Por Andrés Cañizalez
La crisis generada por el
coronavirus ha exacerbado de nuevo en varios países el rol presidencialista y,
aun guardando distancias sobre la naturaleza de diferentes regímenes, en el
fondo desde el poder se busca copar y controlar la agenda pública, en
medio de la pandemia.
Son muchas las diferencias
entre Donald Trump y Nicolás Maduro, sin duda alguna. La legitimidad de origen
que tiene Trump, pese a sus excentricidades, le dan a su gobierno una condición
de régimen democrático. Muy por el contrario está el gobernante de Venezuela,
que al atornillarse en el poder, saltándose la propia constitución, le da su
gobierno un carácter no precisamente democrático.
Hechas las salvedades, de cómo
estamos ante gobiernos de naturaleza distinta, ambos gobernantes sin embargo
están aprovechando la crisis pasar a copar la agenda de discusión, y
evitando la crítica pública hacia sus respectivas gestiones.
En el caso de Maduro, hay
notablemente un uso político de sus cadenas de radio y televisión relacionadas
con el coronavirus. Escasamente se informa sobre lo que está ocurriendo. Por lo
general se critica a otros países, se coloca la responsabilidad en las víctimas
y hay un autoelogio permanente.
La crisis del COVID-19,
posiblemente, le esté ofreciendo a Maduro la legitimidad para pararse cada día
ante el país como jefe de Estado, cosa de la cual no gozaba en una situación
convencional. La excepcionalidad de estos días le da tribuna legítima a
quien en el fondo no la tuvo en 2018, ya que los venezolanos, mayoritariamente,
no querían su reelección.
Venezuela está sumida en una
crisis sin precedentes, que tiene como principal responsable a Maduro. Los
servicios públicos, todos, sencillamente llegaron a un punto de colapso. La
vida cotidiana en el país está llena de precariedad, de cosas que debían
funcionar y que sencillamente no lo hacen. Y en el mejor de los casos, se
cuenta con servicios intermitentes.
La crisis global, le da al
habitual discurso chavista la posibilidad de endilgarle la culpa a otros, como
es habitual. La pandemia será señalada como responsable de muchas carencias en
el país.
La agenda pública ante el
coronavirus
La pandemia, entretanto, le
ha hecho ganar tiempo a Maduro. Le atornilla en el poder. Los sectores que le
adversan o sencillamente están opacados o silenciados en la agenda pública, que
está copada por el tema sanitario y social.
Maduro se hace preeminente
en la agenda pública, mientras que el principal referente opositor, Juan Guaidó,
luce reactivo y de manos atadas. El coronavirus deja en evidencia que Guaidó no
tiene poder para ejecutar, por más buenas intenciones o planes acertados tenga.
Trump, entretanto, tiene su
oportunidad de oro para hacerse reelegir, si su carácter no termina
saboteándole. La imagen de un presidente enfadado mandando a callar a
periodistas en la sala de prensa de la Casa Blanca no le ayuda en nada.
Con una campaña electoral
en suspenso por el COVID-19, Trump acertadamente reactivó alocuciones diarias.
Tiene sentido ante la crisis, y la necesidad de que se informe al público, pero
al mismo tiempo son una tremenda vitrina para que el presidente-candidato tenga
exposición pública.
El virtual candidato
demócrata, el ex vicepresidente Joe Biden, entretanto, graba videos y mensajes
en el sótano de su casa, donde está confiando como medida preventiva.
Trump es ahora una voz
única, sin más contrapeso que la prensa independiente, enfrentando a lo que de
forma hábil cataloga como la amenaza externa (el “virus chino”), ofreciendo de
antemano pronósticos elevados sobre el número de muertes, a fin de cuentas
atizando los temores más primarios de la sociedad.
El coronavirus desnuda la
crisis, pero sobre todo arroja luces sobre las respuestas desde el poder a la
crisis.
17-04-20
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