Carolina Gómez-Ávila 24 de marzo de 2019
Tiempos
de censura siempre son tiempos de desinformación. También son tiempos de
resistencia, una virtud que -como todas- se cultiva en el espíritu. De hecho,
hay que tener mucha resistencia espiritual para no tomar ventaja cuando se
tienen motivos, medios y oportunidad. Sólo en esas circunstancias sabemos qué
tan incorruptibles somos.
Además,
es variable la frecuencia con la cual la vida nos pone en posición de
demostrarlo, el alcance de nuestras acciones y la facilidad que otros tengan
para probar que procedimos mal, si fuera el caso. Y en todo esto también puede
haber corrupción espiritual.
Pero
en ningún caso es un hecho punible, eso está claro excepto para un “jurista del
horror” que seguramente sería capaz, también, de condenar a penas inexistentes
en el ordenamiento legal vigente
Claro
que es escandaloso y merece la reprobación de todos que, quienes tienen el
deber de administrar justicia, cometan el exabrupto de considerar delito algo
que no esté claramente especificado en las leyes o que se atrevan a decidir que
es un hecho punible el que no es material y, por lo tanto, imposible de probar.
Igual de disparatado como penalizar el pensamiento.
Pero
también es motivo de escándalo y de igual reprobación, aprovechar la confusión
producida por la opacidad informativa y, teniendo a la vista la ganancia de la
notoriedad ofrecida por una interpretación sesgada, se permita que la opinión
pública caiga en el error de creer que sucedió algo que no sucedió.
No es
lo mismo “corrupción propia” que “corrupción espiritual”. Si bien fallar lo
primero puede ser injusto, al menos está contemplado en las leyes. Lo segundo
es un disparate. ¿Es igual permitir que la opinión pública crea que sus jueces
son injustos que incitarlos a considerar que están dementes?
Si un
fallo injusto mueve a indignación, ¿a qué moverá el que es producto de un
dislate? Todos los actos tienen consecuencias y en este momento histórico, esas
consecuencias se amplifican. Es verdad que la injusticia no está muy cerca de
la cordura; pero no honrar la verdad, también es corrupción espiritual.
Carolina
Gómez-Ávila
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