Tomás Páez 19 de febrero de 2023
Se
estima en cerca de 300 millones el número de personas viviendo fuera de su país
de nacimiento u origen. Aunque el número total de migrantes, desplazados y
refugiados aumenta día tras día, y no existen indicios de que dejará de hacerlo
en las próximas décadas, representa un pequeño porcentaje de la población
global, aproximadamente 3.6%.
Esta tendencia al crecimiento ha sido confirmada por investigaciones adelantadas en países y regiones específicas y a escala global, cuyos resultados nos advierten de los importantes porcentajes de población a quienes les gustaría migrar y vivir en otro país, de tener oportunidad de hacerlo. Entre los hallazgos de la encuesta global de Gallup se presenta el siguiente dato, “más del 40% de los ciudadanos de los países más pobres le gustaría migrar”.
Las
decenas y centenas de millones que hoy viven fuera de su país de origen huyen
de la guerra en Siria, de la invasión a Ucrania, de las hambrunas y falta de
futuro, de las catástrofes naturales y de las otras, las económicas, sociales y
políticas, como la de Venezuela. En este último país el dato de la diáspora se
aproxima a los 8 millones de ciudadanos.
Es
interesante constatar cómo tan pequeño porcentaje de ciudadanos ocupa, sin
embargo, un lugar prioritario en la agenda política global. El Nuevo Herald promueve
un debate sobre el tema migratorio en Florida, que tendrá lugar el día 23 de
febrero, en el que invita a participar a sus lectores. En Europa, el periódico
“El Español” encabezaba una noticia de este modo: “La Unión Europea se
Amuralla”. El interés por la migración está teñido de posturas agrias, temor,
dosis de xenofobia, desencuentros irreconciliables, desprecio y
desaprovechamiento del capital humano, pero también de humanidad y
reconocimiento al migrante.
La
preocupación por el “amurallamiento” dio pie a un debate televisivo, hace tan
solo una semana, en el cual la conductora graficó los puntos del mapa europeo
en el que aparecían vallas, zanjas y muros. En la polémica participaron dos
eurodiputados españoles, representantes de los grandes partidos europeos,
populares y socialistas y una tercera invitada encarnaba a las organizaciones
de la sociedad civil.
Conductora
y entrevistados subrayaban la centralidad del tema y desnudaban la fragilidad
de los recientes acuerdos y las abismales diferencias que conspiran en contra
de una política migratoria común. Los eurodiputados se desmarcaban de quienes
proponen como estrategia, el “amurallamiento” como solución, cuyos argumentos
se apoyan en ideología nacionalistas con elevadas dosis de racismo y xenofobia.
Los
eurodiputados citados no se reconocían en esos manoseados prejuicios, los “de
toda la vida”, ahora dirigidos en contra, fundamental, aunque no únicamente, de
la migración proveniente de África y el Medio Oriente. Optaron por
narrativas que favorecen la regularización, la integración, la inserción y
aprovechamiento del capital humano en el país receptor. Coincidían con lo
expresado por el comité editorial del Washington Post, la necesidad de una
política consensuada por los dos grandes partidos, asumiendo como punto de
partida que Estados Unidos necesita capital humano indispensable para su
crecimiento.
El
grado de antagonismo de estas miradas nos interpela: ¿Es posible construir un
proyecto común desde tan contradictorias perspectivas? ¿Es factible una
política migratoria compartida? ¿Es viable un consenso a partir de posturas tan
antagónicas? Esa contraposición la encontramos también en los países de origen
en donde posturas “identitarias”, “localistas” y “patrioteras” excluyen a quien
decidió cambiar de lugar de residencia.
Quienes
menosprecian al migrante y sus aportes a la sociedad de acogida y origen, riñen
con datos y evidencias que avalan los efectos positivos de toda diáspora en
ámbitos tan diversos como la demografía, la estructura de población por edad y
sexo y sus decisivos aportes al desarrollo económico y social.
La
evaluación de los efectos ha centrado la atención en los múltiples impactos que
produce la migración en los países receptores y en el papel de las remesas en
el desarrollo y abatimiento de la pobreza en los países de origen. Han
proliferado los estudios, los documentos y los encuentros cuyo foco de atención
es la relación Migración-Desarrollo. En el caso de la diáspora venezolana, sus
efectos han sido cuantificados en varios países de Latinoamérica y el Caribe.
A
escala planetaria, investigaciones recientes concluyen que la migración de tan
solo un pequeño porcentaje de los ciudadanos de los países de menor desarrollo
relativo, conlleva mejoras que superan ampliamente aquellas provenientes de la
reducción de aranceles en el terreno comercial, o de nuevas facilidades en el
ámbito financiero. La reducción de las barreras a la movilidad produce
ganancias, como afirma Clemens. Las diásporas son bisagras de desarrollo y un
activo, una formidable reserva internacional para reducir pobreza y minimizar
las desigualdades globales.
