Laureano Márquez 06 de agosto de 2020
@laureanomar
No es fácil encontrar categorías teóricas que nos
ayuden a comprender el proceso político venezolano: la demolición de uno de los
países que por sus condiciones materiales podrían considerarse de los más
afortunados y prometedores del planeta.
Acosado por un modelo político destructor, es difícil
entender cómo éste se sostiene, cómo logra fortalecerse mientras peor es su
desempeño, cómo logra sobrevivir con el mundo en contra, con sanciones
internacionales y una larga lista de etcéteras.
Resulta, pues, que ya hay un desarrollo conceptual que
nos permite explicar el fenómeno político venezolano de los últimos tiempos: la
antifragilidad. La idea ha sido desarrollada por el escritor
libanés-norteamericano Nassim Nicholas Taleb en su libro: Antifrágil:
las cosas que se benefician del desorden.
Creo que la mejor manera de presentar este concepto es
como lo hace su propio autor: «Algunas cosas se benefician de los
sobresaltos, prosperan y crecen cuando se exponen a la volatilidad, la
aleatoriedad, el desorden y los factores estresantes y aman la aventura, el
riesgo y la incertidumbre. Sin embargo, a pesar de la ubicuidad del fenómeno,
no hay palabras para lo opuesto a lo frágil, llamémoslo antifrágil.
La antifragilidad está más allá de
la resiliencia o la solidez. El resiliente resiste los choques y
permanece igual, lo antifrágil mejora». El régimen político venezolano es,
quizá el más claro ejemplo de antifragilidad aplicada a la política.
Fenómenos, como la corrupción, el irrespeto al
ordenamiento constitucional, el fraude electoral, la violación a los derechos
humanos y la destrucción de la economía, entre otras situaciones que, en su
conjunto o aisladamente, han acabado con los regímenes políticos que los
promueven, en Venezuela terminan robusteciendo al poder.
Mucho se dijo -por ejemplo- que, sin dinero, un
sistema político populista no podría sostenerse, pues parece que la ausencia de
ingresos le hace más fuerte en otras formas de dominación. Cada desastre brinda
a la oligarquía gobernante nuevas oportunidades de afianzar su poder.
Si la gente emigra huyendo, se beneficia de las
remesas internacionales; si escasea la comida, el control político de la gente
que depende de los alimentos repartidos por el gobierno es mayor; si convoca a
elecciones y frente a ellas la oposición se abstiene, se beneficia porque le
resulta menos complicado ganar, pero si participa, también se beneficia, porque
logra legitimar la trampa.
Es que incluso, la crisis del combustible en un país
petrolero, ha hecho que el aumento del precio de la gasolina -tan polémico en
otros tiempos- se haya dolarizado, como decían los giros de crédito de antes:
“sin aviso ni protesto”.
Todo lo que para otros regímenes políticos es
adversidad, para el de Venezuela es aprovechable, ventajoso, favorable:
narcotráfico, guerrilla, terrorismo internacional, etc.
Los propios errores terminan convirtiéndose en una
gran ventaja para el régimen venezolano: si falla la electricidad, se logra
movilizar a la población contra el “Imperio que ha causado la falla” y entonces
cada apagón termina favoreciendo la tesis de la conspiración y del complot
internacional, que además sirve de excusa para detener a adversarios políticos
que puedan representar incomodidad u obstáculo.
Quizá el más reciente ejemplo de la antifragilidad del
régimen es la pandemia del Covid 19, que en otras latitudes ha debilitado
gobiernos, en Venezuela le vino al régimen como anillo al dedo para aumentar el
control social, para convertir el retorno al país en un delito, para encarcelar
a periodistas independientes dispuestos a informar, para ayudar a sobrellevar
el colapso del combustible y para mantener a la gente recluida e impedida de
protestar.
En definitiva, hay gobiernos que se tambalean cuando
lo hacen mal, el régimen venezolano se fortalece con cada calamidad, sea ésta
provocada por él o producto del azar. Al enviar un paquete con contenido
delicado, se le suele poner una etiqueta que dice: “frágil, manéjese con
cuidado”. Venezuela es un paquete que lleva por fuera una etiqueta diferente:
“antifrágil, manéjese a los coñazos”. Y ya sabemos quién se la ha
colocado.
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