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jueves, 7 de marzo de 2019

Vuelo 224 o viajar de carambola con el presidente encargado por @juliocastrom



Por Julio Castro Méndez


Vi la silueta de Chichiriviche de la Costa a través de la ventanilla del avión e imaginé a un grupo de funcionarios del Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional, vestidos de negro, entrando por el pasillo. Imaginé también a un contingente militar alrededor del avión en la pista de aterrizaje. Llegaba al Aeropuerto Internacional de Maiquetía el mismo vuelo del presidente encargado, Juan Guaidó.

Aunque soy coordinador del equipo que trabaja en la ayuda humanitaria, no me enteré de que en el vuelo venía Guaidó hasta una hora después de haber despegado. Salí de Venezuela el viernes 1 de marzo con destino a San Francisco, para participar en un evento organizado por la Asociación de Estudiantes Venezolanos en la Universidad de Stanford. Mi vuelo de salida se retrasó por un apagón en Maiquetía, perdí la conexión en Panamá y me cambiaron el itinerario para llegar a Estados Unidos por Denver. Fue un viaje de 17 horas.

El sábado estuve desde las 8:00 de la mañana hasta las 5:30 de la tarde en el evento, donde expuse la situación del sector salud en Venezuela y la propuesta del Plan País. Debía regresar al día siguiente. Salí a las 8:30 de la noche (hora de San Francisco) para hacer conexión. Viajé trece horas. Llegué al aeropuerto de Tocumen a las 5:30 de la mañana del lunes (hora de Panamá). El vuelo CM 224 de Copa Airlines con ruta Ciudad de Panamá-Caracas era el último tramo de mi viaje.

Revisé mis redes sociales antes de abordar. Guaidó había anunciado que regresaba a Caracas ese mismo día. No se reportaban movimientos en Maiquetía. Pregunté a mi familia y me dijo lo mismo. Consulté a varios compañeros del equipo de la ayuda humanitaria y no me respondieron. Estuve entre los últimos que abordaron el avión. Mi asiento estaba en la fila 29 de 33. Avisé a mi esposa que llegaría a Caracas al mediodía.

Entré en el avión y ya la mayoría de los pasajeros estaban sentados. Guardé mi bolso unos puestos más atrás. No quedaba espacio arriba de mi asiento. Me tocó compartir la fila con un muchacho y su pareja. Me senté y vi al otro lado del pasillo a una mujer muy llamativa. Vestía de rojo. Tenía una cartera DKNY, camisa Michael Kors, espadrillas Carolina Herrera. Cadenas y pulseras de oro. Maquillada. Voluptuosa. La acompañaba un niño de unos nueve años, disfrazado de Flash. Cargaba unas bolsas del Duty Free tan cargadas que no pudo guardarlas en el portaequipajes. Las metió bajo el asiento. “Debe ser la esposa de un general”, pensé. Puse mi almohada y me quedé dormido antes de despegar.

Había pasado una hora de vuelo cuando desperté. Vi pasar al baño a uno de los fotógrafos del equipo de Guaidó. Me llamó la atención, pero no se me ocurrió que él estuviera ahí. Un rato después vino un diputado a saludarme.


—El jefe está adelante. Para que sepa, va a hablar más tarde.

—¿Hay alguna sospecha de qué va a pasar en Maiquetía?

—No, ¿qué sabe usted?

—Yo supe hasta que me monté en el avión que en el aeropuerto no había nada extraño. No sé más nada.

Guaidó viajaba con su esposa, Fabiana Rosales. Regresaban a Venezuela después del intento de ingresar la ayuda humanitaria por las fronteras el sábado 23 de febrero. El presidente encargado había hecho una gira por Colombia, Paraguay, Argentina y Ecuador a pesar de que le habían decretado prohibición de salida del país. Anunció que entraría a Venezuela por el Aeropuerto Internacional de Maiquetía y había mucha expectativa. Podían detenerlo.

Quince minutos después de hablar con el diputado, escuché la voz de Guaidó. Me puse de pie, pero solo veía filas de pantallas de celulares, disputando puestos para grabarlo o fotografiarlo. Habló unos diez minutos. Cuando terminó su mensaje, todos siguieron hablando. “Vamos bien”. “¿Qué pasará en Maiquetía?”.

El que tenía sentado a mi lado me preguntó en inglés si era verdad que “el presidente Guaidó” estaba en el avión. Le preocupaba que lo arrestaran. Me dijo que él y su compañera eran alemanes y habían ido de vacaciones a Panamá. Harían conexión en Caracas.

—¿Y tú sabes quién es Guaidó?

—Sí, allá en Alemania esto lo pasan todos los días en el noticiero. ¿Usted no está nervioso?

—La verdad, sí. No sabemos qué va a pasar. Pueden aparecer militares cuando lleguemos. Veremos.

Guaidó dijo a los pasajeros que podían grabar todo, pero pidió discreción. Ningún video debía publicarse antes de que él saliera del avión. No querían alertar a las autoridades.

Al otro lado del pasillo, el hijo de la mujer vestida de rojo brincaba. “¡Mamá, Guaidó!”, le decía. Ella lo mandaba a callar. Pensé que si era esposa de un general podría avisar cuando llegáramos. Escribí un mensaje a mi esposa para que apenas tuviera señal le llegara la alerta.

Cuando vi la costa de Chichiriviche, el alemán y yo nos asomamos por la ventanilla para ver si había militares, algún contingente, alguien que nos esperara. No vimos nada.

En la parte de adelante comenzaron a cantar el Himno Nacional. Voces de todas las filas se sumaron espontáneamente. Se me salieron las lágrimas. Le expliqué al alemán lo que significaba viajar con el presidente.

Volvimos a escuchar la voz de Guaidó en el parlante. Otra vez las pantallas de los celulares bloquearon la visión. “No manden el video hasta que yo salga. Después publiquen lo que quieran. Quédense tranquilos. Si hay una situación difícil, no se expongan. Nosotros tenemos planes para diferentes escenarios”.

Dijo una frase que me quedó grabada: “Ustedes están aquí por una razón que solamente el destino sabe. Les agradezco su compañía”.

Aterrizamos. Busqué mi bolso en la cola del avión. Mi vecina del pasillo intentaba controlar al pequeño Flash. Estaba seria.

—Mamá, ¿de verdad vas a votar por Guaidó? ¡Si siempre has votado por Maduro! —dijo el niño superhéroe.

La mamá le respondió con un pellizco. Los que estábamos cerca la volteamos a ver. Nadie le dijo nada.

Guaidó fue el primero en salir. Yo fui el último. No encontré nada extraño en el camino y la cola de migración estaba llena de pasajeros. Los alemanes estaban en la fila de extranjeros. No volví a ver a la mujer de rojo ni al pequeño Flash. Debió pasar por otro lado.

Caminé hacia la salida. Los funcionarios de aduanas y policías migratorios estaban en grupos. Hablaban entre sí mientras se mostraban las fotos que le tomaron a Guaidó.

Su llegada fue una sorpresa hasta para la aerolínea. Panamá no estaba en la agenda oficial de la gira. El gobierno del presidente Juan Carlos Varela ocultó su estadía en ese país. El presidente ejecutivo de Copa Airlines, Pedro Heilbron, contó en una entrevista a CNN En Español que solo les habían informado que viajaría “un pasajero muy VIP”.

Guaidó fue el último en abordar el avión. Viajó en clase ejecutiva.

“Ya Guaidó viene”, avisó una mujer que salió de aduana a quienes esperaban en el área de llegada. Tenía puesto el uniforme del Seniat. Había periodistas, fotógrafos. También varios embajadores. Mi esposa estaba ahí. Mientras esperaba en la cola de migración, la llamé. Me dijo que Guaidó había podido pasar.

Guardé mi boarding pass como recuerdo de ese vuelo que me tocó vivir por casualidad. Salimos en el carro y nos encontramos a un gentío cuando pasamos por la iglesia de Maiquetía. Guaidó estaba montado en el techo de una camioneta. Saludaba a una multitud que lo rodeó para darle la bienvenida. Esa vez sí lo pude ver. Tomamos el canal izquierdo y seguimos nuestro camino hasta Caracas.

06-03-19




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