron el orden constitucional, al despojar al Poder
Legislativo de sus funciones y limitar la inmunidad de sus diputados.
Impusieron una dictadura judicial.
Y como el ruiseñor, queriendo
cantar su libertad, no quería que los suyos fueran perseguidos por la jauría
militar, Jairo regó las calles con su canto. Se cubrió con las cenizas de
Auschwitz, con la piel del Gulag. Pero no pudo dar la mano a sus padres ni a
sus amigos. Ni mirarles a los ojos. Abrazarlos y sentir su amor.
Se preguntó: “¿De dónde surge
el mal y por qué?” Supo entonces que esta pregunta enfrenta a la humanidad al
tema de la libertad y al hecho de que el ser humano es el único que tiene la
posibilidad de elegir. Se tomó una mezcla de psicotrópicos que había comprado
de manera ilegal por internet. Se durmió. Pero su corazón siguió latiendo.
Antes quiso grabar este video, para que todos vean lo que es sentir de esta
manera. Y para reivindicar una ley que nos permite manifestar la lucha por la
libertad, sin armas y en paz. Una ley que nuestros militares y políticos se
resisten a respetar.
Alguien dijo: nos queda el
poeta. ¿Quién, sino el poeta, ordena partir el ejército de soldaditos de plomo
que va a desafiar la llama de la libertad? En estos momentos, y de un extremo a
otro de nuestra castigada tierra, el oficio de las alas y los velámenes se
reduce a transportar cañones y fusiles, bajo la ilusoria apariencia de sacos de
maíz, de trigo, pellejos y juguetes. Precisamente, en ese mundo enmascarado y
sórdido, el poeta arriesga sus avecillas y sus barcos contra viento y marea.
Verde viento, verde mar.
Pero militares y políticos
siguen sin comprender las raíces del caos. Así que, si paramos la lucha,
seguiremos sufriendo como perros. Peor que perros. Y ojalá no les toque a
ellos. Ni a sus padres. O sus madres, hermanas, hijos o hijas. Pues ese día
llegará. La libertad. Esa llama no se apaga.
15-04-17
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