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domingo, 31 de octubre de 2021

Diego Salazar: “Nos guste o no, las audiencias desconfían de los periodistas” por @prodavinci

Por Hugo Prieto


Los bulos, los rumores, las teorías conspirativas, en fin, la desinformación, son los mecanismos que se emplean para que la cortina de humo encubra la corrupción y las conductas opacas. La vieja estrategia que podemos resumir en que un escándalo tapa a otro. De alguna manera el show debe continuar. 

Quien desglosa el tema es Diego Salazar*, un experimentado periodista que ha escrito un libro, cuyo título despierta el interés y la curiosidad de las audiencias. No hemos entendido nada. Empecemos, pues, formulando esta frase en forma de interrogante. ¿Qué es lo que no hemos entendido? “Lo principal que no hemos entendido y que, por suerte, ciertos periodistas y ciertos responsables de medios han empezado a entender, es este cambio de paradigma, en el que la producción, distribución y consumo de información ha cambiado radicalmente en los últimos 15 años. Este hecho, incontrastable, ha despojado a los medios del monopolio de la información. Es un cambio sísmico a todo nivel”. Valga decir, desde la manera en que producimos y consumimos los contenidos informativos hasta la transición del modelo de negocios, pasando por las diferentes estructuras comunicacionales. Precisamente, son estos cambios los que no terminamos de entender. 

Diría que las fake news son tan viejas como el periodismo. ¿Cuál sería la diferencia con las que se difunden actualmente?

La diferencia, realmente, estriba en lo fácil que es producirlas hoy día y el alcance que pueden tener con pocos recursos. Además, es posible -a través de redes sociales y de una manera artificial- acrecentar ese alcance de forma exponencial. Esas son las principales diferencias con los bulos, las informaciones falsas que han pululado siempre en todas partes. 

Añadiría algo. Las fake news del pasado se vinculaban a sucesos políticos y militares de gran importancia. Estoy pensando en el episodio del Maine en la bahía de La Habana y en el episodio del golfo de Tonkín. Dos fake news que, en distintas épocas, le sirvieron a Estados Unidos para despojar a España de sus últimas colonias e intervenir de forma abierta en la Guerra de Vietnam, respectivamente. Lo que vemos actualmente es mucha frivolidad. 

Si miramos con atención la forma en que se produce y distribuye la información en las redes sociales, todo se ha convertido en un arma en esta guerra política y cultural en la que nos encontramos día a día. Las mentiras, las fake news, la desinformación, relacionada, por ejemplo, con la vacuna contra la covid, con los derechos de las minorías, con el aborto, con cualquier tema, puede convertirse en un arma entre aquellos que tienen una visión conservadora y los que tienen una visión más liberal del mundo, entre aquellos que defienden un populismo autoritario de izquierda o los que defienden uno de derecha, etc., etc. Ya no son esos grandes acontecimientos que mencionabas hace un momento los que forman parte de esta guerra cultural en la que, en buena medida, se han convertido las redes sociales y las distintas formas de comunicación que tenemos hoy. 

Aparecieron las redes sociales y los medios quedaron sorprendidos, atónitos. De alguna manera, van detrás de las redes. En Twitter, en Instagram, en Facebook se publica cualquier cosa que, a veces, tiene eco en los medios. Parte de su trabajo ha sido exponer esas noticias falsas que han seguido esa secuencia. ¿A qué atribuye estas dos cosas?

Durante muchísimo tiempo, los medios de comunicación (radioeléctricos y de prensa) contaban con una suerte de monopolio en la producción y distribución de contenidos informativos. Esa posición los predispuso a no entender o a quedar descolocados cuando entramos en lo que se conoce como la web 2.0, la red de redes ya convertida, precisamente, en una herramienta de producción y distribución de información disponible para cualquier usuario. Los periodistas, los editores, las empresas tardaron mucho tiempo en entender ese cambio de paradigma. Para cuando quisieron darse cuenta, tenías a medio mundo utilizando las redes sociales de esa manera. Las redes les arrebataron ese monopolio y también las audiencias. Entre el miedo, la sorpresa y la falta de comprensión, (los medios) reaccionaron -y este es quizás uno de los errores claves en esta historia-, yendo a la zaga, como bien decías. Se resintieron los estándares de calidad de la información. ¿Por qué? Porque había que competir tanto en volumen como en velocidad con las redes sociales. Informaciones (o más bien bulos o rumores) que difunde cualquier persona. Se cae en el error al no verificar los hechos. Eso ha sido parte de mi trabajo en los últimos años: deconstruir la manera en que los medios han cometido estos errores. 

De un tiempo para acá, lo que hemos visto es que los medios tradicionales, con profundidad financiera, corporativa y una estructura periodística sólida, están regresando con contenidos más elaborados, contrastados, verificados. Es decir, con un ejercicio del periodismo puro y duro. De alguna manera, esa ha sido la respuesta a la confusión inicial. Están luchando por las audiencias y, más aún, por una audiencia privilegiada. ¿Qué piensa alrededor de este planteamiento?

Sí. Realmente han pasado unos cuantos años, a Facebook y Twitter lo conocemos desde el 2006. Llevamos ya 15 años de este nuevo escenario. Lo que ha dado tiempo para los cuestionamientos, principalmente a Facebook, como lo hemos visto en las últimas semanas. Cuestionamientos que se hacen, principalmente, desde la prensa -y cierto sector político- de Estados Unidos. Yo creo que algunos medios, algunos responsables y periodistas, lamentablemente no todos, creo, han empezado a entender los errores cometidos y cuál es el lugar y la posición desde donde debe informar un medio de comunicación, como indicas. Se trata, entonces, de un periodismo serio, honesto, con unos objetivos que no son los mismos que en las redes sociales, ni de otras estructuras informativas. El problema principal, en estos largos 15 años, es que el modelo de negocio de pagos por anuncios se ha debilitado de una manera tremenda. Hoy en día, nos guste o no -a mí me gusta-, todo el periodismo que se hace está concebido para ser distribuido por Internet. Pese a la calidad, a los contenidos más cuidados, la supervivencia de medios, tradicionales o no, está en entredicho. Pese a que cuentan con audiencias masivas, el modelo de monetización de esas audiencias no está claro. Y no son muchos los medios que están superando la prueba y consiguiendo una salud financiera que les permita seguir avanzando, en ese esfuerzo por hacer un buen producto.  

La crisis la vemos con más virulencia en el vecindario de América Latina. El hecho, como dice, que la rentabilidad de los medios está en entredicho, agrega incertidumbre. ¿Cómo avizora el panorama en la región?

En Estados Unidos y Europa hay medios que están logrando una transición de un modelo de negocios de pago de anuncios a un modelo de suscripción digital o mixto, en el que la suscripción gana un lugar importante y eso, combinado con cierto tipo de anuncios, aumenta la salud financiera. En Latinoamérica, como has dicho, todavía no vemos medios que logren hacer esa transición o que la tengan encaminada. No voy a mencionar nombres. Pero todavía no podemos decir «este diario se ha convertido en una plataforma informativa digital, que muestra cierta salud financiera a la par que ofrece un gran contenido de calidad para una audiencia masiva». Todavía, lastimosamente, no tenemos ese tipo de medios en nuestra región. A mí me gustaría ser optimista al respecto, pero visto el momento y poniendo el termómetro en la situación actual, no puedo serlo mucho. Creo que el título de mi libro lo resume: «No hemos entendido nada». Me da la impresión que en la esfera mediática regional no terminan de entender el cambio de paradigma y la profunda renovación que se requiere, acorde al momento en que vivimos. 

Resulta paradójico, porque un principio del periodismo es anticipar o ir a la par de los hechos. Resulta que el periodismo es básicamente curiosidad. El hecho de que los medios de la región no sean más proactivos en explorar esa transición, ¿qué sugiere?

En mi experiencia como periodista y como trabajador en algunos medios, pues nunca me ha parecido que las personas al mando, digamos de la parte empresarial, ni sean las más curiosas, ni las más brillantes, ni las más probas, lastimosamente.

En su trabajo hay dos áreas que sobresalen, creo, una es la corrupción y otra son las teorías conspirativas. ¿Quisiera referirse a esos dos temas?

Probablemente, en los últimos dos años, debido fundamentalmente a la pandemia de la covid, hemos visto la forma en que las teorías de la conspiración han proliferado de una manera tan intensa y a lo largo de todo el mundo y, particularmente, en nuestra región. Hay un filósofo inglés, Quassim Cassam, que dice que las teorías de la conspiración, en el fondo, «son desinformación políticamente interesada». Volvemos al inicio de esta conversación, en el sentido de que quizás una de las grandes diferencias entre la desinformación y las fake news actuales, en esta larga historia de bulos, mentiras, supercherías, que han circulado en la prensa a lo largo de los últimos 200 años, tiene que ver hoy en día en cómo todo -valga decir, cualquier tema- es susceptible de convertirse en pólvora o en un arma dentro de esta batalla cultural, dentro de esta guerra política en la que estamos inmersos, todos los días y en todos los frentes. Esto puede estar relacionado con la corrupción, porque también se utiliza la desinformación como cortina de humo para tapar negocios y dineros mal habidos. O para generar conflictos políticos y sociales.

 

La vieja estrategia en la que un escándalo tapa a otro.

Exactamente.

Hubo procesos industriales, científicos, culturales que tardaron más de 15 años y nos pareció una revolución. 

Hay una paradoja ahí. En nuestra época, 15 años parece un siglo por la velocidad en que suceden los cambios. Pero, en efecto, si uno abre el foco y toma cierta perspectiva, en realidad no es tanto tiempo. 

                                                      Fotografía de Daniela Paredes | RMTF

Vemos cómo el periodismo se va decantando. Ya no podemos decir que periodismo es una reseña o una entrevista. En estricto sentido, periodismo es solo y únicamente periodismo de investigación. Lo demás forma parte de la industria cultural. ¿Usted qué cree?

Lo que se hace en periodismo forma parte de la industria cultural y en buena medida de la industria del espectáculo. Guste o no. Hay algo que quisiera recordar. La gran mayoría de la gente consume periódicos o noticieros en buena parte para entretenerse, no como un deber ciudadano. Para estar mejor informado o para tomar buenas decisiones. Son frases muy bonitas, que suenan bien y a todos nos hinchan el pecho de orgullo. Pero no podemos olvidar que la gran mayoría de la audiencia ha utilizado los medios de comunicación como una forma de entretenimiento. Ocurre que entretenimiento es una mala palabra y no lo es. No, es una manera de pasar el tiempo y de disfrutar. Yo creo que muchas personas disfrutamos y nos entretenemos de esa forma. Quizás uno de los grandes problemas que enfrenta el periodismo como industria es que hoy en día contamos con infinitas fuentes y formas de entretenimiento. Antes, para ir al cine o saber el resultado de un partido de fútbol necesitabas el periódico. Hoy en día, esos espacios han sido copados por una avalancha infinita de contenido de distinto tipo. Te puedes informar a través de un link que te llega por WhatsApp, por ejemplo. O encuentras ese link en Twitter. Y por ahí te lleva a la web de un diario o a un video de CNN o a un programa de televisión o de radio. Ese medio está compitiendo con Netflix, con Amazon Prime, con Apple TV. 

Es cierto, el periodismo está hermanado al espectáculo y al entretenimiento. Pero justamente, en esa marejada de información y de contenidos, lo que se está decantando como periodismo, insisto, es el periodismo de investigación. Trabajos que están fundamentados en pruebas, en documentos y en testimonios verificables. Entonces, lo demás es información, entretenimiento y espectáculo. 

