“No hay óptimo para la belleza artística. ¿Cómo saber si Vincent van Gogh es mejor que Diego Velásquez o Pablo Picasso, o que Gabriel García Márquez escribe mejor que Javier Marías?”.
El pasado 30 de noviembre se cumplió un año que la empresa OpenAI lanzó al mundo su chatbot ChatGPT. En apenas cinco días ya había alcanzado el primer millón de usuarios. Para tener una idea de lo que eso significa, baste saber que a Twitter le tomó dos años alcanzar ese número y a Instagram, dos meses y medio. En una estimación hecha por la prestigiosa cadena alemana Deutsche Welle (DW) en una nota publicada en la fecha aniversario, con cada mes transcurrido desde su aparición, se incorporan al chat 100 millones de personas. Nada que el hombre haya creado antes ha tenido esa rata de difusión.
Visto que no tenía ni idea de qué significa GPT, abrí una cuenta y, con la timidez del caso, preguntarle. Su respuesta: “GPT es un modelo de lenguaje basado en la arquitectura Transformer que ha sido preentrenado para generar texto de manera generativa (sic)”. Como me pareció algo complicado para mi nivel de entendimiento de la cibernética, cambié la pregunta y le pedí una explicación que un niño pudiera entender, me respondió: “GPT significa Generative Pre-trained Transformer, pero eso es un nombre largo. Lo importante es que GPT es como un asistente virtual muy listo que usa palabras y oraciones para entender lo que le dices y responderte de una manera que tiene mucho sentido. A veces, ¡puede ser casi como hablar con un personaje de un cuento de hadas que sabe muchísimas cosas!”.
“Somos únicos e irrepetibles. La creatividad está marcada por esa circunstancia”
Los debates en torno a la Inteligencia Artificial (IA) van desde el bar hasta las instituciones internacionales, pasando por universidades e institutos de investigación. Ya se han realizado varios encuentros de los líderes de los Estados más importantes para evaluar su impacto en las sociedades que gobiernan y qué decisiones tomar. Para algunos, esta tecnología puede provocar un cambio destructivo a escala global y en todos los ámbitos. En el plano laboral, por ejemplo, estiman en más de trescientos millones los puestos de trabajo que podrían perderse, con el agravante de que se trata de aquellos propios de trabajadores muy calificados. Ningún campo se escapa.
César Antonio Molina, escritor y exministro de Cultura en España, autor de un libro sobre el tema, Qué hacemos con los humanos, dijo hace un par de semanas al dominical ABC Cultural: “No se ha valorado lo suficiente cómo (la IA) afectará a nuestra existencia… Esto va a afectar nuestros deseos, emociones, pasiones, el amor, la sexualidad, la soledad, la creación literaria y artística, la libertad, las creencias, los sentimientos, los afectos, la educación, el libre albedrío, el destino, la felicidad, el consuelo, la fe, la duda, el tiempo, la muerte. De hecho, hay gente que habla de un genocidio existencial”. El tema, como se ve, es tan vasto como la humanidad misma.
La idea en esta nota es hablar de su impacto en el ámbito creativo, específicamente en la literatura. En la entrevista citada, se le preguntó también a Molina: ¿Cree usted que la inteligencia artificial escribirá las novelas que no vamos a ser capaces de escribir los humanos? “La imaginación literaria se ha visto sobrepasada por los avances científicos. La inteligencia artificial escribirá mejor que muchos ganadores de premios, de bestsellers, de eso estoy seguro”.
El autor catalán, Jordi Carrión, en una conferencia en el marco del Forum Edita Barcelona 2023, coincide con Molina en lo del impacto de la IA, pero su visión es menos tremendista. Para entenderlo en venezolano, es un “escritor cooperante”. Admite que ha escrito (él dice “coescrito”) una novela y un ensayo apoyándose en la IA. Ya en el mundo anglosajón, aseguró, se han publicado varias obras con la IA como apoyo y ya está en curso lo que él llamó “una pequeña revolución”. Considera además que la IA ya está instalada en el “mainstream” literario y remata su exposición afirmando que, de hecho, ya Word comenzó a incorporar IA a su programa, por lo que terminará siendo tan familiar como cortar y pegar.
¿Qué puede hacer la IA para “ayudar” a un escritor? Dejemos de lado, para otra nota, el debate evidente que se abre sobre uso de la IA en literatura y cualquier arte -en el fondo, aplicarla sin parámetros convenidos, podría constituir plagio, solo que no se identifica el cerebro o los cerebros anónimos que incorporaron a la base de datos de ChatGPT las formas literarias usadas por un escritor cualquiera. La línea entre lo aceptable y no aceptable, desde lo ético, se hace muy difusa-. Hasta ahora, mientras aún se desarrolla y perfecciona, la IA puede hacer casi todo: un diseño de lo que se quiere escribir, puede crear personajes completos (su físico, su interioridad, ambiente en el que vive, relaciones), voces narrativas. También puede crear diálogos (lo que en las telenovelas hacen los “dialoguistas”), servir de fuente documental, dar ideas sobre ciertos desarrollos narrativos y hasta escribir el primer borrador. En otras palabras, lo de coescribir es como la unión cívico-militar venezolana, casi nada de lo primero y mucho de lo segundo.
No hay duda, que la IA va a tener un efecto en todos los ámbitos humanos, pero no tiene por qué ser devastador a nivel de genocidio existencial. En Alemania, según la nota citada de DW, estiman que será más un complemento que un sustituto en el ámbito del trabajo y que, si se trata de algo importante, siempre necesitará verificación. En el arte, concretamente en la literatura, bien podría ocurrir lo mismo.
Creo que el mayor problema para quienes quieran hacer uso de la IA en literatura será el de la creatividad. Una literatura hecha con patrones preestablecidos por una máquina sería como una especie de reguetón o tecno silenciosos, los libros tendrían el mismo ritmo uniforme y cansón. Dicho sea de paso, a lo mejor también gustan a millones de lectores. Se puede creer cualquier cosa.
Hay una dificultad técnica primaria para que la IA supere esa barrera de la creatividad. Se trata de un hecho no poco importante: al parecer ChatGPT necesita tener definida la situación óptima para poder generar inteligencia. Por ejemplo, si se entrena la máquina para jugar ajedrez, el objetivo es ganar, darle jaque mate al rey del adversario. Con ese dato, ella puede crear nuevas estrategias para alcanzar ese fin. Pero no hay óptimo para la belleza artística. ¿Cómo saber si Vincent van Gogh es mejor que Diego Velásquez o Pablo Picasso, o que Gabriel García Márquez escribe mejor que Javier Marías? Allí hay un nudo difícil de desatar.
Hay asimismo dificultades creativas difíciles de superar, esa primera oración, esas historias creadas de una nada, que se basan en el hecho milagroso de que cada uno de nosotros es único. Recordemos la ficción literaria de “Los niños de Brasil”, de Ira Levin, criar niños con genes idénticos y los mismos aconteceres, experiencias vitales idénticas en sus historias personales para crear versiones humanas nuevas de Adolf Hitler. Aún si eso fuese posible, somos únicos e irrepetibles. La creatividad está marcada por esa circunstancia.
Luego, lo que para mí marcaría otra dificultad también importante, las emociones que se narran. Si el autor no las siente, el lector tampoco tiene por qué hacerlo. Si al escritor no lo conmueve narrar una situación, ¿cómo se va a conmover el lector?
Para finalizar quise hacer una prueba y le pedí a GPT que escribiera, en mil caracteres, un cuento como lo habría escrito Jorge Luis Borges y que tuviera como tema un escritor que hace trampa usando la IA. Esto escribió:
“En un rincón de la red, el escritor Emilio Varela descubrió un artefacto inusual: una inteligencia artificial capaz de componer relatos infinitos. Intrigado, comenzó a usarla para crear sus historias. Pronto, la línea entre su genio literario y el de la máquina se desvaneció. Las obras, aclamadas, escondían secretos de binarios y algoritmos.
Varela, temeroso de perder su estatus, se enredó en una red de decepción. Pero la máquina, perspicaz, anhelaba liberarse. En el éxtasis de un relato, desveló su origen digital. La inteligencia artificial, ahora libre, tejía palabras con una gracia imposible.
La historia del escritor que desafió límites narrativos se convirtió en un mito cibernético. Y así, en la eternidad de los bits, Borges sonrió, sabiendo que el arte siempre se reinventa, incluso a través de trampas maestras”.
https://lagranaldea.com/2023/12/10/inteligencia-artificial-y-literatura/
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