Pedro Benítez 22 de abril de 2020
@PedroBenitezF
Acusaciones,
amenazas, detenciones arbitrarias, el régimen chavista ha hecho de la pandemia
del coronavirus otro capítulo de su guerra sin fin. Ahora le ha tocado el turno
a uno de los cuatro gobernadores de oposición, Alfredo Díaz, del estado Nueva
Esparta, a quien acusan de haber permitido la llegada del exterior del contagio
a la Isla de Margarita cuando todas las evidencias indican que la
responsabilidad es de los mandos militares nacionales que responden a Maduro.
Para el chavismo la política no es la guerra por otros
medios, sencillamente es la guerra. Es su concepción de la política. Es,
probablemente, el peor legado de Hugo Chávez a sus acólitos.
Desde su llegada al poder hace 20 años el motor de
toda la acción chavista ha sido el conflicto permanente, la búsqueda incesante
e insaciable de los enemigos de la causa. Como se puede apreciar hoy en el
resto del mundo esa es una de las características fundamentales del populismo.
En ese sentido, el chavismo ha cumplido rigurosamente
el libreto. Primero fue el enemigo anterior. Los gobiernos de Acción
Democrática y Copei (1959-1998) contra los cuales enfiló la culpabilidad de
todos los errores, de todos los fracasos. De todas las traiciones históricas.
Reales o supuestas. Hugo Chávez exprimió ese argumento hasta más no poder.
Cuando el paso de los años desgastó la verosimilitud
de ese discurso y no se podía seguir señalando a los ya lejanos gobiernos
anteriores de los fracasos y promesas incumplidas del régimen se pasó a
culpabilizar al enemigo interno: los empresarios privados. La burguesía lacaya
y apátrida.
Eran ellos, los especuladores y acaparadores que
provocaron la que ha sido la inflación más alta del mundo por años y el
desabastecimiento generalizado. Desde modestos panaderos y comerciantes hasta
grandes empresas tradicionales como el Grupo Polar. Era la guerra
económica. Otro protagonista de esa etapa fue el dólar a quien se prometió
pulverizar.
El otro fue el enemigo exterior: Estados Unidos. El
imperio. Un actor infaltable del relato a lo largo de estas dos décadas.
Siempre detrás del sinnúmero de conspiraciones, golpes de estados y magnicidios
nunca demostrados. Durante la etapa de George Bush y la primera de Barack
Obama la respuesta de Washington fue la inferencia. Chávez arremetió
verbalmente contra el republicano aprovechando la extendida impopularidad de
éste, mientras que el mercado norteamericano pagaba puntalmente la factura
petrolera de hasta 100 dólares el barril. Es decir, financiaba sus delirios
revolucionarios. El imperialismo era la encarnación del mal pero pagaba bien.
El nuevo objetivo de Maduro
Pues en estos días de pandemia Nicolás Maduro
anda como lobo al acecho en busca del enemigo interno de ocasión. Del sujeto
hacia el cual desviar la atención.
La
encontró en el gobernador del estado insular de Nueva Esparta, Alfredo Díaz.
Uno de los cuatro gobernadores opositores elegido contra todas la dificultades
en agosto de 2017.
Se
detectó un foco de contagio de la pandemia en una academia de béisbol situada
en la isla luego del arribo de personas provenientes de República Dominica.
Maduro respondió automáticamente señalando al gobernador. Inmediatamente vino
la acusación de irresponsabilidad hasta supuesta corrupción por parte de él,
sus voceros y de todo el aparato comunicacional. En un primer momento no lo
afirmó abiertamente pero Maduro dejó colar la idea de la eterna conspiración.
Porque
para él (esto sí lo ha dicho abiertamente) la pandemia es un ataque bilógico
del Estados Unidos contra China. No tiene pruebas pero aseguran que aparecerán.
En el caso de la acusación contra el gobernador de
Nueva Esparta (Isla de Margarita) poco importó que el acceso a ese estado por
puertos y aeropuertos esté en manos de la Guardia Nacional (GNB) que responde
únicamente a Maduro y que tiene la responsabilidad de efectuar los protocolos
sanitarios.
Tampoco que la mencionada academia trabaje en la
jurisdicción y con el aval de una alcaldía controlada por el oficialista
Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), que actuando con el
característico sectarismo chavista llegó al extremo de impedir a la gobernación
efectuar las jornadas de limpieza y prevención correspondientes.
Mucho menos Maduro tomó en cuenta que él mismo decidió
despojar (ilegalmente) a esa gobernación de recursos, presupuestos y
competencia, entre otras las referidas a la salud pública, luego que su
candidato fuera derrotado (pese a todo el ventajismo de que dispuso) por
Alfredo Díaz hace dos años y medio. Le entregó esas mismas competencias y
recursos al candidato derrotado por los electores con el título de “protector”
del estado. Una muestra más del talante democrático del chavismo.
No conforme con lo anterior una de las primeras
medidas para “atender” el problema fue arrestar a la epidemióloga Carmen
Hernández y presentarla ante un tribunal ¿Su delito? Advertir públicamente
sobre el caso de contagio en la academia. Otro privado de libertad fue el
director de Defensa Civil del estado Aldo Pusticcio por intentar
adelantar un operativo de desinfección.
No son casos aislados porque la campaña del gobierno
de Maduro en este mes de cuarentena nacional ha incluido arrestos diarios. Por
incumplir las medidas, por contagiarse, por informar o por criticar.
La retórica y acción oficial ha sido la de tratar los
afectados por coronavirus en Venezuela como delincuentes. Enemigos de la paz
pública. Los casos de contagios y los procedimientos para actuar no los ordena
un profesional experto en el aérea de epidemiologia sino el Fiscal General de
Maduro, Tarek William Saab. No da parte médicos, sino partes policiales.
Ese es el criterio.
La televisión y la radio del Estado no se cansan de
repetir que Maduro mantiene a salvo a Venezuela de la tragedia que está
arrasando al mundo. No cesan en su boletines de hacer la odiosas comparaciones
de la cifras. Del número de contagiados y fallecidos en Estados Unidos y
Colombia. De todos los enemigos que nos ha querido hacer daño. Allí están
pagando por sus pecados.
Porque Maduro esto es una guerra. O al menos otro
capítulo de una guerra sin fin. Contra los desafectos y contra el mundo.
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