Francisco Fernández-Carvajal 25 de febrero de 2023
@hablarcondios
— El Señor permite que seamos tentados
para que crezcamos en las virtudes.
— Las tentaciones de Jesús. El demonio nos
prueba de modo parecido.
— El Señor está siempre a nuestro lado.
Armas para vencer.
I. «La
Cuaresma conmemora los cuarenta días que pasó Jesús en el desierto, como
preparación de esos años de predicación, que culminan en la Cruz y en la gloria
de la Pascua. Cuarenta días de oración y de penitencia. Al terminar, tuvo lugar
la escena que la liturgia de hoy ofrece a nuestra consideración, recogiéndola
en el Evangelio de la Misa: las tentaciones de Cristo (Cfr. Mt 4,
1-11).
»Una
escena llena de misterio, que el hombre pretende en vano entender –Dios que se
somete a la tentación, que deja hacer al Maligno–, pero que puede ser meditada,
pidiendo al Señor que nos haga saber la enseñanza que contiene»1.
Es la primera vez que interviene el diablo en la vida de Jesús y lo hace abiertamente. Pone a prueba a Nuestro Señor; quizá quiere averiguar si ha llegado ya la hora del Mesías. Jesús se lo permitió para darnos ejemplo de humildad y para enseñarnos a vencer las tentaciones que vamos a sufrir a lo largo de nuestra vida: «como el Señor todo lo hacía para nuestra enseñanza –dice San Juan Crisóstomo–, quiso también ser conducido al desierto y trabar allí combate con el demonio, a fin de que los bautizados, si después del bautismo sufren mayores tentaciones, no se turben por eso, como si no fuera de esperar»2. Si no contáramos con las tentaciones que hemos de padecer abriríamos la puerta a un gran enemigo: el desaliento y la tristeza.
Quería
Jesús enseñarnos con su ejemplo que nadie debe creerse exento de padecer
cualquier prueba. «Las tentaciones de Nuestro Señor son también las tentaciones
de sus servidores de un modo individual. Pero su escala, naturalmente, es
diferente: el demonio no va a ofreceros a vosotros ni a mí –dice Knox– todos
los reinos del mundo. Conoce el mercado y, como buen vendedor, ofrece
exactamente lo que calcula que el comprador tomará. Supongo que pensará, con
bastante razón, que la mayor parte de nosotros podemos ser comprados por cinco
mil libras al año, y una gran parte de nosotros por mucho menos. Tampoco nos
ofrece sus condiciones de modo tan abierto, sino que sus ofertas vienen
envueltas en toda especie de formas plausibles. Pero si ve la oportunidad no
tarda mucho en señalarnos a vosotros y a mí cómo podemos conseguir aquello que
queremos si aceptamos ser infieles a nosotros mismos y, en muchas ocasiones, si
aceptamos ser infieles a nuestra fe católica»3.
El
Señor, como se nos recuerda en el Prefacio de la Misa de hoy, nos enseña con su
actuación cómo hemos de vencer las tentaciones y además quiere que saquemos
provecho de las pruebas por las que vamos a pasar. Él «permite la tentación y
se sirve de ella providencialmente para purificarte, para hacerte santo, para
desligarte mejor de las cosas de la tierra, para llevarte a donde Él quiere y
por donde Él quiere, para hacerte feliz en una vida que no sea cómoda, y para
darte madurez, comprensión y eficacia en tu trabajo apostólico con las almas,
y... sobre todo para hacerte humilde, muy humilde»4. Bienaventurado
el varón que soporta la tentación –dice el Apóstol Santiago– porque,
probado, recibirá la corona de la vida que el Señor prometió a los que le aman5.
II. El
demonio tienta aprovechando las necesidades y debilidades de la naturaleza
humana.
El
Señor, después de haber pasado cuarenta días y cuarenta noches ayunando, debe
encontrarse muy débil, y siente hambre como cualquier hombre en sus mismas
circunstancias. Este es el momento en que se acerca el tentador con la
proposición de que convierta las piedras que allí había en el pan que tanto
necesita y desea.
Y
Jesús «no solo rechaza el alimento que su cuerpo pedía, sino que aleja de sí
una incitación mayor: la de usar del poder divino para remediar, si podemos
hablar así, un problema personal (...).
»Generosidad
del Señor que se ha humillado, que ha aceptado en pleno la condición humana,
que no se sirve de su poder de Dios para huir de las dificultades o del esfuerzo.
Que nos enseña a ser recios, a amar el trabajo, a apreciar la nobleza humana y
divina de saborear las consecuencias del entregamiento»6.
Nos
enseña también este pasaje del Evangelio a estar particularmente atentos, con
nosotros mismos y con aquellos a quienes tenemos una mayor obligación de
ayudar, en esos momentos de debilidad, de cansancio, cuando se está pasando una
mala temporada, porque el demonio quizá intensifique entonces la tentación para
que nuestras vidas tomen otros derroteros ajenos a la voluntad de Dios.
En la
segunda tentación, el diablo lo llevó a la Ciudad Santa y lo puso sobre
el pináculo del Templo. Y le dijo: Si eres Hijo de Dios, arrójate abajo. Pues
escrito está: Dará órdenes acerca de ti a sus ángeles de que te lleven en sus
manos, no sea que tropiece tu pie contra alguna piedra. Y le respondió Jesús:
Escrito está también: No tentarás al Señor tu Dios.
