Francisco Fernández-Carvajal 26 de febrero de 2023
@hablarcondios
— El diablo existe y actúa en las personas
y en la sociedad. Su actividad es misteriosa, pero real y eficaz.
— Quién es el demonio. Su poder es
limitado. Necesidad de la ayuda divina para vencer.
— Jesucristo es el vencedor del demonio.
Confianza en Él. Medios que hemos de utilizar. El agua bendita.
I. De
nuevo lo llevó el demonio a un monte muy alto... Entonces le respondió Jesús:
Apártate, Satanás..., leíamos en el Evangelio de la Misa de ayer1.
El
diablo existe. La Sagrada Escritura habla de él desde el primero hasta el
último libro revelado, desde el Génesis al Apocalipsis.
En la parábola de la cizaña, el Señor afirma que la mala simiente, cuyo
cometido es sofocar el trigo, fue arrojada por el enemigo2.
En la parábola del sembrador, viene el Maligno y arrebata lo que se
había sembrado3.
Algunos, inclinados a un superficial optimismo, piensan que el mal es meramente una imperfección incidental en un mundo en continua evolución hacia días mejores. Sin embargo, la historia del hombre ha padecido la influencia del diablo. Hay rasgos presentes en nuestros días de una intensa malicia, que no se explican por la sola actuación humana. El demonio, en formas muy diversas, causa estragos en la Humanidad. Sin duda, «a través de toda la historia humana existe una dura batalla contra el poder de las tinieblas que, iniciada en los orígenes del mundo, durará, como dice el Señor, hasta el día final»4. De tal manera que el demonio «provoca numerosos daños de naturaleza espiritual e, indirectamente, de naturaleza incluso física en los individuos y en la sociedad»5.
La
actuación del demonio es misteriosa, real y eficaz. Desde los primeros siglos,
los cristianos tuvieron conciencia de esa actividad diabólica. San Pedro
advertía a los primeros cristianos: sed sobrios y estad en vela, porque
vuestro enemigo el diablo anda girando alrededor de vosotros como león
rugiente, en busca de presa que devorar. Resistidle firmes en la fe6.
Con
Jesucristo ha quedado mermado el dominio del diablo, pues Él «nos ha liberado
del poder de Satanás»7.
Por razón de la obra redentora de Cristo, el demonio solo puede causar
verdadero daño a quienes libremente le permitan hacérselo, consintiendo en el
mal y alejándose de Dios.
El
Señor se manifiesta en numerosos pasajes del Evangelio como vencedor del
demonio, librando a muchos de la posesión diabólica. En Jesús está puesta
nuestra confianza, y Él no permite que seamos tentados más allá de nuestras
fuerzas8. El demonio tratará de «seducir y apartar el espíritu humano
para que viole los preceptos de Dios, oscureciendo poco a poco el corazón de
aquellos que tratan de servirle, con el propósito de que olviden al verdadero
Dios, sirviéndole a él como si fuera el verdadero Dios»9.
Y esto, siempre. De mil modos diferentes. Pero el Señor nos ha dado los medios
para vencer en todas las tentaciones: nadie peca por necesidad. Consideremos,
con hondura, en esta Cuaresma lo que esto significa.
Además,
para librarnos del influjo diabólico, también ha dispuesto Dios un ángel que
nos ayude y proteja. «Acude a tu Custodio, a la hora de la prueba, y te
amparará contra el demonio y te traerá santas inspiraciones»10.
II. El
demonio es un ser personal, real y concreto, de naturaleza espiritual e
invisible, y que por su pecado se apartó de Dios para siempre, «porque el
diablo y los otros demonios fueron creados por Dios naturalmente buenos; pero
ellos, por sí mismos se hicieron malos»11. Es
el padre de la mentira12,
del pecado, de la discordia, de la desgracia, del odio, de lo absurdo y malo
que hay en la tierra13.
Es la serpiente astuta y envidiosa que trae la muerte al mundo14,
el enemigo que siembra el mal en el corazón del hombre15,
y al único que hemos de temer si no estamos cerca de Dios. Su único fin en el
mundo, al que no ha renunciado, es nuestra perdición. Y cada día intentará
llevar a cabo ese fin a través de todos los medios a su alcance. «Todo empezó
con el rechazo de Dios y su reino, usurpando sus derechos soberanos y tratando
de trastocar la economía de la salvación y el ordenamiento mismo de toda la
creación. Un reflejo de esta actitud se encuentra en las palabras del tentador
a nuestros primeros padres: Seréis como dioses. Así el espíritu
maligno trata de trasplantar en el hombre la actitud de rivalidad, de
insubordinación a Dios y de oposición a Dios que ha venido a convertirse en la
motivación de toda su existencia»16.
El
demonio es el primer causante del mal y de los desconciertos y rupturas que se
producen en las familias y en la sociedad. «Suponed, por ejemplo –dice el
Cardenal Newman–, que sobre las calles de una populosa ciudad cayera de repente
la oscuridad; podéis imaginar, sin que yo os lo cuente, el ruido y el clamor
que se produciría. Transeúntes, carruajes, coches, caballos, todos se hallarían
mezclados. Así es el estado del mundo. El espíritu maligno que actúa sobre los
hijos de la incredulidad, el dios de este mundo, como dice San Pablo, ha cegado
los ojos de los que no creen, y he aquí que se hallan forzados a reñir y
discutir porque han perdido su camino; y disputan unos con otros, diciendo uno
esto y otro aquello, porque no ven»17.
En sus
tentaciones, el demonio utiliza el engaño, ya que solo puede presentar bienes
falsos y una felicidad ficticia, que se torna siempre soledad y amargura. Fuera
de Dios no existen, no pueden existir, ni el bien ni la felicidad verdaderos.
Fuera de Dios solo hay oscuridad, vacío y la mayor de las tristezas. Pero el
poder del demonio es limitado, y también él está bajo el dominio y la soberanía
de Dios, que es el único Señor del universo.
El
demonio –tampoco el ángel– no llega a penetrar en nuestra intimidad si nosotros
no queremos. «Los espíritus inmundos no pueden conocer la naturaleza de
nuestros pensamientos. Únicamente les es dado columbrarlos merced a indicios
sensibles, o bien examinando nuestras disposiciones, nuestras palabras o las
cosas hacia las cuales advierten una propensión por nuestra parte. En cambio,
lo que no hemos exteriorizado y permanece oculto en nuestras almas, les es
totalmente inaccesible. Incluso los mismos pensamientos que ellos nos sugieren,
la acogida que les damos, la reacción que causan en nosotros, todo esto no lo
conocen por la misma esencia del alma (...) sino, en todo caso, por los
movimientos y manifestaciones externas»18.
El
demonio no puede violentar nuestra libertad para inclinarla hacia el mal. «Es
un hecho cierto que el demonio no puede seducir a nadie, si no es aquel que
libremente le presta el consentimiento de su voluntad»19.
El
santo Cura de Ars dice que «el demonio es un gran perro encadenado, que acosa,
que mete mucho ruido, pero que solamente muerde a quienes se le acercan
demasiado»20. Con todo, «ningún poder humano puede compararse con el suyo,
y solo el poder divino lo puede vencer y tan solo la luz divina puede
desenmascarar sus artimañas.
»El
alma que venza la potencia del demonio no lo podrá conseguir sin oración ni
podrá entender sus engaños sin mortificación y sin humildad»21.
III. La
vida de Jesús quedó resumida en los Hechos de los Apóstoles con
estas palabras: Pasó haciendo el bien y librando a todos los oprimidos
del demonio22.
Y San Juan, tratando del motivo de la Encarnación, explica: Para esto
vino el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo23.
Cristo
es el verdadero vencedor del demonio: ahora el príncipe de este mundo
será arrojado fuera24,
dirá Jesús en la Última Cena, pocas hora antes de la Pasión. Dios «dispuso
entrar en la historia humana de modo nuevo y definitivo, enviando a su Hijo en
carne nuestra, a fin de arrancar por Él a los hombres del poder de las
tinieblas y de Satanás»25.
El
demonio, no obstante, continúa detentando cierto poder sobre el mundo en la
medida en que los hombres rechazan los frutos de la redención. Tiene dominio
sobre aquellos que, de una forma u otra, se entregan voluntariamente a él,
prefiriendo el reino de las tinieblas al reino de la gracia26.
Por eso no debe extrañarnos el ver, en tantas ocasiones, triunfar aquí el mal y
quedar lesionada la justicia.
Nos
debe dar gran confianza saber que el Señor nos ha dejado muchos medios para
vencer y para vivir en el mundo con la paz y la alegría de un buen cristiano.
Entre esos medios están: la oración, la mortificación, la frecuente recepción
de la Sagrada Eucaristía y la Confesión, y el amor a la Virgen. Con Nuestra
Señora estamos siempre seguros. El uso del agua bendita es también eficaz
protección contra el influjo del diablo: «Me dices que por qué te recomiendo
siempre, con tanto empeño, el uso diario del agua bendita. —Muchas razones te
podría dar. Te bastará, de seguro, esta de la Santa de Ávila: “De ninguna cosa
huyen más los demonios, para no tornar, que del agua bendita”»27.
Juan
Pablo II nos exhorta a rezar dándonos más cuenta de lo que decimos en la última
petición del Padrenuestro: «no nos dejes caer en la tentación, líbranos del
Mal, del Maligno. Haz, oh Señor, que no cedamos ante la infidelidad a la cual
nos seduce aquel que ha sido infiel desde el comienzo»28.
Nuestro esfuerzo en estos días de Cuaresma por mejorar la fidelidad a aquello
que sabemos que Dios nos pide, es la mejor manifestación de que frente al Non
serviam del demonio, queremos poner nuestro personal Serviam:
Te serviré, Señor.
1 Cfr. Mt 4,
8-11. —
2 Mt 13,
25. —
3 Mt 13,
19. —
4 Conc.
Vat. II, Const. Gaudium et spes, 37. —
5 Juan
Pablo II, Audiencia general, 20-VIII-1986. —
6 1
Pdr 5, 8. —
7 Conc.
Vat. II, Const. Sacrosanctum Concilium, 6. —
8 Cfr. 1
Cor 10, 13. —
9 San
Ireneo, Tratado contra las herejías, 5. —
10 San
Josemaría Escrivá, Camino, n. 567. —
11 Conc.
Lateranense IV, 1215 DZ. 800 (428). —
12 Jn 8,
44. —
13 Cfr. Heb 2,
14. —
14 Cfr. Sab 2,
24. —
15 Cfr. Mt 13,
28-39. —
16 Juan
Pablo II, Audiencia general, 13-VIII-1986. —
17 Card. J.
H. Newman, Sermón para el Domingo II de Cuaresma.
Mundo y pecado. —
18 Casiano, Colaciones,
7 —
19 Ibídem.
—
20 Santo
Cura de Ars, Sermón sobre las tentaciones. —
21 San
Juan de la Cruz, Cántico espiritual, 3, 9. —
22 Hech,
10, 39. —
23 1
Jn 3, 8. —
24 Jn 12,
31. —
25 Conc.
Vat. II, Decr. Ad gentes, 3. —
26 Cfr. Juan
Pablo II, loc. cit. —
27 San
Josemaría Escrivá, Camino, n. 572. —
28 Juan
Pablo II, loc. cit.
Tomado
de: https://www.hablarcondios.org/meditaciondiaria.aspx
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