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lunes, 20 de febrero de 2023

Una nueva mirada a la diáspora en movimiento en un mundo en movimiento, por @TomasPaez


Tomás Páez 19 de febrero de 2023

@TomasPaez

Se estima en cerca de 300 millones el número de personas viviendo fuera de su país de nacimiento u origen. Aunque el número total de migrantes, desplazados y refugiados aumenta día tras día, y no existen indicios de que dejará de hacerlo en las próximas décadas, representa un pequeño porcentaje de la población global, aproximadamente 3.6%.

Esta tendencia al crecimiento ha sido confirmada por investigaciones adelantadas en países y regiones específicas y a escala global, cuyos resultados nos advierten de los importantes porcentajes de población a quienes les gustaría migrar y vivir en otro país, de tener oportunidad de hacerlo. Entre los hallazgos de la encuesta global de Gallup se presenta el siguiente dato, “más del 40% de los ciudadanos de los países más pobres le gustaría migrar”.

Las decenas y centenas de millones que hoy viven fuera de su país de origen huyen de la guerra en Siria, de la invasión a Ucrania, de las hambrunas y falta de futuro, de las catástrofes naturales y de las otras, las económicas, sociales y políticas, como la de Venezuela. En este último país el dato de la diáspora se aproxima a los 8 millones de ciudadanos.

Es interesante constatar cómo tan pequeño porcentaje de ciudadanos ocupa, sin embargo, un lugar prioritario en la agenda política global. El Nuevo Herald promueve un debate sobre el tema migratorio en Florida, que tendrá lugar el día 23 de febrero, en el que invita a participar a sus lectores. En Europa, el periódico “El Español” encabezaba una noticia de este modo: “La Unión Europea se Amuralla”. El interés por la migración está teñido de posturas agrias, temor, dosis de xenofobia, desencuentros irreconciliables, desprecio y desaprovechamiento del capital humano, pero también de humanidad y reconocimiento al migrante.

La preocupación por el “amurallamiento” dio pie a un debate televisivo, hace tan solo una semana, en el cual la conductora graficó los puntos del mapa europeo en el que aparecían vallas, zanjas y muros. En la polémica participaron dos eurodiputados españoles, representantes de los grandes partidos europeos, populares y socialistas y una tercera invitada encarnaba a las organizaciones de la sociedad civil.

Conductora y entrevistados subrayaban la centralidad del tema y desnudaban la fragilidad de los recientes acuerdos y las abismales diferencias que conspiran en contra de una política migratoria común. Los eurodiputados se desmarcaban de quienes proponen como estrategia, el “amurallamiento” como solución, cuyos argumentos se apoyan en ideología nacionalistas con elevadas dosis de racismo y xenofobia.

Los eurodiputados citados no se reconocían en esos manoseados prejuicios, los “de toda la vida”, ahora dirigidos en contra, fundamental, aunque no únicamente, de la migración proveniente de África y el Medio Oriente.  Optaron por narrativas que favorecen la regularización, la integración, la inserción y aprovechamiento del capital humano en el país receptor. Coincidían con lo expresado por el comité editorial del Washington Post, la necesidad de una política consensuada por los dos grandes partidos, asumiendo como punto de partida que Estados Unidos necesita capital humano indispensable para su crecimiento.

El grado de antagonismo de estas miradas nos interpela: ¿Es posible construir un proyecto común desde tan contradictorias perspectivas? ¿Es factible una política migratoria compartida? ¿Es viable un consenso a partir de posturas tan antagónicas? Esa contraposición la encontramos también en los países de origen en donde posturas “identitarias”, “localistas” y “patrioteras” excluyen a quien decidió cambiar de lugar de residencia.

Quienes menosprecian al migrante y sus aportes a la sociedad de acogida y origen, riñen con datos y evidencias que avalan los efectos positivos de toda diáspora en ámbitos tan diversos como la demografía, la estructura de población por edad y sexo y sus decisivos aportes al desarrollo económico y social.

La evaluación de los efectos ha centrado la atención en los múltiples impactos que produce la migración en los países receptores y en el papel de las remesas en el desarrollo y abatimiento de la pobreza en los países de origen. Han proliferado los estudios, los documentos y los encuentros cuyo foco de atención es la relación Migración-Desarrollo. En el caso de la diáspora venezolana, sus efectos han sido cuantificados en varios países de Latinoamérica y el Caribe.

A escala planetaria, investigaciones recientes concluyen que la migración de tan solo un pequeño porcentaje de los ciudadanos de los países de menor desarrollo relativo, conlleva mejoras que superan ampliamente aquellas provenientes de la reducción de aranceles en el terreno comercial, o de nuevas facilidades en el ámbito financiero. La reducción de las barreras a la movilidad produce ganancias, como afirma Clemens. Las diásporas son bisagras de desarrollo y un activo, una formidable reserva internacional para reducir pobreza y minimizar las desigualdades globales.

En el análisis de los efectos de la migración en los países de origen se ha prestado poca atención a asuntos como la demografía, cambios en la estructura poblacional por región y localidad, consecuencia en la prestación de servicios e impacto en niños, jóvenes y mayores “dejados atrás”. Un vacío particularmente pronunciado en el caso venezolano en donde, no solo la institucionalidad del Estado desconoce y excluye a quienes viven fuera de las fronteras conocidas. Esa distinción es de poca ayuda para comprender que con la diáspora se ha creado una realidad geográfica, social, política y económica.

Pretender aislar y separar en estancos a quienes están dentro vs. los que están fuera, además de imposible e inútil, es una muestra de ceguera que impide captar el principio de circulación y movilidad del capital humano. No le prestaríamos mayor atención si no fuese porque ese dislate tiene la nefasta capacidad de producir resentimientos actuales y futuros. Esa escisión ignora que mudarse del lugar de residencia no implica ruptura o abandono, allí están los familiares, amigos, relaciones, propiedades, inversiones que atienden de manera sistemática.

La fragmentación dentro-fuera reaparece alrededor del tema de la participación electoral de la diáspora, como si de seres extraterrestres se tratara. El tema de los derechos sociales y políticos de los ciudadanos, a la identidad, al registro y al voto, algunos lo reducen a la dicotomía viabilidad-inviabilidad. Argumento semejante al de Groucho Marx, tengo principios, pero los cambio a su gusto, una exacerbada sumisión a la realidad contraria a la frase de Hannah Arendt, “el derecho a tener derechos”. Esas posturas en posiciones extremas e insalvables nos lleva a preguntarnos ¿Es posible construir un proyecto en común en medio de la fisión ideológica y política?  ¿Es posible construir un proyecto consensuado, que es al mismo tiempo tan indispensable como en apariencia imposible?

Una secuela de esta forma de mirar la diáspora la encontramos en el poco interés o desinterés casi absoluto de Gobiernos de distinto signo con respecto a la movilidad y desplazamientos nacionales internacionales de sus connacionales, como si su responsabilidad caducase cuando el ciudadano cruza la frontera de su país. Una especie de divorcio entre los estados con sus ciudadanos.

Un estudio que recientemente llegó a nuestras manos, evidencia la inutilidad de aislar a los venezolanos en tales estancos, dentro-fuera. Lleva por título “Familia y Migración: propósito de vida en personas mayores venezolanas”. Sus autoras, Carla Del Valle Echenique Salazar y Victoria Isabel Tirro.  El solo hecho de ocuparse de los efectos de la migración en el país de origen, en este caso, sobre las personas mayores, es un aporte a la comprensión de la movilidad humana. Hace no mucho tiempo otro estudio analiza la relación y efectos de la migración sobre el más de millón y medio de niños y jóvenes “dejados atrás”.

Conocer y comprender los efectos de la migración sobre individuos y colectivos, ayuda a superar los argumentos victimistas y prejuiciados. Hace posible recuperar la centralidad del individuo, de sus necesidades y expectativas. De ello da cuenta el formidable esfuerzo que hacen individuos y las organizaciones que han creado, para operar como extraordinarias bisagras: atienden a los connacionales en los países de origen y acogida en todos los ámbitos.

La información de viva voz de los que piensan, sienten, perciben, desean, necesitan constituye un invaluable insumo para el diseño de estrategias consensuadas y unitarias y eludir de una buena vez las explicaciones simplistas, por inútiles, como por ejemplo las que atribuyen la causa de la destrucción a una sola persona.

En los motivos del éxodo encontramos parte de los temas, iniciativas y políticas indispensables en una estrategia unitaria de país: seguridad, condiciones económicas, salarios adecuados, paz vs. confrontación permanente, méritos, respeto a los derechos humanos, servicios de calidad (salud, educación, electricidad, agua), ambiente.

El tema de los servicios, en particular el de salud ocupa un lugar prioritario en la agenda unitaria. Al principio los padres obligaban a sus hijos a migrar, “prefiero despedirlos en el aeropuerto que en el cementerio”; ahora son los más jóvenes quienes, ya instalados, llaman a sus padres, hermanos y abuelos a fin de asegurarles el acceso a la salud y las medicinas. Cada operación en Venezuela cuesta el ojo de la cara y obliga a buscar recursos entre amigos y familiares en el planeta. Los individuos, las organizaciones de la sociedad civil y las universidades se conectan y articulan de mil formas para atender a sus connacionales, mientras la institucionalidad del Estado venezolano los desatiende a todos.

Estamos necesitados de información y estudios, de un mejor conocimiento y comprensión de los efectos de la diáspora venezolana en la nueva geografía. El conocimiento ayudará a superar los enfoques simplistas y crear nuevas formas de mirar la realidad. Es una agenda de investigación y trabajo que ya iniciaron las organizaciones diaspóricas y que deben continuar alcaldías, gobernaciones, gremios profesionales y empresariales, academias, universidades. Una agenda para la participación social y política, para la integración a fin de dar cabida a todos los venezolanos en el exigente desafío de reconstrucción del país.

Tomás Páez

@TomasPaez


 

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