Ismael Pérez Vigil 18 de abril de 2020
Algunos
aprovecharon mi artículo de la semana pasada para cargarle la mano a los
políticos, para dar rienda suelta a ese sentimiento antipolítica, que tenemos
tantos años cultivando. Aunque no era la intención de mi artículo, debo
reconocer que comprendo porque ocurre. Es algo natural. Los políticos son el
sector al cual más se achaca la fama y el vicio de la corrupción. Es lógico,
son los que manejan los recursos del país, de la población, y aunque no se los
apropien, basta con que no se administren de la manera que cada quien pensaría
que se deben administrar, para que surja la sospecha. Y en muchos casos, no es
una mera sospecha, sino una certeza.
Además,
los políticos forman parte de un sector de la población al cual nadie va a
salir a defender. El político corrupto, no lo va a hacer, pues procura pasar
desapercibido y que no se levante mucho polvo a su alrededor; y el que no lo
es, no se da por aludido, pues no considera que tenga algo de que defenderse.
En un mundo lleno de preguntas y ávido de respuestas y soluciones, cuando no se
encuentran, es más fácil encontrar culpables y si estos no se defienden, no
dicen nada, mejor que mejor, pues todos sabemos que el que calla otorga.
En
conclusión, estamos frente a uno de esos lugares comunes que todos aceptamos y
repetimos automáticamente, sin pensar. Nos dicen política o políticos e
inmediatamente pensamos en corrupción y en piloto automático repetimos como un
mantra, la frase: “los políticos, son todos unos corruptos.
Así,
la antipolítica forma parte de la narrativa populista, de izquierda y de
derecha, a la que me referí la semana pasada. Esa frase, “los políticos, son
todos unos corruptos”, forma parte de ese “mensaje” del que hablé (y del que solo desarrollé una pequeña
parte en el artículo referido), con el que Chávez, el chavismo y el madurismo
mantienen su popularidad entre la gente que los sigue.
Esa
predica “antipolítica” tuvo una importante expresión durante más de 20 años en
Venezuela, antes de Chávez, y en la cual se “enrolaron” muchos empresarios,
medios de comunicación (no olvidemos la predica de ese gran “influencer”–como
les dicen ahora– que fue Renny Ottolina) y cuyos epítomes fueron novelas como
“Por Estas Calles”, pero también casi todos los programas políticos de opinión
en radio y TV, columnas de prensa, cuyos autores hoy están casi todos
arrepentidos y son furibundos anti régimen; fue parte también del discurso
político de campaña que llevó a Rafael Caldera y su “chiripero” a la segunda
presidencia en 1993 y después a Hugo Chávez Frías en 1998 y que hoy mantiene a
Maduro en el poder; como “discurso”, pues sabemos que lo que realmente lo
sostiene allí es la fuerza armada y la represión.
Hugo
Chávez se supo montar muy bien en esa onda antipolítica, anti partidos, y se
lanzó también por otra vía de ese virus populista: acusar a los políticos de
“corruptos” y que esos eran los que le “quitaban el pan al pueblo” y por eso él
iba a “freír en aceite” las cabezas de los adecos y acabar con los partidos
corruptos. Y lo hizo. Pero no acabo con la corrupción, a esta la potenció.
Acabo con las instituciones, el congreso, los partidos –en la Constitución
Bolivariana ni siquiera se les nombra y expresamente prohíbe que sean
financiados por el Estado– modificó la composición del TSJ, cambió a su antojo
la constitución y los símbolos patrios, y un largo etcétera; y esa tarea la
continúa hoy Maduro: desconociendo a la AN, inhabilitando a los partidos
políticos, persiguiendo y encarcelando diputados y líderes políticos y demás.
Esa predica anticorrupción, ese aprovecharse del “hastío” de la clase media,
sobre todo de esa que espera “que le toque algo” de la riqueza del país, forma
parte de esa “narrativa” populista, que Chávez supo utilizar muy bien.
