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jueves, 16 de marzo de 2017

DOCUMENTO, VERDAD Y LEYENDA, por Fernando Yurman



Fernando Yurman 15 de marzo de 2017

La información actual aumentó la velocidad, los detalles, la cercanía de los datos, pero disminuyo la posibilidad de pensarlos.

Un tema candente de nuestro tiempo es la credibilidad, no solo del vocero como referencia ética, también de la información que emite. Atrapada en una veloz multiplicidad, la noticia acompaña e incluso gesta el acontecimiento, y su rapidez acaba por ahogar todo concepto o reflexión que pueda suscitar. El pensamiento respira a un ritmo que requiere, cuando es riguroso, marchas y contramarchas, cambios de ángulo, perspectivas en escorzo, panorama, meditación, pero la noticia actual circula en un carrusel que se alimenta de su `propio vértigo. Basado en el carácter efímero de estas construcciones, Baudrillard había dicho irónicamente hace tiempo  “La guerra de Irak nunca existió”. Lo cierto es que la distancia entre los acontecimientos y sus versiones fue enrarecida de manera notoria, y afecta el observador tradicional del presente que acostumbraba descifrar el mundo. Ni el desciframiento, ni la esfera de rumores que llamamos mundo, es igual,  y parece que tampoco la textura de la materia tratada es la misma.

Hace pocos años, un  documental bélico sobre el siglo XX presentó, con lúcido realismo crítico, una amalgama de escenas de ficción en películas de guerra. Excluyendo lo real, trataba de ilustrar que nuestra imagen de la guerra y su memoria fue forjada por ellas (aunque muchas se inspiraron en noticieros, trozos documentales o relatos del momento). Mucho antes hubo historiadores que creyeron mas cierto contar la historia de las retoricas que configuraron la historia, en vez de la historia misma. La diferencia entre Michelet y Tucidides o Flavio Josefo  y Gibbon, para ellos sería solo literaria. Ese relativismo, que atravesó la academia, ya es determinante también en los medios.

La verdad siempre ha sido compleja, “si fuera simple  - había sostenido H Arendt- todo lo que tendríamos que hacer es dar vuelta de cabeza la mentira, y ya está,  pero eso no resulta”. Ahora resulta mucho menos, y el reciente neologismo “Post-verdad “ fue acuñado para mostrar este vacío sobre la convicción de las causas. En otro tiempo, la ambigüedad, la incertidumbre, la cambiante distancia, refractaban los acontecimientos, ahora la información los traduce en tiempo real pero a una lengua preformada que los aplana. Los grupos, que la reciben cada vez más por Internet, se informan mediante sus “ propios” sitios,  y cultivan su certeza sin cotejar con otros. Así cuadriculada,  la amplitud informativa es rebajada por un previsto y rutinario desconocimiento

El cine documental, que tomó su adjetivo por el prestigio que tenía  el testimonio, las ruinas y documentos en la Historia, creyó en su tiempo que atesoraba la realidad, misión heredada de la fotografía. Su desarrollo, como en la pintura, muestra sin embargo que la luz, el encuadre, el montaje o el color,también narran una historia y develan distintas versiones de la “realidad”. Y la verdad es siempre un tipo de vínculo fragmentado con esa realidad en curso. Por eso Merleau Ponty, al referirse a la puntual fotografía sobre el movimiento real de las patas de los caballos en el aire, decía irritado “ la fotografía miente, y las pinturas de caballos de Gericault dicen la verdad, porque es parte del galope ir de aquí para alla”.  El documental “Shoa” de Lanzman muestra con el mismo criterio la “Verdad”, aunque no aparezcan las fotos y las captaciones materiales que mostró Alain Resnais en “Noche y Niebla”. La verdad no es la inasible realidad, sino su inquietante revelación de sentido.

En la profusa corriente de imágenes que pasaron bajo las cámaras, y hacen raro actualmente un paisaje o incluso un acontecimiento no fotografiado, llegó a fundirse el cine documental con la ficción, y a modificar en su mezcla la visión de uno y otro.  “Él hijo de Saul” es una ficción plena de “verdad” y de lenguaje documental, asi como tambien  “Patterson”,  un film en el otro extremo de la experiencia humana,  también ocurrió con   “Tana” o “ La cinta blanca” , los cruces de estilo abundan y se necesitan. El blanco y negro, clásico codigo del documental, es un signo de “realismo”  que aprovecharon films como “Nebraska” . También ha ocurrido que los films originales de Ed Wood, el famoso peor director, son revisados actualmente como documentos graciosos de aquella ficción documental biográfica que realizo Tim Burton. En estos cruces impensados de estratos imaginarios y reales, emergio la visión cómica y satírica del documental como género.

