Francisco Fernández-Carvajal 18 de abril de
2020
@hablarcondios
— Aparición de Jesús a
los Apóstoles estando ausente Tomás. Le comunican que Jesús ha resucitado.
Apostolado con quienes han conocido a Cristo, pero no le tratan.
— El acto de fe del
Apóstol Tomás. Nuestra fe ha de ser operativa: actos de fe,
confianza con el Señor, apostolado.
— La Resurrección es
una llamada a manifestar con nuestra vida que Cristo vive. Necesidad de estar
bien formados.
I. El
primer día de la semana1,
el día en que resucitó el Señor, el primer día del mundo nuevo, está repleto de
acontecimientos: desde la mañana, muy temprano2,
cuando las mujeres van al sepulcro, hasta la noche, muy tarde3,
cuando Jesús viene a confortar a sus más íntimos: La paz sea con
vosotros, les dice. Y dicho esto les mostró las manos y el costado.
En esta ocasión, Tomás no estaba con los demás Apóstoles, no pudo ver al Señor,
ni oír sus consoladoras palabras.
Este Apóstol fue el que dijo una vez: Vayamos
también nosotros y muramos con él4.
Y en la Última Cena expresó al Señor su ignorancia, con la mayor
sencillez: Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo vamos a saber el
camino?5. Llenos de un profundo gozo, los Apóstoles buscarían a Tomás
por Jerusalén aquella misma noche o al día siguiente. En cuanto dieron con él,
les faltó tiempo para decirle: ¡Hemos visto al Señor! Pero
Tomás, como los demás, estaba profundamente afectado por lo que habían visto
sus ojos: jamás olvidaría la Crucifixión y Muerte del Maestro. No da ningún
crédito a lo que los demás le dicen: Si no veo la señal de los clavos
en sus manos, y no meto mi dedo en esa señal de los clavos y mi mano en su
costado, no creeré6.
Los que habían compartido con él aquellos tres años y con quienes por tantos
lazos estaba unido, le repetirían de mil formas diferentes la misma verdad, que
era su alegría y su seguridad: ¡Hemos visto al Señor!
Tomás pensaba que el Señor estaba muerto. Los demás le
aseguraban que vive, que ellos mismos lo han visto y oído, que han estado con
Él. Así hemos de hacer nosotros: para muchos hombres y para muchas mujeres
Cristo es como si estuviera muerto, porque apenas significa nada para ellos,
casi no cuenta en su vida. Nuestra fe en Cristo resucitado nos impulsa a ir a
esas personas, a decirles de mil formas diferentes que Cristo vive, que nos
unimos a Él por la fe y lo tratamos cada día, que orienta y da sentido a
nuestra vida.
De esta manera, cumpliendo con esa exigencia de la fe,
que es darla a conocer con el ejemplo y la palabra, contribuimos personalmente
a edificar la Iglesia, como aquellos primeros cristianos de los que nos hablan
los Hechos de los Apóstoles: crecía el número de los creyentes, hombres
y mujeres, que se adherían al Señor7.
II. A los
ocho días, estaban de nuevo dentro sus discípulos y Tomás con ellos. Estando
las puertas cerradas, vino Jesús, se presentó en medio y dijo: La paz sea con
vosotros. Después dijo a Tomás: Trae aquí tu dedo y mira mis manos, y trae tu
mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino fiel8.
La respuesta de Tomás es un acto de fe, de adoración y
de entrega sin límites: ¡Señor mío y Dios mío! Son las suyas
cuatro palabras inagotables. Su fe brota, no tanto de la evidencia de Jesús,
sino de un dolor inmenso. No son tanto las pruebas como el amor el que le lleva
a la adoración y a la vuelta al apostolado. La Tradición nos dice que el
Apóstol Tomás morirá mártir por la fe en su Señor. Gastó la vida en su
servicio.
Las dudas primeras de Tomás han servido para confirmar
la fe de los que más tarde habían de creer en Él. «¿Es que pensáis –comenta San
Gregorio Magno– que aconteció por pura casualidad que estuviese ausente
entonces aquel discípulo elegido, que al volver oyese relatar la aparición, y
que al oír dudase, dudando palpase y palpando creyese? No fue por casualidad,
sino por disposición de Dios. La divina clemencia actuó de modo admirable para
que, tocando el discípulo dubitativo las heridas de la carne de su Maestro,
sanara en nosotros las heridas de la incredulidad (...). Así el discípulo,
dudando y palpando, se convirtió en testigo de la verdadera resurrección»9.
Si nuestra fe es firme, también se apoyará en ella la
de otros muchos. Es preciso que nuestra fe en Jesucristo vaya creciendo de día
en día, que aprendamos a mirar los acontecimientos y las personas como Él los
mira, que nuestro actuar en medio del mundo esté vivificado por la doctrina de
Jesús. Pero, en ocasiones, también nosotros nos encontramos faltos de fe como
el Apóstol Tomás. Tenemos necesidad de más confianza en el Señor ante las
dificultades en el apostolado, ante acontecimientos que no sabemos interpretar
desde un punto de vista sobrenatural, en momentos de oscuridad, que Dios
permite para que crezcamos en otras virtudes...
La virtud de la fe es la que nos da la verdadera
dimensión de los acontecimientos y la que nos permite juzgar rectamente de todas
las cosas. «Solamente con la luz de la fe y con la meditación de la palabra
divina es posible reconocer siempre y en todo lugar a Dios, en quien
nos movemos y existimos (Hech 17, 28); buscar su voluntad
en todos los acontecimientos, contemplar a Cristo en todos los hombres,
próximos o extraños, y juzgar con rectitud sobre el verdadero sentido y valor
de las realidades temporales, tanto en sí mismas como en orden al fin del
hombre»10.
Meditemos el Evangelio de la Misa de hoy. «Pongamos de
nuevo los ojos en el Maestro. Quizá tú también escuches en este momento el
reproche dirigido a Tomás: mete aquí tu dedo, y registra mis manos; y
trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino fiel (Jn 20
27); y, con el Apóstol, saldrá de tu alma, con sincera contrición, aquel
grito: ¡Señor mío y Dios mío! (Jn 20, 28), te
reconozco definitivamente por Maestro, y ya para siempre –con tu auxilio– voy a
atesorar tus enseñanzas y me esforzaré en seguirlas con lealtad»11.
¡Señor mío y Dios mío! ¡Mi Señor y mi Dios! Estas palabras han servido
de jaculatoria a muchos cristianos, y como acto de fe en la presencia real de
Jesucristo en la Sagrada Eucaristía, al pasar delante de un sagrario, en el
momento de la Consagración en la Santa Misa... También pueden ayudarnos a
nosotros para actualizar nuestra fe y nuestro amor a Cristo resucitado, realmente
presente en la Hostia Santa.
III. El
Señor le contestó a Tomás: Porque me has visto has creído: bienaventurados los
que sin haber visto han creído12.
«Sentencia en la que sin duda estamos señalados nosotros –dice San Gregorio
Magno–, que confesamos con el alma al que no hemos visto en la carne. Se alude
a nosotros, con tal que vivamos conforme a la fe; porque solo cree de verdad el
que practica lo que cree»13.
La Resurrección del Señor es una llamada a que
manifestemos con nuestra vida que Él vive. Las obras del cristiano deben ser
fruto y manifestación del amor a Cristo.
En los primeros siglos la difusión del cristianismo se
realizó principalmente por el testimonio personal de los cristianos que se
convertían. Era una predicación sencilla de la Buena Nueva: de hombre a hombre,
de familia a familia; entre quienes tenían el mismo oficio, entre vecinos; en
los barrios, en los mercados, en las calles. Hoy también quiere el Señor que el
mundo, la calle, el trabajo, las familias sean el cauce para la transmisión de
la fe.
Para confesar nuestra fe con la palabra es necesario
conocer su contenido con claridad y precisión. Por eso, nuestra Madre la
Iglesia ha hecho tanto hincapié a lo largo de los siglos en el estudio
del Catecismo, donde, de una manera breve y sencilla, se contiene
lo esencial que hemos de conocer para poder vivirlo después. Ya San Agustín
insistía a aquellos catecúmenos a punto de recibir el Bautismo: «Así, pues, el
sábado próximo, en que celebraremos la vigilia, si Dios quiere, habréis de dar
no la oración (el Padrenuestro), sino el símbolo (el Credo); porque si ahora no
lo aprendéis, después, en la iglesia, no se lo habéis de oír todos los días al
pueblo. Y, en aprendiéndolo bien, decidlo a diario para que no se olvide: al
levantaros de la cama, al ir a dormiros, dad vuestro símbolo, dádselo a Dios,
procurando hacer memoria de ello, y sin pereza de repetirlo. Es cosa buena
repetir para no olvidar. No digáis: “Ya lo dije ayer, y lo digo hoy, y a diario
lo digo; téngolo bien grabado en la memoria”. Sea para ti como un recordatorio
de tu fe y un espejo donde te mires. Mírate, pues, en él; examina si continúas
creyendo todas las verdades que de palabra dices creer, y regocíjate a diario
en tu fe. Sean ellas tu riqueza, sean a modo de vestidos para el aderezo de tu
alma»14. ¡A cuántos cristianos habría que decirles estas mismas
palabras, pues han olvidado lo esencial del contenido de su fe!
Jesucristo nos pide también que le confesemos con
obras delante de los hombres. Por eso, pensemos: ¿no tendríamos que ser más
valientes en esa o aquella ocasión?, ¿no tendríamos que ser más sacrificados a
la hora de sacar adelante nuestros quehaceres? Pensemos en nuestro trabajo, en
el ambiente que nos rodea: ¿se nos conoce como personas que llevan vida de fe?,
¿nos falta audacia en el apostolado?, ¿conocemos con profundidad lo esencial de
nuestra fe?
Terminamos nuestra oración pidiendo a la Virgen, Asiento
de la Sabiduría, Reina de los Apóstoles, que nos ayude a manifestar con
nuestra conducta y nuestras palabras que Cristo vive.
1 Jn 20,
1. —
2 Mc 16,
2. —
3 Jn 20,
19. —
4 Jn 11,
16. —
5 Jn 14,
5. —
6 Jn 20,
25. —
7 Hech 5,
14. —
8 Jn 20,
26-27. —
9 San
Gregorio Magno, Homilías sobre los Evangelios, 26, 7.
—
10 Conc.
Vat. II, Decr. Apostolicam actuositatem, 4. —
11 San
Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, 145. —
12 Jn 20,
29. —
13 San
Gregorio Magno, loc. cit., 26, 9. —
14 San
Agustín, Sermón 58, 15.
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