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lunes, 27 de abril de 2020

Tensión social en ascenso @goyosalazar



Por Gregorio Salazar


Por los cuatro puntos cardinales reina la sensación de que en Venezuela marchamos hacia una situación límite, un estado de cosas en el que de nada servirán las autoalabanzas de Maduro diciendo que campea victorioso sobre la epidemia porque su curva de contagio luce aplanadita.

Hay otras curvas de contagio que se abomban peligrosamente, que van buscando formas de campana a medida que se multiplican los focos de protesta de la ciudadanía a la que la inmovilidad forzada por la cuarentena deja en condiciones muchísimo más precarias que antes de la presencia del Covid-19.

Desde abajo, desde las entrañas del pueblo se eleva el fragor de la angustia que explota en las calles. El abanico de carencias que padecen los venezolanos no se parece a la de ningún otro pueblo afectado por la pandemia, aunque el discurso oficial se siga mostrando “asintomático”, pues hace que no se da por enterado de lo que se nos viene encima.

Ubique usted a más de cinco millones de trabajadores informales, de esos que se ganan en la calle el pan diario en los sectores del comercio y los alimentos, y hoy están imposibilitados de hacerlo por la cuarentena, en medio del colapso que ocasiona la falta de agua, de gas, de electricidad, una sequía total de gasolina que ha aislado a productores de quienes distribuyen, mercadean y consumen, siendo víctimas también de un nuevo salto inflacionario y tendrá una idea bien aproximada del cuadro existencial que los agobia.

La Alianza Sindical Independiente (ASI) estima que de esos más de 5 millones de informales el 65 % son mujeres jefes de hogar, 39 % sufre de enfermedades ocupacionales y un 60 % vive en condiciones de pobreza. Y si vamos a quienes reciben el salario mínimo se encuentra que con el último salto que dio el dólar, tanto el del BCV como el paralelo, se ubica en un insignificante dólar con 72 céntimos.

Una vida medianamente normal está negada para los venezolanos con o sin pandemia.


Esta ha sido, pues, una semana tumultuaria: Churuguara, Araya, Cumanacoa, Guanare, Punta de Mata, Upata, Socopó, Maturín, Barinas, han sido escenario de saqueos o protestas de calle frente a una situación que se ha tornado insoportable. En Upata la represión dejó su primera víctima fatal, más dos heridos de bala y diez detenidos. Las versiones que corren en esa ciudad guayanesa es que las autoridades ofrecen gasolinas a motorizados y grupos de colectivos a cambio de que intimiden a la ciudadanía.

Como agregado, un nuevo escándalo con más evidencias de que cuerpos policiales, militares y personeros del oficialismo han sido calados por el narcotráfico, realidad que viene siendo señalada dentro y fuera del país.

En un país que se desmorona el narcotráfico ha ido ejerciendo cada vez con mayor alcance y expansión su rol de “estado paralelo”.

Lo insólito es que sin ingresos, aislados de la comunidad democrática internacional, rechazados por más del 80% de la población, sin mayor margen de maniobra para poder resolver la profunda crisis nacional los jerarcas del chavismo continúen enseñoreados en el poder y sin dar muestras de querer entenderse con ningún otro sector político, empresarial o institucional, a menos que se le acerquen en plan de sumisión.

No sabemos cuánto tiempo más se llevará la cuarentena y salir definitivamente de la amenaza epidemiológica, pero lo que sí está claro es que por la vía que vamos la situación será insostenible para millones de venezolanos, como ya se aprecia.

Es una situación al límite, que bordea los linderos de una enorme tragedia que la responsabilidad política aún puede evitar. Parece todavía distante y la espera tal vez puede ser ingenua, pero si no ahora, ¿cuándo?

26-04-20




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