A ver, yo no sería tan asertivo en afirmar que solo el periodismo de investigación es periodismo. Creo que los otros géneros, los otros formatos de información, también son periodismo. En lo que sí estoy de acuerdo contigo es que los otros géneros también deben estar sustentados y tener el mismo nivel de exigencia que debe tener un reportaje de investigación a la hora de sustentar, de verificar la información. Ojalá lo entendiéramos así todos los periodistas, que todo el contenido que producimos, ya sea un gran reportaje de investigación, ya sea una reseña, ya sea una buena entrevista o un newsletter de información diaria, debe cumplir con unos estándares mínimos de calidad. Por supuesto, el gran paradigma es el gran reportaje de investigación.  

Ahora los políticos tienen sus propias redes, el señor Donald Trump acaba de inaugurar todo un emporio comunicacional, parece que hasta en esos niveles el monopolio de los medios de comunicación está en entredicho. De hecho, un político te puede decir «a mí no me interesa tu programa o responder tus preguntas, yo puedo difundir la información que me interesa». Lo que está en juego es la credibilidad y también las audiencias. ¿Les corresponde a las audiencias tener una actitud frente a estos fenómenos? ¿O es algo que decanta la credibilidad?

Los políticos han entendido muy rápido las posibilidades que les ofrecen estas plataformas de comunicación. Pareciera, incluso, que las han entendido mucho más rápido que muchos periodistas. Sin embargo, y voy a la segunda parte de tu pregunta, sí creo que a las audiencias les corresponde exigirles a los políticos un accountability  -rendición de cuentas- a través de sus propios canales de comunicación. Tenemos el caso del presidente peruano (Pedro Castillo), que no concede una entrevista a los medios desde mayo cuando aún era candidato. Lo tenemos en el presidente mexicano (Andrés Manuel López Obrador) que se vanagloria de su transparencia y todos los días, en su programa, difunde información llena de datos que, en realidad, oscurecen más que aclarar, porque él controla, directamente, qué informa y cómo lo quiere informar y los medios van repitiendo lo que dice. El trabajo de los periodistas es entender estos mecanismos y la forma en que la están usando los políticos. Y exigir, sin desfallecer en el intento, por difícil que sea, un mayor accountability. Y si no tienes la entrevista, pues romperte el lomo investigando lo que los políticos quieren esconder a través de estas avalanchas informativas, en sus redes sociales y sus ruedas de prensa. 

El periodismo exige el check and balance en todas las áreas -la política, la economía, los negocios-, pero en sentido contrario (si una persona o una organización quiere saber cómo se estructuró y documentó la información) resulta que hay urticaria, piquiña a la hora de tramitar esa solicitud. 

Totalmente, los periodistas exigimos transparencia a todo el mundo y somos muy poco transparentes. Creo que esa actitud es un rezago de la relación que existía antes, en donde había una estructura vertical, en donde los medios, como se dijo antes, tenían una suerte de monopolio de la producción y distribución de la información. Y las audiencias estaban debajo de esa relación vertical y eran meras receptoras. Esa relación ha ido cambiando con el tiempo y creo que, hoy en día, los periodistas tenemos una obligación de transparencia que no podemos dejar de lado. Nos guste o no, la ciudadanía desconfía de nosotros, desconfía de los intereses que hay detrás del periodismo. En efecto, los periodistas tenemos una alergia a que se nos cuestione o se nos critique. Pero creo que esa transparencia al explicar lo que hacemos y cómo lo hacemos es ineludible. Primero que nada, para que la información que producimos esté exenta de toda duda posible. Y, por otro lado, para preservar la confianza de la ciudadanía, que a fin de cuentas es el único valor real que tiene un periodista. 

***

Diego Salazar. Periodista. Actualmente es columnista en la sección de opinión en español de The Washington Post. Autor del libro No hemos entendido nada: ¿Qué ocurre cuando dejamos el futuro de la prensa a merced de un algoritmo? Su próximo libro: ¿Ahora qué? Apuntes urgentes para entender una campaña interminable -la más reciente campaña presidencial en Perú- está en la imprenta y saldrá al mercado editorial en los próximos días.

31-10-21

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