Laureano Márquez P. 15 de diciembre de 2023
La
expresión original procede del Egipto antiguo, pero permaneció oculta por mucho
tiempo. Aconteció que, como estaba escrita en jeroglífico, no pudo ser
descifrada hasta el descubrimiento de la piedra de Rosetta por Champollión
Bonaparte en su célebre toma de Egipto conocida con el nombre de «la champaña
francesa en Egipto». En jeroglífico la expresión se escribía así: ojito
delineado, escarabajo, culebra, cruz con cabeza, muñequito mirando a la
izquierda y una paloma.
Según la tradición instaurada por la dinastía de los Ptolomeos (unos faraones que se tomaron muy en serio su micción), el dibujo de la paloma como cierre de la frase era una distinción que correspondía a los criminales que se salían con la suya (siempre los de túnica blanca).
Cuando
Roma invadió Egipto, declarándolo provincia romana conforme al referéndum
llevado a cabo en la península itálica, la expresión pasó al Imperio
latinizada: incidere quod incidere y fue usada por diversos
emperadores, entre ellos: Trajano, Domiciano, Vespasiano, Adriano y Próculo
(este último excluido del listado oficial porque los historiadores consideraron
que estaba a favor de la vulgaridad). El famoso principio del derecho romano de nulla
poena sine culpa fue entonces trastocado por el más
sencillo, el simple nulla pena, el sine fue
eliminado y la culpa se atribuyó de manera exclusiva a los
enemigos del Imperio (Nihil novum sub sole).
Sin
embargo, en el año 476, a las once y cuarenta de la mañana, el «caiga quien
caiga» se volvió contra los propios romanos con la llegada de los bárbaros. En
ese año, el último emperador romano occidental, Rómulo Augústulo, fue de puesto
en puesto hasta que quedó enteramente depuesto.
Durante
toda la Edad Media, el «caiga quien caiga» fue aplicado con todo rigor, aunque
algunos historiadores poco acuciosos apuntan a que solo se medio aplicó. Su
principal exponente es el hermano menor de Alejandro Magno, Carlomagno, quien,
a pesar de ser rey de los francos, era bastante hipócrita.
El
«caiga quien caiga» medieval se inicia con el inventor del brandy, el señor
Carlos Martell (abuelo de Carlomagno), cuyo hijo, Pipino el breve, increpó al
pontífice Zacarias diciéndole: «¿sacarías a los merovingios para meter a los
carolingios?, ¿sí o no?» A lo que este respondió en griego: «Όποιος πέφτει»,
esto es: «caiga quien caiga» (se pronuncia [opios pefsti], no confundir
con el «a opio apesta», que es otro tema).
Según
algunos etimólogos tenidos en alta estima, la frase puede tener un origen
militar y era pronunciada por los comandantes de batalla para animar a los
soldados antes de la misma con la finalidad de que las tropas se lanzaran al
combate sin importar las consecuencias. Lo curioso es que quien hacía la
invitación rara vez caía, tradición que se mantiene intacta hasta el sol de
hoy.
Laureano
Márquez P.
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