Y
es que con respecto a los políticos y la corrupción, frecuentemente se nos olvidan
dos cosas; una, que los políticos están allí donde nosotros, ciudadanos, los
colocamos, donde nosotros los ponemos y usualmente no los controlamos, porque
es más fácil, más cómodo, ocuparnos de nuestros negocios, actividades
académicas, familias; y dos, que donde hay un político corrupto, por lo general
también hay un empresario, un banquero o un connotado miembro de la sociedad
civil que se beneficia de esa corrupción; pero no hablamos de eso, solo de los
políticos. Bueno, no lo hacemos nosotros, porque la “narrativa” populista si se
ocupó también de los empresarios, con discursos, insultos, hostigamiento y esa
política destructiva de empresas, las expropiaciones, etc., que trabajadores y
seguidores del régimen aplaudieron a rabiar y que hoy lamentan al verse sin
empleo, sin ingresos y sin lo que producían esas empresas que arruinaron.
Es
en verdad, esto de la antipolítica, una situación compleja, que tiene dos
aristas, la del partido, el líder político, como tal, y la de la sociedad
civil, los líderes de la sociedad civil, cada vez más activos en política. En
ambos sectores debemos superar desviaciones y limitaciones.
Tenemos
que decir que es cierto que la mayoría de los partidos no han dado muestras de
haber llevado a fondo sus procesos internos de renovación; muchos de ellos
continúan siendo un cascaron vacío, sin ideología, expresiones decadentes de
escasa participación social, que se activaban tan solo en momentos de procesos
electorales y con cuantiosos recursos económicos –cuando dispusieron de ellos–,
que los utilizaban en contratar asesores de imagen, costosas campañas
publicitarias y –cuando se podía– en comprar espacios en los medios. Sus
líderes se convirtieron así en “líderes mediáticos” que pululaban alrededor de
micrófonos de radio y cámaras de televisión y su inspiración programática eran
las encuestas de opinión, a las que seguían como si tratara de verdaderos
oráculos. Todo eso se quedó en cenizas del pasado.
Pero
no es menos cierto que había muchos autodenominados líderes de la sociedad
civil, y hoy hay nuevos líderes políticos, expertos en utilizar redes sociales
y la organización que habían creado a su alrededor, frecuentemente sobre
estimando sus potencialidades y utilizándolas como atajo —con unos pocos
seguidores— o como plataforma de proyección personal y política y se montaban
sobre el vacío de poder dejado por los partidos y líderes tradicionales y, con
la excusa de que los partidos “ya no los representaban”, nos presentaban –hoy
algunos todavía lo hacen– sus propias y personales aspiraciones de poder.
Algunos
veían que esa era una ruta más fácil, en vez de hacer carrera política en algún
partido, comenzando desde la base, ganando y escalando posiciones con trabajo;
pretendían llegar “por arriba”, con buenos contactos en los medios de
comunicación, desde una ONG, a veces de carácter unipersonal, de página Web o
de “maletín”, para ahorrarse el tiempo y el esfuerzo que le supuso al líder
profesional, de partido, llegar a la posición que ocupaba. Constituyeron así
“organizaciones”, eficientes en el uso de los recursos mediáticos y la prensa,
pero donde la tónica dominante seguía siendo el individualismo, en red y
“organizado”, pero individualismo al fin; donde privaba –en algunos casos, hoy
aun priva– el interés personal, la falta
de compromiso, la falta de arraigo y proyección en la comunidad. En nada se
diferenciaban de los lideres y partidos tradicionales que criticaban y
“satanizaban”.
Era
en efecto una “satanización”, que sin duda tenía y tiene un cierto asidero en
la realidad, no es posible negarlo; pero, en la práctica, aun sirve de excusa
para que los venezolanos comunes, por frustración o comodidad, nos
desentendamos de la política y dejemos esta tarea en manos de los políticos y
los partidos, para después quejarnos. ¿Cuándo abandonaremos ese discurso, que
no ha conducido a ninguna parte?
Ismael
Pérez Vigil
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico