Paulina Gamus 26 de febrero de 2023
El
diccionario de la RAE define Genocidio como: «Aniquilación o exterminio
sistemático y deliberado de un grupo social por motivos raciales, políticos o
religiosos». Para no remontarnos a la historia lejana recordemos a los
mayores genocidas del siglo XX cuyas motivaciones encajaron en esta definición:
Adolfo Hitler asesinó a millones de seres humanos, incluso niños, por ser judíos,
eslavos, gitanos, homosexuales o comunistas. Iosif Stalin y Mao Zedong
prefirieron acabar con la vida de millones de sus compatriotas con un método
mucho menos sofisticado: el hambre. En el siglo XXI el
genocida que se nos viene a la mente es Slodoban Milosevic, dictador
serbio entregado por la justicia de su país al Tribunal Penal
Internacional de La Haya, acusado de crímenes contra la humanidad en la guerra
en Kosovo.
A la luz de lo ocurrido con el terremoto del 20 de febrero de este año 2023, que asoló varias ciudades de Turquía y de Siria y que acabó con las vidas de decenas de miles de personas (quizá nunca se sepa el número exacto) habría que agregar un nuevo concepto a la definición de Genocidio: «asesinato masivo indirecto como resultado de la corrupción y de la indolencia». Tal es el caso del presidente Recep Tayyip Erdogan, el dictador y fundamentalista islámico que gobierna a Turquía desde 2014. En el caso del dictador sirio Bashar al-Asad, se trata solo de agregar una nota más en su carrera de crímenes de lesa humanidad. Si la pérdida de vidas humanas en Turquía por causa del terremoto son imposibles de determinar, en el caso de Siria se parecen a la caja negra perdida de un avión siniestrado.
Parte
de la condición genocida del régimen de Erdogan ha sido no enviar ayuda a las
ciudades que no lo votaron. En países que no han sufrido un
autoritarismo tan cruel y vengativo resulta difícil comprender que un Gobierno
pueda mostrar tamaña animosidad hacia su pueblo como ocurrió con la negación de
ayuda a la ciudad de Hatay, disidente del régimen. Por añadidura, en un país
altamente sismico, el presupuesto de la Presidencia (de Erdogan) para
Desastres y Gestión de Emergencias, es 14 veces menor que el de la Dirección de
Asuntos Religiosos.
Pero
lo más grave e imperdonable ha sido el relajamiento de las normas de
construcción antisísmicas. La periodista y escritora Ece Temelkuran nos revela
que «en el cuarto de siglo de hegemonía del partido AKP, de Erdogan, centenares
de miles de edificios recibieron la convalidación legal desde 2018, con una
amnistía urbanística que produjo sustanciosos ingresos a la
Administración». Con el pago de una multa, los constructores se saltaban a
la torera las normas de construcción antisísmica.
La indignación
en la población turca es de tal calibre que, según Temelkuran, «será difícil
que el Gobierno y el presidente puedan eludir las responsabilidades que ya se
les demandan desde la oposición». Erdogan utilizó la promesa de la amnistía
urbanística en este mismo año 2023, con miras a las elecciones de
junio próximo. Esperemos que la indignación del pueblo turco ante su descaro
criminal acabe con ese régimen oprobioso.
Otro
caso indignante ha sido el destierro que el aberrado Daniel Ortega, el führer de Nicaragua y la bruja Rosario
que lo manipula en papel de esposa, les aplicó a 222 presos políticos a quienes
además del exilio forzoso, privó de su nacionalidad. A eso se sumó la privación
de nacionalidad de otros 92 nicaragüenses, entre ellos figuras intelectuales de
trascendencia internacional como Sergio Ramírez y Gioconda Belli. Como no le
pareció suficiente, los despojó también de sus viviendas y pertenencias.
Gioconda Belli, poeta, ha escrito: «No tengo donde vivir. Escogí las
palabras…Queda mi ropa yerta en el ropero. Mis zapatos, mis paisajes del día y
de la noche. El sofá donde escribo. Las ventanas…».
No
menos indignante ha sido el silencio cómplice de la mayoría de los mandatarios
latinoamericanos con la respetable excepción de Gabriel Boric quien ha
denunciado la aberrante decisión de Ortega y ha ofrecido nacionalidad chilena a
los desnacionalizados.
Igual
gesto ha tenido España. En este caso viene a mi mente el recuerdo del 12 de
octubre de 2016 cuando una turba chavista derrumbó la estatua de Cristóbal
Colón ubicada en la plaza del mismo nombre en Maripérez, Caracas. El exabrupto
ha sido imitado luego en distintos países y ciudades como parte de esa
estupidez de moda que es la cultura de la cancelación. ¡Bravo por España que
conserva dignamente sus vínculos con la América que una vez conquistó y
colonizó cuando todos los países de Europa que podían hacerlo, conquistaban y
colonizaban! ¡Y bravo por la conciencia democrática de Gabriel Boric!
Paulina
Gamus
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