El caso quizás mas festejado es un film uruguayo, cinéfilo sobre Orson Welles. Utiliza un enfático estilo documental en la investigación sobre el protagonista infantil de Citizen Kane, que apenas se entrevió al comenzar el famoso film con el mítico trineo que lleva escrito Rosebud. Según estos acuciosos investigadores, ese niño seria un señor mayor y acriollado, del provinciano interior uruguayo. La comicidad que desprenden estas entrevistas en un almacén de campo, o entre mate y mate sobre la obra del “amigo Orson” , destila una inteligente ironía . El humor “serio” de este documental sobre las pretensiones de “verdad” afianzó un género original que se extendió entre aficionados. También suele verse solapado y confundido con algunas producciones realmente desastrosas, cuya comicidad es involuntaria, como las de Ed Wood. Es un ejemplo el film que paso  recientemente un canal de televisión local sobre una de las mafias de la prostitución, controlada por judíos polacos, en la Argentina de principios de siglo. Un improvisado reportero extranjero, que masticaba un español muy pobre,  trataba de “ sacar a luz”  esa historia a partir del “ descubrimiento”   de un edificio casi folklórico de la calle Córdoba, y del relato familiar que recibió sobre una tiabuela ya desaparecida que había sido “Madama” . Al parecer, ignoraba los muchos ensayos historiográficos que se habían hecho sobre el tema, como asimismo sus derivaciones literarias en Roberto Arlt, Edgardo Cozarinsky, Humberto Constantini, Alberto Bianco, Sholem Ash, Cesar Tiempo, etc, y los numerosos estudios de ese ambiente en su relación con el tango y el teatro idish. Empujado por un entusiasmo periodístico al que ninguna ignorancia le era ajena, y acompañado por una exprostituta feminista, el empeñoso cronista empezó a recorrer la estantería morbosa para extraer “La verdad”. Su ayudante, que desconocía olímpicamente esa historia del judaísmo porteño de un siglo atrás, tenía su propio guión con un discurso feminista con referencias al presente, y rememoró entre lágrimas su propio abuso por un hombre; por otra parte, una tia del reportero contaba cada tanto sobre la migración de hace cien años, y una  “experta” sostenía, con clásica lógica antisemita, que los “otros” judíos le vendían los jabones y toallas a los rufianes. Raquel Liberman, cuya vida y denuncia en los años veinte había sido desplegada en varias novelas, emergió esta vez solapada con manifestaciones actuales de protesta. Por un golpe de suerte para el espectador, uno de los últimos entrevistados se molestó y preguntó irritado al reportero que buscaba con esa indagación, que cosa turbia querían investigar, y que ya dejasen descansar en paz esas pobres mujeres. La breve indignación de este hombre iluminó el film, lo hizo un autentico “documental”  sobre la necedad informativa de nuestro tiempo.

La falta de rigor, la tolerancia al equívoco, la analogía anacrónica, esta alentada por el relativismo que impone el dato digital. La gran masa informativa suscita una ignorancia igualmente enciclopédica por la falta de conceptos. La tecnología nos determina mas de lo que creemos,y  muchos creen que la “realidad”  digital nos piensa. En todo caso, la invasión general de información, mito y leyenda, hace de la aldea global que profetizaba Mac Luhan, un auténtico infierno chico de mentiras y rumores. La leyenda, acendrada por los años, se funde con el prejuicio en aleaciones cada vez mas difíciles de desarmar. Curiosamente, estos emprendimientos engañosos procuran el sortilegio iluminador de la “Verdad”. Se sabe que la ciencia busca el conocimiento, siempre es provisorio y cambiante, mientras que la verdad es un anhelo metafísico o religioso, que en tono menor sostiene también la adicción morbosa a la prensa amarilla.

El indicio o la documentación no son la verdad, ni en muchos casos un conocimiento válido, pero justifican la versión falsa como “Verdad”. En las universidades norteamericanas, y en muchas conferencias filmadas que circulan en Internet, se difunde actualmente una noción importante del antisemitismo afroamericano:  los judios se implicaron financieramente en la esclavitud. En efecto, la esclavitud fue parte del comercio mundial hasta entrado el siglo XIX, los judios no hubieran podido evitarla, como tampoco los ingleses,holandeses, portugueses, arabes, chinos, etc, e incluso las mismas etnias africanas tramadas en ese comercio con los traficantes árabes. Distinguir especialmente a los judíos sugiere una revelación histórica falsa pero contundente, que resulta trabajoso aclarar porque las tesis conspirativas de la historia tienen un atractivo insuperable para la estupidez social. La brevedad del Twiter, que prescinde de argumentos, sirve el anhelo constante por la verdad revelada. Y las redes sociales, que no se caracterizan por un espíritu crítico, viven de esos estallidos de luz artificial.

Cuando Julian Assange y luego Snowden destaparon las capas informativas que cubrían la densa vida política global, el impacto para el público fue también su cercanía a todo aquello que antes era remoto, la visión clara de un núcleo secreto y trascendente. El carácter ordinario y a veces previsible de la información mostró los interiores de muchas esforzadas figuras, e incluso algunos que nadaban desnudos en las corrientes políticas. Uno de los desencantos de este nuevo “saber”  alentó también el desinterés general por las direcciones de lo cierto y lo falso. Cuando Goebbels sostenía que una mentira dicha cien veces se convierte en verdad, existía en esa misma manipulación la idea de que ambas eran diferentes. Actualmente, esa diferencia se ha disuelto en el desencanto, en ese artificio que la pomposa posmodernidad llama la postverdad.

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