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viernes, 24 de febrero de 2023

La ruta equivocada / Norberto Bausson norbausson@gmail.com

 



En el año 1997 fui a Irán invitado a un evento internacional sobre agua no contabilizada (ANC), indicador clave en el área del agua potable, pero mi atención la llamó irremediablemente otra serie de cosas que viví en ese país.

En ese viaje, rapidito, en el lapso de una semana, entendí abruptamente el fundamentalismo, algo así como un socialismo teológico, un país con normas democráticas y leyes islámicas.

Advertido por uno de mis antiguos jefes, el ingeniero Ángel Ripepi —«¿qué vas a hacer en ese país… loco?»—, tomé vuelo con la indispensable escala para arribar al territorio de la antigua Persia, ubicada en Asia.

Hicimos escala en Ámsterdam, Países Bajos y de allí a Teherán. En la puerta de entrada para el vuelo observé a varios que me parecieron —y efectivamente así fue— posibles foristas provenientes de varios países europeos. Como único invitado al congreso por América me sentí extraño.

Algunos de aquellos profesionales del medio del agua, representantes de empresas operadoras o de compañías de instrumentación, control o sistemas SCADA, iban acompañados de sus parejas.

Me tocó al lado —mi vecino de asiento— un señor contemporáneo con un atuendo y acento que en el análisis de primera vista tenía una pinta de iraní que no la brincaba un venado: «Este paisano es iraní  adonde vaya».

Comenzamos el vuelo y la conversación se inició, por si acaso, con un: ¿Usted es iraní? Sí, mucho gusto. Igual, de Venezuela, Suramérica, por si estuviera perdido geográficamente. Inicié mi tarea de PTJ con una batería de preguntas que amablemente me respondió, tratando de esa manera de comprender su gentilicio.

El viaje transcurrió en medio de una conversa medio fluida, mi inglés no daba para más. Cuando estábamos a punto de entrar en el espacio aéreo iraní, escuché una intervención del capitán anunciándolo. Inmediatamente vi cómo las mujeres empezaron a desfilar para el baño y a cambiar de atuendo, todas ellas saliendo con la vestimenta exigida para pasar el control de acceso del aeropuerto.

No entendía mucho lo que estaba pasando ¿por qué una alemana tenía que colocarse ese poco de cosas encima para no mostrar su cabello ni sus rodillas? El vecino con mucha paciencia me explicó que era una obligación sagrada o algo así. Quise saber si los que practicaban otra religión también tenían que acatar esa orden y me dijo tajantemente: «Nadie entra a la tierra sagrada sin respetar el Corán». Me acordé de Ripepi…

Al entrar en suelo iraní ellos creían que yo era un superministro o algo así porque era el único representante de América (me fui enterando por qué…) y me estaban esperando. Abordé una camioneta que llevaba otra de escolta y unos cuantos guardaespaldas fuertemente armados que me llevaron al hotel. Cuando llegamos le metí el ojo al edificio; vi que habían borrado el nombre, pero al detallarlo pude entender lo que antes, horadado sobre la parte alta de la fachada decía: HILTON.

Entré a mi habitación y al encender la TV solo había un par de emisoras locales fundamentalistas. Llamé a recepción e hice el reclamo y me dijeron «eso es lo que hay». Me volví a acordar de Ripepi…

El evento con duración de una semana tenía dos objetivos: inaugurar un hemiciclo que luego se convertiría en parte de las instalaciones del gobierno y desarrollar un foro con unos 25 expositores donde se analizaban los avances de las empresas u organizaciones operadoras de acueductos en el manejo del agua no contabilizada ANC, un indicador que señala la diferencia entre el agua que se procesa vs el agua que finalmente se cobra al usuario.

En el ínterin me asignaron un partner iraní, quien amablemente con su esposa me sirvieron de guía y compañeros de salidas. Él, antiguo estudiante de posgrado en Ginebra en el gobierno del Sha Mohammad Reza Pahlavi, era uno de los sobrevivientes  que aún hablaban inglés, algo mal visto y que atentaba contra el fundamentalismo.

El amigo tenía un carro fabricado en Irán, idéntico a un Fiat de los años setenta, pero último modelo en Irán en donde nos movíamos rápidamente.

Las salidas con su esposa eran desesperantes ante la serie de limitaciones «legales» de ella, más la incomodidad de los atuendos que al entrar a la casa se sacaba, los tiraba al piso de una.

Por otro lado, el evento fue un clásico técnico de exposiciones con las últimas tecnologías. Por cierto, los iraníes me comentaron, ellos mismitos, que no iban a implementar esas técnicas automáticas y mucho menos a distancia porque le quitaba empleos a su gente… ¿cuál era el cuento, entonces?

En el hemiciclo había un espacio especial donde se comía y aledaño estaban los baños; había ido varias veces a esa área y siempre encontraba dos filas; una para los locales (vestidos con sus atuendos típicos) y otra para turistas (flux). Me escapé después de un almuerzo y pude observar la razón por la cual los dividían: turistas con pocetas, locales con letrina.

Cuando salíamos, las mujeres que me cruzaba no me miraban ni de casualidad y tras una invitación a un acto musical comprendí que tampoco se podía cantar, solo sonidos onomatopéyicos, como la gaita aquella.

Además, muchas cosas para uno incoherentes que tienen que ver con la vida cotidiana y marital al final te hacen pensar que ese fundamentalismo lo montaron para vengarse de las mujeres, su madre, y para engañar al populacho con cuentos míticos y gobierno a punta de pistola.

En ese momento, año 1997, el presidente de Irán era Mohammad Jatami, que entre otras cosas trató de hacer unas concesiones al género femenino y fue castigado por los más radicales, entre ellos uno que fue fiel seguidor del ayatolá Ali Jamenei, Mahmoud Ahmadinejad, posteriormente alcalde de Teherán y luego presidente entre 2005 y 2013, amigo por demás del gobierno venezolano.

Ese panorama iraní del año 1997, potenciado posteriormente, nunca lo imaginé ejemplo a seguir ni mucho menos acompañante en el desarrollo económico-industrial de nuestro país, construido con el aporte de ilustres venezolanos; y sentir que el principal combustible para controlar las masas usado por los políticos de ese país era el odio hacia Estados Unidos más su imposición y sostén político, las leyes islámicas, me causó un temor indescriptible.

Hoy, 25 años después de aquella visita técnica, veo que la ruta venezolana es una variante con sus normas democráticas (elecciones, poderes, descentralización, poder popular) y leyes de facto que para nada, nada, ayudan a construir un país.

Los constructores de un país hoy en día siguen la Agenda 21 (Naciones Unidas); la ruta de la sostenibilidad, la de la competitividad, modernización, incorporación de capitales y sobre todo combate a la pobreza y protección del ambiente.

Vamos por la ruta equivocada.

https://www.elnacional.com/opinion/la-ruta-equivocada/

https://aperturaven.blogspot.com/p/contactanos.html


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