Por Gustavo J.
Villasmil-Prieto
“Venimos de la noche y hacia
la noche vamos”
Vicente Gerbasi. Mi
padre, el inmigrante
Querido joven colega mío:
Colgada del perchero quedó
una bata blanca con tu nombre bordado en el bolsillo. Los dos caramelos que
encontramos en él nos los comimos, para serte franco. Por allí hemos visto
también, abandonadas por tu pies, el par de “cholas crocs” de imitación china con
las que por años anduviste buscando a Dios por los rincones de este hospital,
angustiado por tanta carencia, tratando de hacer lo que se pudiera y hasta un
poco más por el enfermo de esta o de aquella otra sala. Nada ha vuelto a ser
igual desde que te fuiste; ni la revista de lunes por la mañana, ni la
preparación para los exámenes o de los casos clínicos. Ya casi nadie cuenta
chistes ni nos pide préstamos invariablemente impagos para poder invitar a un
café a la bonita residente del servicio de al lado. Contigo y con tu generación
se marchó la alegría, esa fuerza vital capaz de mover montañas con tal de hacer
posible la cirugía o el tratamiento que cambiaría el drama del enfermo a tu
cargo en esperanza real de curación.
No tienes que explicarte
conmigo. Te marchaste porque ni vida ni sueños eran ya posibles para ti en una
Venezuela en la que cualquier dadiva del Gobierno a los portadores de un carnet
es de lejos superior al mísero salario que recibías por 60 horas semanales de
trabajo intenso en el hospital; de día y de noche, lo mismo un lunes que un
domingo, en Navidad, el natalicio del pillo de Ezequiel Zamora o en cualquier
otra efeméride. La cotidianeidad del hospital, la presión no pocas veces
insoportable que impone el cuidado de tantos enfermos sin tan siquiera un
mínimo de medios, la inseguridad incluso aquí dentro, la precariedad; esa
precariedad que hacía para ti de una empanada para el almuerzo a las tres de la
tarde un verdadero lujo sibarita… ¿Cómo entender la vida así a tu edad, con tu
talento, con tus proyectos trazados tras años de estudio y trabajo duro? Tenías
que irte, no cabía otra cosa.
Allá donde vayas levanta
siempre la consigna de ser el mejor y destacar por la calidad de lo que haces.
Antes que su conmiseración, gánate a pulso el respeto de tus pares. Haz lo más
y mejor que puedas por todo aquel que te pida ayuda. Nunca dejes a nadie a
merced de su dolor, sea quien sea, haya dinero de por medio o no. Que de ti se
diga como del gran Aníbal Santos Dominici, quien “jamás se llevó la lágrima de
un pobre al bolsillo”. Como cuando estabas aquí, sé siempre el primero en
llegar y el último en irte. Aún entre nevadas y temperaturas bajo cero, se tan
cálido con tus pacientes de allá como lo fuiste siempre con los de aquí. Ese
mirar a los ojos del enfermo angustiado, esa mano posada sobre el hombro en la
hora difícil, fueron muchas veces lo único que pudiste ofrecer cuando del
hospital se iba la luz, no había ni aspirina o el pobre enfermo moría esperando
la transfusión de sangre que no llegaría nunca. Haz de ese ejercicio de piedad
cotidiana tu mejor guía ahora que tienes a tu alcance los medios y recursos de
los que siempre careciste aquí.
Lleva siempre a Venezuela en
tu corazón. Nada peor debe haber que ir por esos mundos de Dios como un paria.
Pero no te las des de vienés si naciste en Judibana, de bostoniano siendo
oriundo de Puerto La Cruz o de barcelonés si eres de Calabozo (¡mira que se han
visto casos patéticos!). Tampoco vayas por ahí hasta con los calzoncillos
vinotinto o como guacamaya vestido de tricolor, pues el ser venezolano no es
una expresión folclórica sino un estado del espíritu. Recibe agradecido la
hospitalidad que se te otorgue donde vayas y hónrala dando lo mejor de ti, como
cuando estabas aquí. Pasa de largo frente a expresiones de xenofobia pues, como
sabrás, la ignorancia es más global que la internet. Trabaja, estudia,
esfuérzate el doble, el triple de lo que aquí: recuerda que el residente de
cualquier hospital público venezolano, como el tubo de pasta dental, ¡siempre puede
dar más si la circunstancia aprieta!
Nunca pero nunca olvides a
los que aquí quedamos. Nuestra opción de permanecer aquí nada tiene que ver con
fallas “testiculares”, ineptitud o conformismo. Nos quedamos porque como
generación anterior a la tuya estamos llamados a constituirnos en guardianes
del gran acervo médico del que eres hijo. Casi tres siglos de tradición médica
venezolana no pueden quedar a la intemperie en tu ausencia. Aquí, en medio de
esta noche larga de la que escapaste, permaneceremos; entre los muros
carcomidos de la Facultad, los anaqueles vacíos de la farmacia y las salas sin
bombillos de nuestros hospitales de enseñanza, nos instalaremos a vivir como
sus últimos custodios. Deja saber de ti de cuando en vez al viejo maestro a
quien tanto debes y a la ancianita que quedó en el balcón de tu casa con el
rosario entre las manos, regando la noche caraqueña con padrenuestros,
avemarías y glorias en permanente oración por ti. Hónralos, hónranos. Que a tu
paso por ese bonito y pulcro hospital que hoy te recibe se diga ¡ése joven y
competente médico que va allí es venezolano!
Y quiera Dios que algún día,
cuando puedas pronunciar el nombre de Venezuela sin dolor, pienses en volver.
Quizás todavía alcances a encontrarte con algunos de nosotros, quién sabe. Ese
día, mi querido y joven colega, será mi generación la que rinda cuentas a la
tuya por lo que supimos defender con lo mejor de nuestras fuerzas y
capacidades. Yo te juro solemnemente que te habremos de devolver, no aquel
campamento del que hablaba José Ignacio Cabrujas, sino un país del que vuelvas
a sentirte orgulloso.
Que el Señor te ilumine y
guíe por donde vayas.
En Caracas, a 10 de marzo de
2018, Natalicio de José Ma. Vargas, médico y repúblico.
10-03-18
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