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lunes, 27 de febrero de 2023

Amigos indeseables, por @Paugamus


Paulina Gamus 26 de febrero de 2023

@Paugamus

El diccionario de la RAE define Genocidio como: «Aniquilación o exterminio sistemático y deliberado de un grupo social por motivos raciales, políticos o religiosos». Para no remontarnos a la historia lejana recordemos a los mayores genocidas del siglo XX cuyas motivaciones encajaron en esta definición: Adolfo Hitler asesinó a millones de seres humanos, incluso niños, por ser judíos, eslavos, gitanos, homosexuales o comunistas. Iosif Stalin y Mao Zedong prefirieron acabar con la vida de millones de sus compatriotas con un método mucho menos sofisticado: el hambre. En el siglo XXI el genocida que se nos viene a la mente es Slodoban Milosevic, dictador serbio entregado por la justicia de su país al Tribunal Penal Internacional de La Haya, acusado de crímenes contra la humanidad en la guerra en Kosovo.

A la luz de lo ocurrido con el terremoto del 20 de febrero de este año 2023, que asoló varias ciudades de Turquía y de Siria y que acabó con las vidas de decenas de miles de personas (quizá nunca se sepa el número exacto) habría que agregar un nuevo concepto a la definición de Genocidio: «asesinato masivo indirecto como resultado de la corrupción y de la indolencia». Tal es el caso del presidente Recep Tayyip Erdogan, el dictador y fundamentalista islámico que gobierna a Turquía desde 2014. En el caso del dictador sirio Bashar al-Asad, se trata solo de agregar una nota más en su carrera de crímenes de lesa humanidad. Si la pérdida de vidas humanas en Turquía por causa del terremoto son imposibles de determinar, en el caso de Siria se parecen a la caja negra perdida de un avión siniestrado.

Parte de la condición genocida del régimen de Erdogan ha sido no enviar ayuda a las ciudades que no lo votaron. En países que no han sufrido un autoritarismo tan cruel y vengativo resulta difícil comprender que un Gobierno pueda mostrar tamaña animosidad hacia su pueblo como ocurrió con la negación de ayuda a la ciudad de Hatay, disidente del régimen. Por añadidura, en un país altamente sismico, el presupuesto de la Presidencia (de Erdogan) para Desastres y Gestión de Emergencias, es 14 veces menor que el de la Dirección de Asuntos Religiosos.

Pero lo más grave e imperdonable ha sido el relajamiento de las normas de construcción antisísmicas. La periodista y escritora Ece Temelkuran nos revela que «en el cuarto de siglo de hegemonía del partido AKP, de Erdogan, centenares de miles de edificios recibieron la convalidación legal desde 2018, con una amnistía urbanística que produjo sustanciosos ingresos a la Administración». Con el pago de una multa, los constructores se saltaban a la torera las normas de construcción antisísmica.

La indignación en la población turca es de tal calibre que, según Temelkuran, «será difícil que el Gobierno y el presidente puedan eludir las responsabilidades que ya se les demandan desde la oposición». Erdogan utilizó la promesa de la amnistía urbanística en este mismo año 2023, con miras a las elecciones de junio próximo. Esperemos que la indignación del pueblo turco ante su descaro criminal acabe con ese régimen oprobioso.

Otro caso indignante ha sido el destierro que el aberrado Daniel Ortega, el führer de Nicaragua y la bruja Rosario que lo manipula en papel de esposa, les aplicó a 222 presos políticos a quienes además del exilio forzoso, privó de su nacionalidad. A eso se sumó la privación de nacionalidad de otros 92 nicaragüenses, entre ellos figuras intelectuales de trascendencia internacional como Sergio Ramírez y Gioconda Belli. Como no le pareció suficiente, los despojó también de sus viviendas y pertenencias. Gioconda Belli, poeta, ha escrito: «No tengo donde vivir. Escogí las palabras…Queda mi ropa yerta en el ropero. Mis zapatos, mis paisajes del día y de la noche. El sofá donde escribo. Las ventanas…».

No menos indignante ha sido el silencio cómplice de la mayoría de los mandatarios latinoamericanos con la respetable excepción de Gabriel Boric quien ha denunciado la aberrante decisión de Ortega y ha ofrecido nacionalidad chilena a los desnacionalizados.

Igual gesto ha tenido España. En este caso viene a mi mente el recuerdo del 12 de octubre de 2016 cuando una turba chavista derrumbó la estatua de Cristóbal Colón ubicada en la plaza del mismo nombre en Maripérez, Caracas. El exabrupto ha sido imitado luego en distintos países y ciudades como parte de esa estupidez de moda que es la cultura de la cancelación. ¡Bravo por España que conserva dignamente sus vínculos con la América que una vez conquistó y colonizó cuando todos los países de Europa que podían hacerlo, conquistaban y colonizaban! ¡Y bravo por la conciencia democrática de Gabriel Boric!

Paulina Gamus

@Paugamus

  


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