Por Simón García
Ninguno de los contendores
ha podido romper el empate catastrófico. Pero cada uno está convencida que
puede hacerlo, pronto y absolutamente a su favor. Es la ilusoria zanahoria que
no se alcanza por acelerar la carrera, confundir realidades con deseos o gritar
que ahora si. Ambos, gobierno y oposición, deberían ajustar sus expectativas y
las consecuencias.
Hasta ahora quienes tienen
el poder real han sorteado con éxito todos los envites opositores. El régimen
ha ganado combates concretos, pero no está hoy en condiciones de ganar una
guerra cuyo resultado siempre le será pírrico.
Las sanciones comienzan a
debilitarlo y a reducirle su margen de maniobra. Pero, si lo acorralan, puede
crear una situación de resistencia crónica y prolongar el empate.
La oposición partidista, si
se mantiene encadenada a la estrategia que la obliga sólo a derrocar a su
contrincante, tenderá a tener pérdidas en su base social de apoyo y a poner en
evidencia que su gobierno dual es simbólico. Su fuerza efectiva se la presta
EEUU y la comunidad internacional. Su fuerza potencial es la existencia de una
mayoritaria oposición social al gobierno, pero que siente que sus intereses y
necesidades importan poco en cálculos políticos reducidos a estar en
Miraflores.
En la oposición social, sin
las gríngolas que la polarización pone en los cerebros, comienzan a reconocerse
como complementarios, partidarios de los dos mundos.
Son la base real para lograr
el cese de la destrucción del país y el espacio para iniciar una unificación
que permitirá retornar a la democracia y a la lucha por la reconstrucción de
Venezuela, sin que una parte de la sociedad las obstaculice.
Es cuestión de mayoría, pero
sólo hace falta un borracho para acabar con una fiesta.
El encuentro entre estos
componentes de una solución eficaz, pacífica y electoral al conflicto de poder
está trabado en la errada visión que sólo se logrará exterminando al otro. La evidencia
sobre la inutilidad de esta apuesta está en el comportamiento del régimen
durante estos decenios. También en las desviaciones extremistas de la
oposición, a un costo fatal.
Cualquiera de los dos
proyectos rivales, puestos a escoger entre una rendición humillante y resistir
con las botas puestas, escogerá lo segundo. El grito caribe del sólo
nosotros somos hombres retumbará sobre más muertes y más destrucción. El
uso de la violencia desatará todos los demonios. Y es este escenario el que
tientan las dos cúpulas, cuando se niegan siquiera a volver a formular
propuestas de acuerdo que pongan a pensar al otro.
En el contexto actual
rechazar la negociación es avivar un incendio cuyas primeras candelitas están
prendiéndose.
Andan sueltos por el país
tres pandemias: la del virus; la del hambre y los servicios; la soterrada
desesperación, no por motivos políticos, sino por sobrevivencia. Si se juntan
estos tres detonantes habrá una explosión que agravará todas las crisis
previas.
Se necesita una tregua, no para
dialogar sino para acordar con urgencia un plan del país nacional para
vencer las tres pandemias. Una tregua corta en objetivos y en tiempo de
ejecución. No para hacer política, sino para ser humanos.
La resolución del conflicto
de poder puede esperar, el hambre y el desbordamiento del virus, no. Si
los dirigentes, con asimetría o sin ella, no saben unirse condenarán al país a
sufrir el efecto Saturno. Puerta a desgracias irreparables y mayores.
26-04-20
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