Francisco Fernández-Carvajal 27 de abril de
2020
@hablarcondios
— Pureza de intención y
presencia de Dios. Actuar de cara a Dios.
— Vigilantes ante las
alabanzas y elogios. «Para Dios toda la gloria». Rectificar.
— Examinar los motivos
que mueven nuestras acciones. Omisiones en el apostolado por falta de rectitud
de intención.
I. La vida de los
primeros fieles y su testimonio en el mundo nos dan a conocer su temple y
valentía. No tenían como norma de conducta aquello que era más fácil o más
cómodo o más popular, sino el cumplimiento acabado de la voluntad de Dios. «No
hacían caso de los peligros de la muerte (...), ni de su pequeño número, ni de
la multitud de sus contrarios, ni del poder, fuerza y sabiduría de sus
enemigos; porque tenían fuerzas mayores que todo eso: el poder de Aquel que
había muerto en la Cruz y había resucitado»1.
Tenían la mirada fija en Cristo, que dio su vida por todos los hombres. No
buscaban su gloria personal ni el aplauso de sus conciudadanos. Actuaban con
rectitud de intención, con la mirada puesta en su Señor. Esto es lo que permite
decir a San Esteban en el momento de su martirio: Señor, no les tengas
en cuenta su pecado2,
como leemos en la Misa de hoy.
La intención es recta cuando Cristo es el fin y el
motivo de nuestras acciones. «La pureza de intenciones no es más que presencia
de Dios: Dios nuestro Señor está presente en todas nuestras intenciones. ¡Qué
libre estará nuestro corazón de todo impedimento terrenal, qué limpia será
nuestra mirada y qué sobrenatural todo nuestro modo de obrar cuando Jesucristo
reine de verdad en el mundo de nuestra intimidad y presida toda nuestra
intención!»3.
Por el contrario, quien busca la aprobación ajena y el
aplauso de los demás puede llegar a deformar la propia conciencia: Se puede
entonces tomar como criterio de actuación «el qué dirán» y no la voluntad de
Dios. La preocupación por la opinión de los demás podría transformarse en miedo
al ambiente; se llegaría fácilmente entonces a neutralizar la actividad
apostólica de los cristianos, quienes «han tomado sobre sí una tarea urgente
que han de cumplir en la tierra»4:
la evangelización del mundo.
En ocasiones, por no desentonar con el ambiente, se
comienza con facilidad a no ser del todo coherente con los principios. Se cae
en la tentación de inclinarse hacia el lado en que es más fácil recoger
sonrisas y cumplidos, o, en el mejor de los casos, del lado de la mediocridad.
Es lo que ocurrió con los fariseos. «Ella (la vanagloria y la cobardía) fue la
que los apartó de Dios; ella les hizo buscar otro teatro para sus luchas, y
esto los perdió. Porque como se procura agradar a los espectadores que cada uno
tiene, según los espectadores, tales son los combates que se realizan»5.
Por el contrario, el que busca de verdad a Cristo ha de saber que su conducta
–sobre todo si su vida se desarrolla en un medio poco cristiano– será impopular
y combatida en muchas ocasiones.
Debemos procurar, en primer lugar, en nuestras
actuaciones, agradar a Cristo. Si aún buscara agradar a los hombres, no
sería siervo de Cristo6.
Y el mismo San Pablo replicaba así a algunos fieles de Corinto que criticaban
su apostolado: En cuanto a mí, muy poco se me da ser juzgado por
vosotros o por cualquier otro tribunal, que ni aun a mí mismo me juzgo... Quien
me juzga es el Señor7.
Los juicios humanos son a menudo errados y poco
fiables. Solo Dios puede juzgar nuestras acciones y también nuestras
intenciones. «Entre las sorpresas que nos esperan en el día del juicio, no será
la menor el silencio que el Señor guardará sobre aquellas de nuestras acciones
que nos valieron los aplausos de nuestros semejantes (...). En cambio, puede
suceder que haya inscrito en nuestro activo algunas acciones que nos hayan
atraído críticas, censuras (...). Nuestro juez es el Señor. Y a Él es a quien
hemos de agradar»8.
Preguntémonos muchas veces al día: ¿hago en este momento lo que debo?, ¿busco
la gloria de Dios, o la propia vanidad, el quedar bien? Si somos sinceros en
esas ocasiones, tendremos luz para rectificar la intención, si fuera necesario,
y dirigirla al Señor.
II. Una mala
intención destruye las mejores acciones; la obra puede estar bien hecha,
incluso ser beneficiosa, pero, por estar corrompida en su fuente, pierde todo
su valor a los ojos de Dios. La vanidad o el buscarse a uno mismo puede
destruir, a veces totalmente, lo que podría haber sido una obra de santidad.
Sin rectitud de intención equivocamos el camino.
En algunas ocasiones el recibir un pequeño elogio es
un signo de amistad y puede ayudarnos en el camino del bien. Pero debemos
dirigirlo con sencillez al Señor; además, una cosa es recibir un elogio, una
señal de ser bien recibidos, y otra, el buscarlo. Y siempre hemos de estar
atentos y vigilantes ante las alabanzas, pues «muchas veces nuestra débil alma,
cuando recibe por sus buenas acciones el halago de los aplausos humanos, se
desvía (...), encontrando así mayor placer en ser llamada dichosa que en serlo
realmente (...). Y aquello que había de serle motivo de alabanza a Dios se le
convierte en causa de separación»9.
El Señor señala en diversas ocasiones el pago de las
buenas obras hechas sin rectitud de intención: ya recibieron su
recompensa, dice refiriéndose a los fariseos que buscaban el ser alabados y
considerados. Se ha obtenido lo que se había buscado: una mirada de aprobación,
un gesto admirativo, una palabra elogiosa. Y de todo eso quedará solo humo en
muy poco tiempo: nada para la eternidad. ¡Qué fracaso haber perdido tanto por
tan poco! Dios recibe nuestras acciones –aunque sean pequeñas– si las hemos
ofrecido con intención pura: hacedlo todo para la gloria de Dios10,
nos aconseja San Pablo. Las dos pequeñas monedas que aquella pobre viuda echó
en el cepillo del Templo11,
se convirtieron en un gran tesoro en el Cielo.
El Señor contempla nuestra vida y tiene cada día la
mano extendida para ver qué le ofrecemos: acepta aquello que verdaderamente
hacemos por Él. De lo demás ya recibimos nuestra triste recompensa aquí abajo.
«Pureza de intención. —Las sugestiones de la soberbia y los ímpetus de la carne
los conocemos pronto... y peleas y, con la gracia, vences.
»Pero los motivos que te llevan a obrar, aun en las
acciones más santas, no te parecen claros... y sientes una voz allá dentro que
te hace ver razones humanas..., con tal sutileza, que se infiltra en tu alma la
intranquilidad de pensar que no trabajas como debes hacerlo —por puro Amor,
sola y exclusivamente por dar a Dios toda su gloria.
»Reacciona enseguida cada vez y di: “Señor, para mí
nada quiero. —Todo para tu gloria y por Amor”»12.
Qué estupenda jaculatoria para repetirla muchas veces:
«Señor, para mí nada quiero. —Todo para tu gloria y por Amor». Nos ayudará a
vivir el desprendimiento de tantas cosas y a rectificar la intención en muchas
ocasiones.
III. Para
ser personas de intención recta es conveniente examinar los motivos que mueven
nuestras acciones: considerar en la presencia de Dios lo que nos induce a
comportarnos de una manera o de otra, lo que nos lleva a reaccionar de este
modo, si existen omisiones en nuestro apostolado por falsos respetos humanos,
si nos amoldamos con facilidad a un ambiente poco cristiano, etcétera. A la luz
de la fe podremos descubrir los puntos de cobardía o de vanagloria que puede
haber en la conducta.
Nos indica el Señor una norma clara: cuando
des limosna no lo vayas pregonando...13,
no publicar lo que hacemos, no detenernos en lo que nos parece que hemos hecho
bien. Ni en el momento de hacerlo, ni después: que tu mano izquierda no
sepa lo que hace tu derecha. No dejar de hacer tampoco aquello que debemos.
Tenemos un testigo de excepción. Ninguno de nuestros
actos pasa inadvertido ante nuestro Padre Dios. Nada le es indiferente, esto ya
es recompensa suficiente, un gran motivo para rectificar la intención en el
trabajo y en las obras de apostolado. «Una impaciente y desordenada
preocupación por subir profesionalmente, puede disfrazar el amor propio so capa
“de servir a las almas”. Con falsía –no quito una letra–, nos forjamos la
justificación de que no debemos desaprovechar ciertas coyunturas, ciertas circunstancias
favorables...
»Vuelve tus ojos a Jesús: Él es “el Camino”. También
durante sus años escondidos surgieron coyunturas y circunstancias “muy
favorables”, para anticipar su vida pública. A los doce años, por ejemplo,
cuando los doctores de la ley se admiraron de sus preguntas y de sus
respuestas... Pero Jesucristo cumple la Voluntad de su Padre, y espera:
¡obedece!
»—Sin perder esa santa ambición tuya de llevar el
mundo entero a Dios, cuando se insinúen esas iniciativas –ansias quizá de
deserción–, recuerda que también a ti te toca obedecer y ocuparte de esa tarea
oscura, poco brillante, mientras el Señor no te pida otra cosa: Él tiene sus
tiempos y sus sendas»14.
Vigilancia nos pide el Señor, porque si nos
descuidamos, buscaremos la recompensa de aquí abajo, y dejaremos de hacer el
bien por cobardía, por respetos humanos, por miedo a la opinión de los demás.
No nos vaya a suceder «como la nave, que ha realizado muchos viajes, y ha
escapado de muchas tempestades, pero en el mismo puerto choca contra una roca y
se le caen por la borda todos los tesoros que guardaba; así, quien, después de
muchos trabajos, no rechaza el deseo de alabanzas, naufraga en el mismo puerto»15.
Somos más libres cuando hacemos las cosas solamente
por Dios. Así no estamos supeditados al «qué dirán» ni a la gratitud humana,
que es siempre frágil. La rectitud de intención nos ayuda a realizar un
apostolado más fecundo en cualquier ambiente y en cualquier circunstancia, nos
señala el camino de la libertad anterior.
1 San
Juan Crisóstomo, Hom. sobre San Mateo, 4. —
2 Hech 7,
59. —
3 S.
Canals, Ascética meditada, p. 143. —
4 Conc.
Vat. II, Const. Gaudium et spes, 93. —
5 San
Juan Crisóstomo, Homilías sobre San Mateo, 72. —
6 Gal 1,
10. —
7 1
Cor 4, 3-4. —
8 G.
Chevrot, En lo secreto, p. 33. —
9 San
Gregorio Magno, Moralia, 10, 47-48. —
10 1
Cor 10, 31. —
11 Mc 12,
42. —
12 San
Josemaría Escrivá, Camino, n. 783. —
13 Mt 6,
2-4. —
14 San
Josemaría Escrivá, Surco, n. 701. —
15 San
Juan Crisóstomo, Hom. de perect. Evang.
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