Trino Márquez 23 de abril de 2020
@trinomarquezc
El
Partido Comunista Chino, única organización política que existe en China desde
hace más de setenta años, tiene mucho que explicar en medio de la pavorosa
crisis desatada en todo el planeta por el Covid-19. Esos señores, que han ejercido
el poder de forma tiránica durante siete décadas, ahora quieren hacerse los
desentendidos. Echárselas de víctimas porque el mundo entero les pide que
aclaren con exactitud lo ocurrido con ese microorganismo patógeno, que está
causando una hecatombe en el planeta entero.
No
me encuentro entre quienes se deleitan creyendo en teorías conspirativas y
divulgándolas. No me parece probable que los miembros de la dirección del PCCh
hayan concebido un plan, cuyo centro sería la propagación de un virus letal, para
arrodillar a Occidente, quebrando su economía, y luego convertirse en los
dueños de las más importantes empresas de la Tierra. Esa trama me parece
fantasía terrorista. Cuentos macabros con poca o ninguna base empírica. Sin
embargo, también resulta sospechosa la otra historia que ubica el origen de la
pandemia en un humilde cliente de un mercado popular en Wuhan, ciudad de once
millones de habitantes donde, por casualidad, operan al menos dos laboratorios
que realizan investigaciones y manipulan virus como el Covid-19.
Lo
cierto es que la Humanidad necesita saber qué fue lo que sucedió en Wuhan;
desde cuándo conocían las autoridades chinas, es decir el PCCh, lo que estaba
ocurriendo allí; por qué el virus se propagó tan rápidamente, a pesar de que el
médico que estudiaba el caso, y, al parecer, falleció producto del contagio,
había alertado a las autoridades sanitarias; por qué durante la celebración del
Nuevo Año chino, centena de miles de personas se movilizaron fuera de ese país;
por qué el virus se ha extendido a todo el orbe, pero no con la misma
intensidad en China, nación que reúne a la quinta parte de los habitantes del
globo.
Son
muchas e imperiosas las interrogantes que la expansión del Covid-19 plantea. La
ONU debería proponer la creación de una comisión independiente, una comisión de
la verdad, que recopile todo el material posible, sostenga entrevistas con
especialistas en el área de la investigación, con el personal médico de Wuhan y
con todo aquel que pueda aportar algún dato interesante que sirva para
descifrar el enigma. El secretismo característico del PCCh resulta inaceptable
en las actuales circunstancias. En esta ocasión no se trata solo de que el
gobierno esclaviza a un grupo minoritario de la población, como sucede con los
cristianos, o tiraniza a una nación pequeña e inerme como el Tíbet. Esos son
casos, sin duda, lamentables. Ahora la cuestión es que el género humano se
encuentra seriamente amenazado. La Cultura mundial ha sido estremecida por un
agente mortífero que apareció sin que nadie estuviera preparado para recibirlo.
Al
PCCh no se le debe permitir que invoque los fariseos y manoseados principios de
la autodeterminación y la soberanía de los pueblos, con el fin de bloquear una
investigación objetiva, que debe convertirse en una aspiración de los pueblos
del mundo, incluido el pueblo chino.
Los
comunistas chinos, al igual que los comunistas de todas las épocas, consideran
que la libertad de prensa, de información y de pensamiento, son libertades
‘formales’, ‘burguesas’, de las cuales los revolucionarios deben prescindir. La
verdad revolucionaria es autoevidente. No necesita mensajeros. Si antes era
palpable que el ‘Cuarto Poder’ es fundamental como contrabalence, en la actual
coyuntura queda demostrado que esas libertades resultan esenciales no solo para
para preservar el sistema democrático, sino para resguardar la sobrevivencia
del género humano. El Covid-19 se difundió hasta los rincones más lejanos del
planeta y ha causado tantos estragos porque en China el Partido Comunista jamás
ha permitido la libertad de información. La tecnología se ha puesto al servicio
de un régimen paranoico que controla y atemoriza a los ciudadanos. Estos han
terminado siendo piezas minúsculas de un engranaje infernal que tritura
cualquier forma de disidencia.
Mario
Vargas Llosa, con la maestría que lo caracteriza, denunció la barbarie de los
comunistas chinos hace algo más de un mes. Esto produjo que ese régimen
psicópata desatara su furia contra el premio Nobel, tal vez el pensador más
influyente de la actualidad en habla hispana.
Una
de las lecciones que la Humanidad debe extraer de la inmensa tragedia que
vivimos, es que la democracia, el libre ejercicio de la información, la
comunicación y la crítica, son vitales para que el mundo se preserve. El autoritarismo,
y todavía más, el totalitarismo, hay que combatirlos en donde se encuentren, al
igual que se lucha contra los gérmenes patógenos. La dictadura está asociada
con la muerte del espíritu y del cuerpo.
Desatar
la xenofobia contra los ciudadanos chinos, tal cual ocurre en algunos países,
expresa un sentimiento bastardo. Ellos son víctimas de la burocracia impersonal
y cruel que los domina. Los países democráticos deben impedir que la dirigencia
del PCCh se escape por la tangente. La verdad debe ser conocida.
Trino
Márquez
@trinomarquezc
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