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miércoles, 28 de abril de 2021

Vueltas que da la vida por @goyosalazar

Por Gregorio Salazar

«Vivir para ver», dice con irrebatible sencillez la sabiduría popular atribuyéndole a la permanencia en el tiempo la posibilidad de presenciar cambios insospechables, proezas que se creían imposibles, lo inverosímil hecho realidad. El tránsito terrenal enhebra, al fin y al cabo, un constante desfilar de eventos insólitos de indistintos signos, fatales o maravillosos, derrumbes de mitos e imperios, el renacer de causas, pasiones, cruzadas que se creían perdidas y otras que se manifestaban infalibles e invencibles pulverizadas por la rueda de la historia.

El tiempo deja ver que no hay victorias definitivas ni derrotas totales, que desde cualquier matorral saltará la liebre que enseguida se le escapará a cualquier cazador de invicta puntería.

El tiempo frota su paño implacable sobre el espejo opaco de la realidad y deja ver nítidamente cuán fútil, vana o vacua fueron las causas que condujeron a terribles tragedias y qué fácil hubiera sido evitarlas.

Lo único permanente es el cambio, se repite ahora con asiduidad. Y siempre habrá en la vida de los pueblos quien se pare, sobre un riel —para bien o para mal, con éxito o sin él— a tratar de detener una locomotora con las manos. La política es campo fértil para ello, pero ese es otro cuento. Lo apreciable es que la esencia de la condición humana nos lleve a olvidar tan pronto las causas por las cuales erraron fatalmente otros mortales.

Viene motivado tan largo introito, sin ánimo de hacer de la materia filosófica pieza de bisutería, por la irresistible fascinación que (nos) sigue despertando la fatal e increíble historia de la cual se acaban de cumplir 109 años: el hundimiento del Titanic en su primer y último viaje. ¿Sería exageración o herejía afirmar que ese navío es hoy mundialmente tan conocido como la milenaria Arca de Noé y que su historia tiene ribetes de parábola del Nuevo Testamento?

Un banquero superpoderoso, una línea naviera rutilantemente exitosa, la vanguardia de la ingeniería mundial, el mayor astillero conocido se unieron para construir un prodigio naval, un buque de potencia y suntuosidad maravillosas, un «inhundible» palacio flotante que en su viaje inaugural no navegó ni 100 horas antes de quedar despedazado y dormido en un lecho eterno, oscuro y silencioso, a tres kilómetros de la superficie marina.

Ambición, codicia, arrogancia, desafío temerario a la naturaleza, menosprecio por la vida de los demás, de todo ello se encontrará en esa historia que, de manera sorprendentemente premonitoria, fue contada 14 años antes en la novela que su autor, Morgan Robertson, curiosamente tituló, por primera vez, Futilidad. Lo cambió después de verla hecha realidad por El naufragio del Titán.

Vamos a lo fútil en la tragedia del Titanic y encontraremos un nombre que comúnmente no aparece tan aparejado a la del primero, pero que desde un principio gravitó sobre este: Mauritania, el trasatlántico que desde 1906 se había convertido en el más grande y más veloz de la historia, propiedad de la Cunard Line, la naviera rival White Star Line, propietaria del Titanic.

Era tras las preseas del Mauritania que iba Bruce Ismay, el obnubilado propietario de la White Star a bordo de su grandioso buque, al que llevó finalmente al desastre. El Mauritania poseía desde 1907 la Banda Azul, galardón por la travesía trasatlántica más rápida de la historia en sentido este y también oeste, la primera de ellas, dato no menor, en su viaje inaugural.

Cuando el Titanic se hizo a la mar, el 10 de abril de 1912, el Mauritania, tenía tres años con el récord de velocidad medido en 28 nudos, unos 52 kilómetros por hora en cálculo terrestre, y lo mantuvo durante 20 años. Esto equivale a decir que ni el Titanic ni sus hermanos idénticos que le sobrevivieron —el Olympic y el Britannic— pudieron nunca con el récord de velocidad y travesía del Mauritania. En primer lugar, porque sus máquinas estaban diseñadas para un rango algo menor: 23 nudos, 43 km/h.

Bruce Ismay, quien cobardemente salvó su vida del naufragio, pero fue el primer responsable de la muerte de 1.513 personas, iba entonces tras un imposible. Cuántas muertes y cuantos genocidios no han ocasionado quienes se amarran a quimeras ideológicas. Van como Ismay, sin importarles las inmensas montañas de hielo que la realidad le va anteponiendo a sus planes y que los harán sucumbir irremediablemente.

Como sucinto corolario, fue el Carpathia, buque de pasajeros de modestas dimensiones propiedad de la Cunard, el que rescató a los 712 sobrevivientes del Titanic. Su capitán, Arthur Rostron, pasó como un héroe a la historia, mientras que el tan meritorio capitán Smith subordinó su experiencia y capacidad a los demenciales dictados de su patrón. En ello se le fue la gloria y la vida. Como la humanidad no aprende, el Carpathia también terminó seis años después en el fondo del mar, llevado allí por un torpedo alemán en la Primera Guerra Mundial.

Ah, el naufragio del Titanic también provocó el estrepitoso hundimiento económico de la White Star Line, que terminó fusionada a la archirrival competidora que enfrentaba ferozmente: la Cunard Line, que aún opera grandes cruceros. Vivir para ver. Ver para creer. Vueltas que da la vida.

Gregorio Salazar es Periodista. Exsecretario general del SNTP.

25-04-21

https://talcualdigital.com/vueltas-que-da-la-vida-por-gregorio-salazar/

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