Por Luis Ugalde S.J.
En septiembre de 1998, tres
meses antes del triunfo electoral de Chávez, escribí un artículo de prensa
titulado “El gobierno de Chávez”. Lo hice luego de acudir como observador a un
mitin del populista en Mérida, donde me empapé del delirio multitudinario,
hablé con muchos tratando de comprender su fervor y escuché el mitin del líder.
El artículo empezaba así:
“Según las encuestas y análisis sencillos, hay alta probabilidad de que Chávez
gane las elecciones y poca de que pueda hacer un buen gobierno; lo que
significa una especie de suicidio colectivo. Subrayaba una realidad obvia: “el
país necesita un cambio serio y profundo y no puede perder una oportunidad
más”, luego de la sordera ante el “Caracazo”, los intentos de golpe militar y
las crecientes abstenciones electorales de protesta. “Pero los cambios han sido
pocos, el deterioro avanza y la pobreza e incapacidad de enrumbar el país se
profundiza”, afirmaba. Al clamor de cambio, Chávez respondía mesiánicamente con
denuncias acertadas, pero con respuestas emotivas y sin madurez.
Citaba yo las palabras que
me dijo un taxista, hay que cambiar como sea, “porque esto no puede estar
peor”. Yo reflexionaba que podíamos estar peor “sin una rápida recuperación de
la sensatez” y rechazaba la ilusión de un nuevo nacimiento del país “libre de
pecado original”, por virtud de una “constituyente fundamentalista”, llena de
buenos deseos y promesas. Expresaba mi postura crítica a la democracia de los
partidos reinantes, pero no veía “ninguna razón objetiva para pensar que el
equipo chavista viene con mejor brújula, más capacidades y más honestidad”.
Me parecía que la
constituyente milagrosa prometida por el chavismo sería “un truco para
establecer el autoritarismo”. Lamentablemente este régimen en 20 años ha batido
todo récord de insensatez política, de incapacidad y de corrupción.
“No nos interesa -escribía-
Chávez como candidato con sus vagas ideas bolivarianas, sus citas bíblicas, ni
los espejismos de poderes morales imposibles y autoritarios. Nos interesa su
eventual gobierno en los dos primeros meses y el clima que, chavistas y no
chavistas, van a crear de hoy a febrero”. Concluía que “mirando el éxito del
próximo gobierno, por ahora vamos muy mal”.
Hoy la realidad venezolana
es mucho más desastrosa que la de 1998.
Afortunadamente ya hay
estudios, análisis y propuestas excelentes, pero conviene que la población sea
consciente de que esta Venezuela gravemente enferma requiere una cirugía mayor
y un esfuerzo sostenido para renacer a la vida, con democracia y oportunidades
para todos.
¿En qué camino hay que estar
dentro de 6 meses (en agosto próximo) y qué hay que hacer para no fallar? Sobre
todo, necesitamos que el variado liderazgo esté unido en el único y central
reto de pasar a ser productores de lo que le falta al país: productores de
ciudadanía responsable, productores de suficientes bienes y servicios de
calidad, productores de valores personales y públicos que se contagian y
extienden…
Llevamos dos meses increíblemente
positivos porque en la Asamblea Nacional legítima prevaleció la unión en la
elección de la Directiva presidida por Juan Guaidó quien ha demostrado que su
presidencia interina no es para privilegiar a un partido frente a los otros,
sino para despertar y unir todas las fuerzas sociales, atraer los apoyos
internacionales democráticos y juntos salir de este infierno.
Urge la inmediata salida del
usurpador y un pronto gobierno de transición muy definido y concreto en sus
tareas, y muy amplio en la inclusión de personas honestas y competentes
provenientes de diversas corrientes con el único propósito de salvar al país.
Si luego de la salida de Maduro esto se convirtiera en una rebatiña de
ambiciones personales o partidistas, la población escupiría a los traidores.
Por el contrario, un
gobierno de unidad y de renacer nacional con una inspiración moral capaz de
activar en cada venezolano lo mejor de sí, atraerá el necesario apoyo
internacional, la responsabilidad ciudadana, la inversión y el florecimiento
productivo empresarial.
Develar y derrotar esta gran
mentira: Somos un país riquísimo por nuestras grandes reservas petroleras por
lo que nuestro problema no es producir riqueza, sino distribuirla. Chávez
heredó esa mentira, no la inventó, pero se convirtió en el predicador más
elocuente de la misma: Mi gobierno resolverá la contradicción de país rico y
pueblo pobre porque acabará con los tres bandidos que roban al pueblo su renta
petrolera: el imperio criminal, la explotadora empresa privada y los partidos
políticos corruptos. Yo devolveré esa fabulosa riqueza a los venezolanos que se
pongan mi franela y tiendan la mano para recibir, sin necesidad de producir,
decía Hugo Chávez.
El desastre está a la vista
y la sangre del sufrimiento corre por las venas de todos los venezolanos. Es el
momento privilegiado para entender el error mortal y corregir: Somos país pobre
porque pobre es nuestra producción.
El oro, los diamantes y el
petróleo no son nuestra riqueza, sino que seremos un país digno y desarrollado
cuando formemos a cada venezolano con capacidad y le demos la oportunidad de
producir. Producir educación, producir personas y ciudadanos responsables y
libres, producir bienes y servicios de calidad, producir instituciones
solidarias. Producir República.
Ese es el norte para no caer
en otro suicidio colectivo. En septiembre de 1998 concluíamos: “Hacen falta la
sensatez y el realismo de la mayoría que crean el clima de diálogo, de
negociación y de cambio concertado y para eso hay que trabajar desde ahora. Mañana
será demasiado tarde”. Hoy el sufrimiento y la tragedia nos han hecho más
conscientes: República de productores o muerte irremediable.
Caracas, 6 de marzo de 2019.
07-03-19
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