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viernes, 27 de mayo de 2022

El malestar de la política / Alexis Alzuru

Por Alexis A. Alzuru


Eliminar a Maduro con votos no será una tarea sencilla. Entre otras cosas, porque el requisito para conseguirlo es reconectar a la gente con la política; pero ese pueblo que debería protagonizar la transición a la democracia está molesto con la política. Y la cura de ese malestar no se conseguirá maquillando lo ocurrido con primarias o regresando a México de la mano de aquellos que son responsables de que Maduro, ahora, tenga más poder del que tenía al momento de su llegada a Miraflores.

La cura solo se alcanzará tomando decisiones que son difíciles porque su finalidad no sería otra que restituir la credibilidad y confianza del venezolano en sus voceros políticos. En la práctica, una de esas decisiones supondría el reexamen del perfil de aquellos que asistirían a México. Una evaluación que debería consensuarse con argumentos y criterios despersonalizados, esto es, imparciales; pues sería probable que algunos de los que deban elegirse jamás hayan siquiera militado. Sin embargo, ese déficit no debería impedir su designación, pues la visión y astucia que requerirán está latente en cada uno de ellos. Después de todo, cualquier ciudadano guarda dentro de sí un animal político; si no que lo digan D. Trump o V. Zelensky. 

Para derrotar a Maduro tampoco servirá acudir a la receta de siempre. Esa que apela a la tecnocracia comunicacional para manipular la opinión y el voto de la gente. La política no se sustituye con marketing y publicidad. Una confusión, por cierto, que también ocupa un lugar privilegiado entre los factores que están detrás de la tragedia de Venezuela. Basta recodar que las élites siempre pensaron que ese cambio era factible.

Por eso, en su momento vendieron al golpista Chávez como un demócrata, y, después, pensaron que empaquetando nuevos rostros, apellidos y partidos liquidarían de forma exprés al chavismo junto a sus jefes y militantes.

Lo cierto es que para salir del fraudulento proyecto que dirige Maduro se necesitará distinguir las decisiones que persiguen reunificar a la población de aquellas que solo buscan la personalización de los intereses de la Republica. Especialmente, deberá entenderse que el compromiso de concretar la salida de Maduro, ese compromiso que cualquier venezolano tiene consigo mismo y con las próximas generaciones, no autoriza olvidar lo ocurrido. Al contrario, ese deber exige un ajuste de cuentas con el pasado. Un escrutinio critico de lo sucedido. Exige, para decirlo sin tapujos, que no se maquille, se niegue o simplifique la responsabilidad que las élites opositoras y sus voceros han tenido en esa ruptura que hay entre ciudadanía y política. 

Las élites han jugado a administrar el poder sin ensuciarse las manos con la política. Sin embargo, la historia ha enseñado que las sociedades pagan caro el reemplazo de la política por la tecnocracia comunicacional.

En el caso de Venezuela, ese canje no podía resultar menos destructivo y doloroso de lo que ha sido. Lo cual no debería extrañar porque mientras la política es una práctica para consensuar las reglas y las condiciones de la cooperación social, la tecnocracia comunicacional es solamente un instrumento que por igual vende drogas como ambiciones personales o grupales.

México será la antesala de las presidenciales; pues, lo que ocurra en ese escenario predeterminará los resultados electorales. De allí que antes de viajar a ese país el asunto de la renovación del liderazgo debería encararse y decidirse. Los dirigentes nocivos deberían sustituirse por ciudadanos con credibilidad, confiables y capaces. Tres cualidades que se requieren para negociar con éxito. En el entendido, que ese éxito se medirá por resultados que le devuelvan al pueblo la confianza en la política.

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