Era en
apariencia una tentación capciosa: si te niegas, demostrarás que no confías en
Dios plenamente; si aceptas, le obligas a enviar, en provecho personal, a sus
ángeles para que te salven. El demonio no sabe que Jesús no tendría necesidad
de ángel alguno.
Una
proposición parecida, y con un texto casi idéntico, oirá el Señor ya al final
de su vida terrena: Si es el rey de Israel, que baje ahora de la cruz y
creeremos en él7.
Cristo
se niega a hacer milagros inútiles, por vanidad y vanagloria. Nosotros hemos de
estar atentos para rechazar, en nuestro orden de cosas, tentaciones parecidas:
el deseo de quedar bien, que puede surgir hasta en lo más santo; también
debemos estar alerta ante falsas argumentaciones que pretendan basarse en la
Sagrada Escritura, y no pedir (mucho menos exigir) pruebas o señales
extraordinarias para creer, pues el Señor nos da gracias y testimonios
suficientes que nos indican el camino de la fe en medio de nuestra vida
ordinaria.
En la
última de las tentaciones, el demonio ofrece a Jesús toda la gloria y el poder
terreno que un hombre puede ambicionar. Le mostró todos los reinos del
mundo y su gloria, y le dijo: —Todas estas cosas te daré si postrándote delante
de mí, me adoras. El Señor rechazó definitivamente al tentador.
El
demonio promete siempre más de lo que puede dar. La felicidad está muy lejos de
sus manos. Toda tentación es siempre un miserable engaño. Y para probarnos, el
demonio cuenta con nuestras ambiciones. La peor de ellas es la de desear, a
toda costa, la propia excelencia; el buscarnos a nosotros mismos
sistemáticamente en las cosas que hacemos o proyectamos. Nuestro propio yo
puede ser, en muchas ocasiones, el peor de los ídolos.
Tampoco
podemos postrarnos ante las cosas materiales haciendo de ellas falsos dioses
que nos esclavizarían. Los bienes materiales dejan de ser bienes si nos separan
de Dios y de nuestros hermanos los hombres.
Tendremos
que vigilar, en lucha constante, porque permanece en nosotros la tendencia a
desear la gloria humana, a pesar de haberle dicho muchas veces al Señor que no
queremos otra gloria que la suya. También a nosotros se dirige Jesús: Adorarás
al Señor Dios tuyo; y a Él solo servirás. Y eso es lo que deseamos y
pedimos: servir a Dios en la vocación a la que nos ha llamado.
III. El
Señor está siempre a nuestro lado, en cada tentación, y nos dice: Confiad:
Yo he vencido al mundo8.
Y nosotros nos apoyamos en Él, porque, si no lo hiciéramos, poco conseguiríamos
solos: Todo lo puedo en Aquel que me conforta9. El
Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?10.
Podemos
prevenir la tentación con la mortificación constante en el trabajo, al vivir la
caridad, en la guarda de los sentidos internos y externos. Y junto a la
mortificación, la oración: Velad y orad para no caer en la tentación11.
También debemos prevenirla huyendo de las ocasiones de pecar por pequeñas que
sean, pues el que ama el peligro perecerá en él12,
y teniendo el tiempo bien ocupado, principalmente cumpliendo bien nuestros
deberes profesionales, familiares y sociales.
Para
combatir la tentación «habremos de repetir muchas veces y con confianza la
petición del padrenuestro: no nos dejes caer en la tentación,
concédenos la fuerza de permanecer fuertes en ella. Ya que el mismo Señor pone
en nuestros labios tal plegaria, bien estará que la repitamos continuamente.
»Combatimos
la tentación manifestándosela abiertamente al director espiritual, pues el manifestarla
es ya casi vencerla. El que revela sus propias tentaciones al director
espiritual puede estar seguro de que Dios otorga a este la gracia necesaria
para dirigirle bien»13.
Contamos
siempre con la gracia de Dios para vencer cualquier tentación. «Pero no
olvides, amigo mío, que necesitas de armas para vencer en esta batalla
espiritual. Y que tus armas han de ser estas: oración continua; sinceridad y
franqueza con tu director espiritual; la Santísima Eucaristía y el Sacramento
de la Penitencia; un generoso espíritu de cristiana mortificación que te
llevará a huir de las ocasiones y evitar el ocio; la humildad del corazón, y
una tierna y filial devoción a la Santísima Virgen: Consolatrix
afflictorum et Refugium peccatorum, consuelo de los afligidos y refugio de
los pecadores. Vuélvete siempre a Ella confiadamente y dile: Mater mea,
fiducia mea; ¡Madre mía, confianza mía!»14.
1 San
Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 61. —
2 San
Juan Crisóstomo, Homilías sobre San Mateo, 13, 1. —
3 R.
A. Knox, Sermones pastorales, p. 79. —
4 S.
Canals, Ascética Meditada, 14ª ed., Madrid 1980, p. 127.
—
5 Sant 1,
12. —
6 San
Josemaría Escrivá, loc. cit. —
7 Mt 27,
42. —
8 Jn 16,
33. —
9 Flp 4,
13. —
10 Sal 26,
1. —
11 Mt 26,
41. —
12 Eccl 3,
27. —
13 B.
Baur, En la intimidad con Dios, Herder. Barcelona 1975, 10ª
ed., p. 121. —
14 S.
Canals, o. c., p. 128.
Tomado
de: https://www.hablarcondios.org/meditaciondiaria.aspx
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