En el
análisis de los efectos de la migración en los países de origen se ha prestado
poca atención a asuntos como la demografía, cambios en la estructura
poblacional por región y localidad, consecuencia en la prestación de servicios
e impacto en niños, jóvenes y mayores “dejados atrás”. Un vacío particularmente
pronunciado en el caso venezolano en donde, no solo la institucionalidad del
Estado desconoce y excluye a quienes viven fuera de las fronteras conocidas.
Esa distinción es de poca ayuda para comprender que con la diáspora se ha
creado una realidad geográfica, social, política y económica.
Pretender
aislar y separar en estancos a quienes están dentro vs. los que están fuera,
además de imposible e inútil, es una muestra de ceguera que impide captar el principio
de circulación y movilidad del capital humano. No le prestaríamos mayor
atención si no fuese porque ese dislate tiene la nefasta capacidad de producir
resentimientos actuales y futuros. Esa escisión ignora que mudarse del lugar de
residencia no implica ruptura o abandono, allí están los familiares, amigos,
relaciones, propiedades, inversiones que atienden de manera sistemática.
La
fragmentación dentro-fuera reaparece alrededor del tema de la participación
electoral de la diáspora, como si de seres extraterrestres se tratara. El tema
de los derechos sociales y políticos de los ciudadanos, a la identidad, al
registro y al voto, algunos lo reducen a la dicotomía viabilidad-inviabilidad.
Argumento semejante al de Groucho Marx, tengo principios, pero los cambio a su
gusto, una exacerbada sumisión a la realidad contraria a la frase de Hannah
Arendt, “el derecho a tener derechos”. Esas posturas en posiciones extremas e
insalvables nos lleva a preguntarnos ¿Es posible construir un proyecto en común
en medio de la fisión ideológica y política? ¿Es posible construir un
proyecto consensuado, que es al mismo tiempo tan indispensable como en
apariencia imposible?
Una
secuela de esta forma de mirar la diáspora la encontramos en el poco interés o
desinterés casi absoluto de Gobiernos de distinto signo con respecto a la
movilidad y desplazamientos nacionales internacionales de sus connacionales,
como si su responsabilidad caducase cuando el ciudadano cruza la frontera de su
país. Una especie de divorcio entre los estados con sus ciudadanos.
Un
estudio que recientemente llegó a nuestras manos, evidencia la inutilidad de
aislar a los venezolanos en tales estancos, dentro-fuera. Lleva por título
“Familia y Migración: propósito de vida en personas mayores venezolanas”. Sus
autoras, Carla Del Valle Echenique Salazar y Victoria Isabel Tirro. El
solo hecho de ocuparse de los efectos de la migración en el país de origen, en
este caso, sobre las personas mayores, es un aporte a la comprensión de la
movilidad humana. Hace no mucho tiempo otro estudio analiza la relación y
efectos de la migración sobre el más de millón y medio de niños y jóvenes
“dejados atrás”.
Conocer
y comprender los efectos de la migración sobre individuos y colectivos, ayuda a
superar los argumentos victimistas y prejuiciados. Hace posible recuperar la
centralidad del individuo, de sus necesidades y expectativas. De ello da cuenta
el formidable esfuerzo que hacen individuos y las organizaciones que han
creado, para operar como extraordinarias bisagras: atienden a los connacionales
en los países de origen y acogida en todos los ámbitos.
La
información de viva voz de los que piensan, sienten, perciben, desean,
necesitan constituye un invaluable insumo para el diseño de estrategias
consensuadas y unitarias y eludir de una buena vez las explicaciones
simplistas, por inútiles, como por ejemplo las que atribuyen la causa de la
destrucción a una sola persona.
En los
motivos del éxodo encontramos parte de los temas, iniciativas y políticas
indispensables en una estrategia unitaria de país: seguridad, condiciones
económicas, salarios adecuados, paz vs. confrontación permanente, méritos,
respeto a los derechos humanos, servicios de calidad (salud, educación,
electricidad, agua), ambiente.
El
tema de los servicios, en particular el de salud ocupa un lugar prioritario en
la agenda unitaria. Al principio los padres obligaban a sus hijos a migrar,
“prefiero despedirlos en el aeropuerto que en el cementerio”; ahora son los más
jóvenes quienes, ya instalados, llaman a sus padres, hermanos y abuelos a fin
de asegurarles el acceso a la salud y las medicinas. Cada operación en
Venezuela cuesta el ojo de la cara y obliga a buscar recursos entre amigos y
familiares en el planeta. Los individuos, las organizaciones de la sociedad
civil y las universidades se conectan y articulan de mil formas para atender a
sus connacionales, mientras la institucionalidad del Estado venezolano los
desatiende a todos.
Estamos
necesitados de información y estudios, de un mejor conocimiento y comprensión
de los efectos de la diáspora venezolana en la nueva geografía. El conocimiento
ayudará a superar los enfoques simplistas y crear nuevas formas de mirar la
realidad. Es una agenda de investigación y trabajo que ya iniciaron las
organizaciones diaspóricas y que deben continuar alcaldías, gobernaciones,
gremios profesionales y empresariales, academias, universidades. Una agenda
para la participación social y política, para la integración a fin de dar
cabida a todos los venezolanos en el exigente desafío de reconstrucción del
país.
Tomás
Páez
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico