Por Luisa Pernalete
Hace meses que no sabía
de ella. Le habían robado su teléfono y difícil, con salario de maestra, que
pudiera reponerlo. Así que tuvo que pedir prestado uno y conversamos
largamente. ¡Me compuso el día!
Conocí a Vallita, como
le dicen todos en la comunidad, hace 9 o 10 años. Apenas comenzábamos en Ciudad
Guayana con el Programa Madres Promotoras de Paz en escuelas de Fe y Alegría, y
Monseñor Mariano Parra, para entonces obispo de la Diócesis de Guayana, luego
que supo del programa, dijo que eso era lo que quería en las parroquias. Una de
las que se anotó fue la de la de los padres salvatorianos, en San Félix, en
donde Vallita ya era líder, catequista. Unas 25 madres de la parroquia hicieron
el curso básico para formar Madres Promotoras de Paz -MPP- y ese grupo ha
permanecido y hasta ha crecido, y gracias al espíritu misionero de Vallita, hay
otros grupos más, como los dos que ha creado en el estado Sucre, de donde es
originaria nuestra protagonista.
Después de que un grupo
de MPP hace el curso básico, con sus tres niveles (no todos llegan a los tres)
deciden cuál será su estrategia para promover la convivencia pacífica en su
escuela, parroquia o comunidad. En el caso del liderado por Del Valle,
decidieron ocuparse de los niños y adolescentes de su comunidad en el periodo
vacacional. “Hay muchachos que jamás salen del barrio. Ni siquiera conocen el
Parque Cachamay”. En agosto no hacen nada, y ya se sabe: una comunidad violenta
con varias pandillas juveniles buscando nuevos miembros para sus bandas,
convierte a esos muchachos, sin escuela -por la vacaciones- sin trabajo, con
tiempo libre para andar simplemente en la calle, en presa fácil para ser
reclutados por los violentos del barrio. Pero Vallita y su grupo saben qué
hacer: ellas también reclutan pero para el bien.
Los que ven en peligro,
por “malas juntas”, les invitan a participar en el plan vacacional, desde
ayudar a hacer el censo, hasta ser “asistentes” para los juegos y paseos. Los
van evaluando y si les ven condiciones, el siguiente año pueden formase como
“recreadores”. Después de ese paso, ya no regresan con las malas juntas, se
convierten en líderes positivos. ¿Qué les parece?
Del Valle es una mujer
de fe. “¿De dónde vas a sacar recursos para los 400 muchachos del plan de este
año?”, recuerdo que le pregunté un año. “¡Dios los proveerá!” Me contestó. Y
así fue. Presentó su proyecto a unos comerciantes y a unos medianos empresarios
y le ayudaron para el transporte, para los desayunos, que cada madre hacía para
“sus ahijados” de la cuadra, y así estuvo Vallita por 8 años. Pues si bien el
plan vacacional es la principal acción del grupo, todo el año tienen sus
reuniones cada semana y acompañan pequeñas acciones en el barrio, como la Caminata
anual por la paz, junto con toda la parroquia, y de paso, pintan en cada
oportunidad murales con mensajes de paz. Los pequeños comerciantes de la
comunidad, también cooperan con Vallita, todo el mundo sabe a dónde van a parar
esas donaciones. Son para el bien de la comunidad.
Vallita es además
peluquera, tiene su salón en su casa y da cursos en un Centro de Capacitación
Laboral, CECAL. Forma peluqueras y barberos, y también ha salvado a más de un
chamo en peligro por darle la mano en el curso. “Si se sienten aceptados, bajan
su agresividad. A veces eso es lo que les falta. Si todos los rechazamos,
terminan en los grupos violentos que se nutren de ese desamor”. Enfrentar el
mal con el bien. ¡Pura bondad! O dicho en términos de san Juan Bosco: Cariño y
firmeza. Porque eso sí: a Vallita le gustan las cosas bien hechas, nadie
maltrata a nadie.
Pero además, Vallita
estudió teología y tiene un título de TSU en Educación. Así que en esta difícil
coyuntura, con transporte casi inexistente, y bajísimos salarios para los
docentes, cuando hubo renuncias o solicitudes de cambio a principio del año
escolar, hubo necesidad de una persona para la Dirección de la Escuela de Fe y
Alegría del barrio, y la institución le pidió a Del Valle que aceptara. Y si
bien ella aclaró que una dirección no era para ella, que lo suyo es la relación
escuela comunidad y el trabajo pastoral, dijo que lo aceptaría por un año como
un servicio para el colegio y para su barrio. “¡Qué reto, manita!”, me dijo.
Una vez dentro, Vallita
no se olvidó de las MPP y convocó a mamás y abuelas para que hicieran el curso
básico con ella, y ayudada con las madres ya “experimentadas” de la parroquia.
Así que en plena cuarentena, nada de parálisis, manteniendo los protocolos de
prevención y protección, se estrena un nuevo grupo de MPP. ¿No es maravilloso?
Claro, este año no habrá plan vacacional, pero esas mamás han estado
contribuyendo con el colegio, acercando las guías pedagógicas que Fe y Alegría
ha elaborado para el trabajo de educación a distancia, a esos alumnos cuyas
maestras no viven en el barrio. No es lo único que hacen, pero una columna no
da para compartir todo lo que hacen a favor de la vida de esa comunidad.
Les confieso que cuando
me entra el desánimo, yo me acuerdo de Vallita de personas como ella, y me
digo: ¿Quién dijo que se acabaron los sueños? Ya sé, los problemas del país son
extremadamente grandes, pero estas “velitas en medio del apagón” me permite
seguir caminando y no caerme en el siguiente paso. ¡Dios te bendiga y te siga
acompañando, Vallita!
07-08-20
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