Opus Dei 10 de febrero de 2024
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Comentario
al Evangelio del domingo de la 6° semana del tiempo ordinario (Ciclo B).
“Quiero, queda limpio”. Si nuestro corazón manchado está decidido a apartarse
del mal, y, como el leproso del Evangelio acudimos a Jesús en el sacramento de
la Reconciliación, también experimentaremos como él la eficacia de sus palabras
que sanan, renuevan y reconfortan,
Evangelio
(Mc 1,40-45)
Y vino
hacia él un leproso que, rogándole de rodillas, le decía:
— Si
quieres, puedes limpiarme.
Y,
compadecido, extendió la mano, le tocó y le dijo:
—
Quiero, queda limpio.
Y al
instante desapareció de él la lepra y quedó limpio. Enseguida le conminó y le
despidió. Le dijo:
—
Mira, no digas nada a nadie; pero anda, preséntate al sacerdote y lleva la ofrenda
que ordenó Moisés por tu curación, para que les sirva de testimonio.
Sin
embargo, en cuanto se fue, comenzó a proclamar y a divulgar la noticia, hasta
el punto de que ya no podía entrar abiertamente en ninguna ciudad, sino que se
quedaba fuera, en lugares solitarios. Pero acudían a él de todas partes.
Comentario al Evangelio
En
este pasaje del Evangelio se nos presenta una nueva curación milagrosa llevada
a cabo por Jesús que, además, está cargada de un gran contenido simbólico.
Según
las prescripciones del Levítico la lepra no era considerada sólo como una
enfermedad, sino también como un grave tipo de impureza ritual que lleva
consigo la obligación de estar aislado mientras perdurase (Lv 13,1-59).
Correspondía a los sacerdotes diagnosticar a quienes presentaban los síntomas,
así como certificar la curación, si es que llegaba a producirse.
Es
fácil hacerse cargo de los sufrimientos que implicaba a las personas que la
contraían, ya que, además de las graves molestias propias de la enfermedad,
debían abandonar sus casas y sus pueblos y vagar por lugares deshabitados,
lejos del contacto con otras personas. Tener lepra era como estar muerto en
vida, alejado tanto de la vida civil como de la religiosa. Por eso, también su
curación es como una resurrección.
Aquel
hombre leproso, al ver desde lejos que Jesús pasaba con sus discípulos por
algún camino de la zona en la que estaba, sentiría removerse su corazón con la
esperanza de que pudiera hacer algo por él. Por eso se acerca al Maestro y,
todavía lejos, arrodillado en su presencia, le habla lleno de confianza en que
Jesús tenía poder para hacerlo. A la vez se dirige al Señor de modo muy
respetuoso con lo que decidiera hacer finalmente: “Si quieres, puedes
limpiarme”.
Jesús
se compadeció al instante de este hombre, se acercó a él, extendió su mano para
tocarlo y le dijo: “Quiero, queda limpio”. E inmediatamente se produjo su
curación. El hecho de extender la mano y tocar el cuerpo llagado del leproso,
pone de manifiesto que Dios, de ordinario, se quiere servir de gestos, de
signos sensibles, que por la acción divina son eficaces. El simple hecho de
tocar no cura, pero el poder de Dios a través de ese gesto, sana en profundidad
a aquella persona.
Es
algo análogo a lo que sucede en los sacramentos, que fueron instituidos por
nuestro Señor Jesucristo. Son signos sensibles que, por la acción divina que
actúa en ellos, producen eficazmente la gracia que significan.
En la
lepra se puede ver un símbolo del pecado, que es la verdadera impureza del
corazón, que lleva consigo un alejamiento de Dios. A diferencia de lo que
establecían las antiguas normas rituales del Levítico la enfermedad física no
nos separa de Dios, sino la culpa, las manchas morales y espirituales del alma.
También
en ocasiones podemos sentirnos manchados por nuestras faltas y pecados, e
incapaces de salir con nuestras propias fuerzas de esa situación. Entonces es
el momento de dirigirnos a Jesús con la misma fe fuerte de aquel hombre: “Si
quieres, puedes limpiarme”. Y, si nuestro corazón está decidido a apartarse del
mal con la ayuda del Señor y acudimos al sacramento de la Reconciliación,
también podremos experimentar la eficacia de sus palabras: “Quiero, queda
limpio”.
Los
pecados que hayamos podido cometer -aunque hayan llegado a producir la muerte
del alma, como las manchas en la piel de aquel leproso lo habían hecho morir en
cierto modo- quedan limpios cuando los confesamos humildemente. En este
sacramento, Jesucristo, con infinita misericordia, nos renueva y reconforta por
medio de sus ministros, permitiéndonos recomenzar una nueva vida llena de paz y
alegría.
Tomado
de: https://opusdei.org/es/gospel/2024-02-11/
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