Por Julio Castro Méndez
Vi la silueta de
Chichiriviche de la Costa a través de la ventanilla del avión e imaginé a un
grupo de funcionarios del Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional,
vestidos de negro, entrando por el pasillo. Imaginé también a un contingente
militar alrededor del avión en la pista de aterrizaje. Llegaba al Aeropuerto
Internacional de Maiquetía el mismo vuelo del presidente encargado, Juan
Guaidó.
Aunque soy coordinador del
equipo que trabaja en la ayuda humanitaria, no me enteré de que en el vuelo
venía Guaidó hasta una hora después de haber despegado. Salí de Venezuela el
viernes 1 de marzo con destino a San Francisco, para participar en un evento
organizado por la Asociación de Estudiantes Venezolanos en la Universidad de
Stanford. Mi vuelo de salida se retrasó por un apagón en Maiquetía, perdí la
conexión en Panamá y me cambiaron el itinerario para llegar a Estados Unidos
por Denver. Fue un viaje de 17 horas.
El sábado estuve desde las
8:00 de la mañana hasta las 5:30 de la tarde en el evento, donde expuse la
situación del sector salud en Venezuela y la propuesta del Plan País. Debía
regresar al día siguiente. Salí a las 8:30 de la noche (hora de San Francisco) para
hacer conexión. Viajé trece horas. Llegué al aeropuerto de Tocumen a las 5:30
de la mañana del lunes (hora de Panamá). El vuelo CM 224 de Copa Airlines con
ruta Ciudad de Panamá-Caracas era el último tramo de mi viaje.
Revisé mis redes sociales
antes de abordar. Guaidó había anunciado que regresaba a Caracas ese mismo día.
No se reportaban movimientos en Maiquetía. Pregunté a mi familia y me dijo lo
mismo. Consulté a varios compañeros del equipo de la ayuda humanitaria y no me
respondieron. Estuve entre los últimos que abordaron el avión. Mi asiento
estaba en la fila 29 de 33. Avisé a mi esposa que llegaría a Caracas al
mediodía.
Entré en el avión y ya la
mayoría de los pasajeros estaban sentados. Guardé mi bolso unos puestos más
atrás. No quedaba espacio arriba de mi asiento. Me tocó compartir la fila con
un muchacho y su pareja. Me senté y vi al otro lado del pasillo a una mujer muy
llamativa. Vestía de rojo. Tenía una cartera DKNY, camisa Michael Kors,
espadrillas Carolina Herrera. Cadenas y pulseras de oro. Maquillada.
Voluptuosa. La acompañaba un niño de unos nueve años, disfrazado de Flash.
Cargaba unas bolsas del Duty Free tan cargadas que no pudo guardarlas
en el portaequipajes. Las metió bajo el asiento. “Debe ser la esposa de un
general”, pensé. Puse mi almohada y me quedé dormido antes de despegar.
Había pasado una hora de
vuelo cuando desperté. Vi pasar al baño a uno de los fotógrafos del equipo de
Guaidó. Me llamó la atención, pero no se me ocurrió que él estuviera ahí. Un
rato después vino un diputado a saludarme.
—El jefe está adelante. Para
que sepa, va a hablar más tarde.
—¿Hay alguna sospecha de qué
va a pasar en Maiquetía?
—No, ¿qué sabe usted?
—Yo supe hasta que me monté
en el avión que en el aeropuerto no había nada extraño. No sé más nada.
Guaidó viajaba con su
esposa, Fabiana Rosales. Regresaban a Venezuela después del intento de ingresar
la ayuda humanitaria por las fronteras el sábado 23 de febrero.
El presidente encargado había hecho una gira por Colombia, Paraguay, Argentina
y Ecuador a pesar de que le habían decretado prohibición de salida del país.
Anunció que entraría a Venezuela por el Aeropuerto Internacional de Maiquetía y
había mucha expectativa. Podían detenerlo.
Quince minutos después de
hablar con el diputado, escuché la voz de Guaidó. Me puse de pie, pero solo
veía filas de pantallas de celulares, disputando puestos para grabarlo o
fotografiarlo. Habló unos diez minutos. Cuando terminó su mensaje, todos
siguieron hablando. “Vamos bien”. “¿Qué pasará en Maiquetía?”.
El que tenía sentado a mi
lado me preguntó en inglés si era verdad que “el presidente Guaidó” estaba en
el avión. Le preocupaba que lo arrestaran. Me dijo que él y su compañera eran
alemanes y habían ido de vacaciones a Panamá. Harían conexión en Caracas.
—¿Y tú sabes quién es
Guaidó?
—Sí, allá en Alemania esto
lo pasan todos los días en el noticiero. ¿Usted no está nervioso?
—La verdad, sí. No sabemos
qué va a pasar. Pueden aparecer militares cuando lleguemos. Veremos.
Guaidó dijo a los pasajeros
que podían grabar todo, pero pidió discreción. Ningún video debía publicarse
antes de que él saliera del avión. No querían alertar a las autoridades.
Al otro lado del pasillo, el
hijo de la mujer vestida de rojo brincaba. “¡Mamá, Guaidó!”, le decía. Ella lo
mandaba a callar. Pensé que si era esposa de un general podría avisar cuando
llegáramos. Escribí un mensaje a mi esposa para que apenas tuviera señal le
llegara la alerta.
Cuando vi la costa de
Chichiriviche, el alemán y yo nos asomamos por la ventanilla para ver si había
militares, algún contingente, alguien que nos esperara. No vimos nada.
En la parte de adelante
comenzaron a cantar el Himno Nacional. Voces de todas las filas se sumaron
espontáneamente. Se me salieron las lágrimas. Le expliqué al alemán lo que
significaba viajar con el presidente.
Volvimos a escuchar la voz
de Guaidó en el parlante. Otra vez las pantallas de los celulares bloquearon la
visión. “No manden el video hasta que yo salga. Después publiquen lo que
quieran. Quédense tranquilos. Si hay una situación difícil, no se expongan.
Nosotros tenemos planes para diferentes escenarios”.
Dijo una frase que me quedó
grabada: “Ustedes están aquí por una razón que solamente el destino sabe. Les
agradezco su compañía”.
Aterrizamos. Busqué mi bolso
en la cola del avión. Mi vecina del pasillo intentaba controlar al pequeño
Flash. Estaba seria.
—Mamá, ¿de verdad vas a
votar por Guaidó? ¡Si siempre has votado por Maduro! —dijo el niño superhéroe.
La mamá le respondió con un
pellizco. Los que estábamos cerca la volteamos a ver. Nadie le dijo nada.
Guaidó fue el primero en
salir. Yo fui el último. No encontré nada extraño en el camino y la cola de
migración estaba llena de pasajeros. Los alemanes estaban en la fila de
extranjeros. No volví a ver a la mujer de rojo ni al pequeño Flash. Debió pasar
por otro lado.
Caminé hacia la salida. Los
funcionarios de aduanas y policías migratorios estaban en grupos. Hablaban
entre sí mientras se mostraban las fotos que le tomaron a Guaidó.
Su llegada fue una sorpresa
hasta para la aerolínea. Panamá no estaba en la agenda oficial de la gira. El
gobierno del presidente Juan Carlos Varela ocultó su estadía en ese país. El
presidente ejecutivo de Copa Airlines, Pedro Heilbron, contó en una entrevista a CNN En Español que solo
les habían informado que viajaría “un pasajero muy VIP”.
Guaidó fue el último en
abordar el avión. Viajó en clase ejecutiva.
“Ya Guaidó viene”, avisó una
mujer que salió de aduana a quienes esperaban en el área de llegada. Tenía
puesto el uniforme del Seniat. Había periodistas, fotógrafos. También varios
embajadores. Mi esposa estaba ahí. Mientras esperaba en la cola de migración,
la llamé. Me dijo que Guaidó había podido pasar.
Guardé mi boarding pass como recuerdo de ese
vuelo que me tocó vivir por casualidad. Salimos en el carro y nos encontramos a
un gentío cuando pasamos por la iglesia de Maiquetía. Guaidó estaba montado en
el techo de una camioneta. Saludaba a una multitud que lo rodeó para darle la
bienvenida. Esa vez sí lo pude ver. Tomamos el canal izquierdo y seguimos
nuestro camino hasta Caracas.
06-03-19
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico