Por Simón García
Un maestro de la táctica,
Lenin, desde febrero de 1917 se negó a tumbar al frágil gobierno provisional
que conducía la transición del zarismo a la democracia. Decidió aguardar, con
paciencia de cazador, que la inflación, el desabastecimiento y la inestabilidad
política derrotaran a la alianza de liberales y socialistas. Se concentró en
crear conciencia y organizar el descontento, para cruzar condiciones objetivas
(realidad de la crisis) y subjetivas (voluntad de cambio).
No se precipitó. No
tomó atajos. Los días para estremecer al mundo esperaron hasta que en octubre
gritó Hic Rhodas Hic. Entonces inauguró, con un golpe de Estado condenado al
éxito, el siglo corto de la tragedia roja. Una devastación de la libertad y la
justicia que caería por implosión en 1989.
Aquel modelo, con
inspiraciones originariamente revolucionarias, lo degradó Stalin a trágico
totalitarismo. Pero ahora, los que insisten en sus fracasos disponen de una
nueva y sofisticada tecnología de opresión.
La represión física se
desplazó a la psicológica. Los mecanismos de control dejaron de ser policiales
para tornarse sociales. Se manipula para que las víctimas del régimen sean sus
reproductores inconscientes. Las creencias consagran que el régimen es
invencible y presionan a dar batallas, o no darlas, según conveniencias del
autócrata. La sala de comandos está en las redes.
Chávez llevó cabo hazañas en
la cual fracasaron otros líderes que intentaron instalar el infierno por
asalto. Transformó una victoria presidencial en invasión progresiva de todos
los poderes públicos y colonización pacífica de las Fuerzas Armadas. Después
se propuso atornillar en cada cerebro la polarización y sustituir racionalidad
por ficciones y emociones.
En veinte años la oposición
ha bregado contra el régimen desde un arco de respuestas, a partir de las
cuales he construido, imperfectamente, una personal clasificación de actitudes
que incluye a los inmovilistas que se apartan de la acción política; a los
conservadores que actúan para preservar fuerzas; a los moderados que construyen
posiciones intermedias y consensos; a los radicales centrados en alterar las
bases estructurales del régimen para desplazarlo democráticamente y a los
extremistas que quieren todo ya, sin deliberación, voto o negociación. Para el
enemigo exterminio.
La irrupción virtuosa de
Guaidó mostró un liderazgo radical, pero no extremista. Quebró el inmovilismo y
el cálculo conservador. Arriesgó un desafío ofensivo que descolocó al régimen y
devolvió súbitamente la esperanza a los desesperados. Su gesto no reprodujo una
salida 3, sino una política que construye asintóticamente capacidades de
cambio. La AN es su centro institucional y legítimo de conducción.
Después de tres meses de
logros acumulados por saltos, urge desarrollar la estrategia y corregir la ruta
cuyo orden pétreo y de secuencia prelada rindió buenos frutos a una etapa
inicial. Ahora el desafío es alinearse con la comunidad internacional y
definir como centro de todas las presiones la realización urgente de elecciones
libres y justas, favoreciendo que sectores de la coalición dominante prefieran
la política a la guerra y acepten formar parte de un entendimiento nacional de
reconstrucción del país por diez años, con respeto a la Constitución Nacional
desconocida por Maduro. Además de llegar, hay que saber ganar.
24-03-19
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