OPUS DEI 18 de abril de 2020
Cristo
vive y vive en nosotros. Por eso el tiempo de Pascua es un tiempo de alegría:
es el más cristiano porque es gozar de la gloria de Dios. Pero podría suceder
que, en estas semanas más difíciles, se nos escapara.
Lo
propio de la Pascua se capta en varias escenas del Evangelio de estos días. Es
la alegría por haber encontrado de nuevo a Jesucristo, ahora resucitado y
glorioso. Un reencuentro con el Él transforma la vida de los apóstoles, de las
santas mujeres o de los discípulos de Emaús.
Como
a ellos, Jesucristo puede tocar nuestros miedos y fracasos para darnos
fortaleza, esperanza y paz. Eso es vivir de Cristo. Ha resucitado y eso
significa que la muerte -nuestros defectos, miserias y pecados- no tienen la
última palabra, porque Él nunca nos abandona.
En
el evangelio del Domingo de la Misericordia (Jn, 20, 19-31), podemos extraer
tres enseñanzas. En primer lugar Jesús saluda con la paz a los discípulos, que
están encerrados por miedo. Él tiene la paz que necesitamos, una paz diferente
a la que propone el mundo. Es una paz -don de Dios-, que no se pierde aunque
haya problemas. En segundo lugar, Jesús muestra las heridas de la crucifixión
para que reconozcan el amor de Dios Padre, para que entiendan que la Cruz era
la respuesta de Dios al mal. Esta imagen se representa en la imagen del la
Divina Misericordia, en la que Jesús muestra sus manos atravesadas por los
clavos y los rayos de sus dones que salen de su Corazón. La última idea es el momento
en el que instituye el sacramento de la Confesión, sacramento de la
misericordia de Dios. Fomentemos los deseos de recibir este sacramento, con
actos de contrición como ha aconsejado el Papa Francisco.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico