Por Armando Janssens
Así terminó una intensa
conversación en un pequeño grupo de amigos, analizando la situación actual del
momento nacional. Nos agotamos en todas las grandes variedades de situaciones
sociales, políticas y económicas llegando a un silencio momentáneo en el que el
coordinador concluyó con un suspiro: “No habrá vencedores”. Nos vimos
mutuamente la cara y confirmamos con la cabeza.
Me cayó como un balde de
agua fría porque puso en evidencia un temor que ya desde hace tiempo me rondaba
la cabeza. En mi larga cercanía con la gente y sus comunidades había
paulatinamente observado el agotamiento no solo corporal sino espiritual de
muchos, hasta de sus líderes. Constatar la gravedad de la situación que nos
rodea y que afecta a todos y a todas sin excepción, desde la persona más
humilde hasta los responsables y líderes nacionales. Observar la paulatina
destrucción de las instituciones y organismos públicos, ver la pobreza y el
hambre ganando terreno sin claras soluciones, constatar la muerte de tantos
inocentes por falta de atención y de medicinas, ver que matar es primero y
averiguar después y que el orden público se convierte en desorden permanente eso
nos afecta en lo íntimo de cada uno y de la comunidad en general. Cada cola
larga que se debe hacer para conseguir algo de pan o de la comida necesaria,
cada búsqueda frenética del medicamento del que depende la vida de alguien
cercano, cada muerte de la OLP con o sin razón supuesta en tantos barrios que
nos rodean, y muchas cosas más nos agotan físicamente y nos llevan al borde del
aguante.
Pero al mismo tiempo estar
rodeado de mentiras evidentes, engaños conscientes, acusaciones falsas,
argumentos totalmente prejuiciados, presiones indebidas, me obligan a asumir
posiciones en contra de mí mismo, me obligan a odiar a personas y grupos a
quienes más bien quisiera amar solidariamente.
Observo que las más altas
autoridades promueven un juego mortal con cambio de sentido de palabras,
únicamente para enredar nuestros sentimientos. Hablan de paz con mayúscula,
pero promueven la guerra y la violencia. Hablan de equilibrio, pero un día
después dan un golpe al presidente de la Asamblea Nacional y ascienden al militar
a un alto rango de poder; invitan al diálogo con las palabras supuestamente
sinceras y luego insultan o dejan insultar por sus tenientes a los que no están
alineados con él.
Todavía no sé cómo va a
terminar la posición valiente de la fiscal general, pero casi no puedo creer
que la vayan a respetar y dejar en su responsabilidad institucional. Y cómo
logran una gimnasia jurídica para defender lo indefendible: todo es
justificable, todo es explicable.
Eso nos afecta en nuestra
honestidad y en la honradez que la gente de valor busca en medio de eso que
felizmente sigue existiendo. Hasta nace el agotamiento espiritual que se
observa en amplios campos. “Si ellos hacen trampas por todos lados, ¿por qué
nosotros no?”. Como un veneno imperceptible entra al corazón de los que no han
construido su casa sobre rocas firmes. Si no nos cuidamos comenzaremos a hacer
asuntos del mismo tenor: adecuar argumentos a favor de grupos y sus intereses;
inventar hechos para impactar negativamente y ganar simpatías; insultar con las
palabras más soeces al igual que ellos lo hacen. Si caemos definitivamente en
eso, estamos renunciando a nuestros valores. Felizmente, hay muchas
excepciones. Eso nos da esperanza.
09-07-17
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