Gehard Cartay Ramírez 25 de febrero de 2023
@gehardcartay
Definitivamente una significativa porción
de los venezolanos no termina de salir del tremedal a que nos ha conducido la
antipolítica en los últimos años.
Esa
creencia absurda –no de ahora, sino de hace mucho tiempo– en que la solución a
nuestros graves problemas pasa siempre por echar a un lado al liderazgo
político y encomendarse a figuras que presumen de ser antipolíticas nos ha
conducido al chiquero putrefacto que representa el régimen chavista. Por
supuesto que, como es natural, no todo el estamento político –aquí o en
cualquier lado– es honesto y eficiente, pero ciertamente existen líderes
decentes y capaces. Y si lo primero resulta ser la regla común, entonces lo
segundo es la natural excepción que confirmaría aquella. Tan sencillo como eso.
Conviene detenerse aquí para intentar una breve definición de la antipolítica. Pudieran señalarse ahora, como características primordiales suyas, en primer lugar, la tendencia de sus factores (militares golpistas, empresarios “avispados”, arribistas, artistas, payasos y cómicos, etc., etcétera) presentándose como gente interesada en los asuntos públicos, pero sin vinculación con los partidos y los políticos, aunque siempre han mantenido vínculos con la claque corrupta en el poder, ya por razones económicas o por no importunarlos de ninguna manera desde su zona de confort.
En
segundo lugar, se exhiben como la alternativa cierta de cambio frente a los
políticos y sus partidos, acusándolos de corruptos, incompetentes e
insensibles. Pero, aparte de sus propias carencias éticas, son igualmente
incapaces de presentar un conjunto coherente de propuestas e ideas para
gobernar y menos sus equipos de gobierno, si es que los tienen.
Y, en
tercer lugar, explotan el resentimiento existente contra la política y sus
partidos, a los que -como ya se señaló- endilgan toda la responsabilidad por
los problemas y errores existentes, soslayando en nuestro caso actual que la
catastrófica situación que padecemos la ha provocado el actual régimen, ese
mismo a quienes tales personajes de la antipolítica “le engordan el caldo”.
Sin
embargo, quienes han promovido la antipolítica, aquí y en cualquier parte, por
lo general fueron o son, en el fondo, políticos taimados y tramposos, aun
cuando rechacen tal definición por conveniencia y cálculos electorales. Esa
misma actitud fue la que adoptó en su tiempo el dictador Juan Vicente Gómez,
cuando se definía a sí mismo “como un hombre de trabajo, y no como un
político”, a pesar de que gobernó con mano de hierro durante 27 años. Lo mismo
hizo el general Marcos Pérez Jiménez, otro tirano que odiaba a los políticos y
sus partidos, y se definía como un hombre de armas entregado a la tarea de
“hacer el bien nacional”. El generalísimo español Francisco Franco daba gracias
a Dios “porque él no era político”, aunque encabezó una dictadura terrorífica
por más de 40 años.
La
antipolítica, así concebida, ha sido entonces un antiguo recurso de autócratas
y tiranos de toda laya para ocultar su despotismo y sus crímenes, pretendiendo
no haber sido contaminados por la política y sus partidos. No se trata, pues,
de un fenómeno nuevo. Lamentablemente volvió a adquirir vigencia en Venezuela
luego de las intentonas golpistas de 1992. Ese proyecto encontró en 1997 a
Irene Sáez como su más formidable instrumento y no le faltaría el estímulo para
moldearla y llevarla hacia esa meta. Sin embargo, los resultados serían
realmente desastrosos en su caso particular.
No
sucedió lo mismo con la otra vertiente de la antipolítica, menos sofisticada
aunque mucho más peligrosa: la que encarnaron luego los golpistas de febrero de
1992 y cuyo triunfo electoral de 1998 ha sido una maldición para los
venezolanos. Se trata, en realidad, de una tendencia más rupestre, aunque con
su misma fundamentación maniquea, al afirmar de manera absoluta que, visto el
fracaso de los políticos -y de los civiles en general, por cierto-, tocaba
ahora a los militares tomar el poder y aplicar en consecuencia un espeso
mezclote de militarismo, fascismo, autoritarismo, totalitarismo y marxismo,
difícil de digerir, por lo demás. Como telón de fondo de la antipolítica
militarista encarnada por los oficiales golpistas, ellos mismos se prepararon
un escenario con los símbolos bolivarianos, tan caros a la idolatría popular
venezolana.
Pero
nada habrían logrado el golpista teniente coronel Chávez Frías y sus compinches
de no haber contado -como en efecto contaron- con el apoyo de los poderosos
grupos plutocráticos, económicos y mediáticos que venían impulsando la
antipolítica para hacerse con el poder, mediante el desarrollo de una
estrategia que comenzó a ejecutarse a comienzos de los años ochenta.
Puesta
en marcha aquella terrible operación antidemocrática, apalancada en la
demonización de la política y de los políticos, así como en la vituperación de
las instituciones, se creó toda una matriz de opinión según la cual el sistema
democrático en general no presentaba logros positivos y, por el contrario, sus
resultados negativos habían empeorado el nivel de vida de los venezolanos. Por
contraste, al tiempo que se denigraba del Estado omnipotente y de los políticos
como ineficientes, corruptos e incapaces, se postulaba como la generación de
relevo a noveles gerentes de la empresa privada que debía suplantar a la clase
política y al imperante sistema de gobierno.
Toda
esta manipulación propagandística fue un adelanto de lo que, a finales de los
años noventa, surgiría con fuerza inusitada en el país, a tal punto que
lograría ganar las elecciones de 1998: la antipolítica como vía de acceso
fáctico o electoral al poder. Sólo que sus actores provendrían entonces del
mundo militar, y no del empresarial.
Lo que
no habían calculado los promotores de tal maniobra era que, a la postre,
quienes realmente se beneficiarían de sus campañas de opinión pública no serían
ellos mismos, sino unos desconocidos golpistas que insurgirían pocos años
después, el 4 de febrero de 1992, contra el gobierno del presidente Pérez. Para
decirlo en lenguaje popular, aquellos factores económicos, políticos y
mediáticos actuaron como auténticos cachicamos que trabajaron para las lapas
ocultas de una logia militar golpista. Pocos años después, los propios autores
de aquella feroz campaña de opinión pública se lamentarían por ello, al darse
cuenta de que habían creado un monstruo que los liquidó a la mayoría de ellos.
Hoy
algunos vuelven a incurrir en el mismo error de impulsar figuras de la
antipolítica, como si no nos hubiera resultado tan costoso tal experimento.
Pero, en este caso, pretenden crear un candidato “opositor” a la medida del
régimen, es decir, “un caballo de Troya” infiltrado en las próximas elecciones
primarias. Por esta razón, esos estrategas y propagandistas comienzan a
“inflar” en sus encuestas a figuras que se presentan como antipolíticas, sin
capacidad conocida para gobernar un país destruido y arruinado como el actual,
y menos para encabezar una compleja transición que, pésele a quien le pese,
sólo podría adelantarla un estadista honesto, sensato y con autoridad moral,
proveniente de la política bien entendida, junto a un equipo capaz, honesto y
multidisciplinario.
Gehard
Cartay Ramírez
@gehardcartay
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico