SALLY PALOMINO 13 de marzo de 2017
Migraron
para ser mamás. Aguantaron irse a la cama sin comer hasta que sus embarazos
avanzaron y el riesgo de desnutrición se advertía. La crisis, según la Encuesta
Nacional sobre condiciones de vida de Venezuela (2016), tiene al 82% de los
hogares en la pobreza. El mismo estudio dice que hay 9,6 millones de
venezolanos que comen dos o menos veces al día. “O me iba o nos moríamos
ambos”, dice Dariana Elluz Amaya, de 25 años. Tiene nueve meses de embarazo y
una barriga que apenas se asoma. En una carpeta, que alcanza cuando quiere dar
una fecha con precisión, ha ido guardando la historia de su hijo a punto de
nacer. Muestra dos ecografías. La de una clínica de Zulia le anuncia que tendrá
un niño y la de Cartagena dice que será una niña. “Es que allá ni los exámenes
hacen bien”, apunta indignada. Dos días después nacería Ashely Samara en la
Clínica maternidad Rafael Calvo.
Dariana
Elluz es una de las 82 venezolanas que en los dos primeros meses de este año
han buscado atención en ese centro médico de Cartagena. En el mismo periodo de
2016, la cifra rozaba los 40 casos. La mayoría - cuenta Jorge Quintero, médico
y gerente del hospital - llega sin historia clínica, sin controles. “Por lo
general ingresan por urgencias cuando ya tienen los dolores de parto o se
sienten muy mal”, explica. El camino para recibir atención, sin embargo, no es
tan fácil. Él mismo lo reconoce. “El Estado colombiano está de espaldas a lo
que está pasando con la salud en las regiones de frontera a raíz de la llegada
de venezolanos. Se necesitan más recursos y una política que garantice su
atención”.
Dariana
emigró a la ciudad más turística del caribe colombiano y no ha visto la primera
imagen que se asemeje a lo que le mostró Google cuando la buscó antes de salir
de su país. Se ha tenido que internar horas enteras en las oficinas distritales
para tramitar un servicio médico. Cuando no está allí, permanece en un cuarto
acondicionado en la parte trasera de una tienda de la Cartagena que pocos
extranjeros conocen, la que solo sale en internet en las noticias judiciales de
los diarios regionales. Vive en el barrio Villa Estrella, en donde advierten
que matan por robar un par de zapatos. “A veces se siente mucha inseguridad,
pero por lo menos tenemos lo de comer tres veces al día y medicina” dice la
venezolana. Durante el 2016, 309 compatriotas suyas recibieron atención en
Cartagena, lo que significó una facturación de casi 50.000 dólares para las
finanzas de la clínica que las recibió. Entre enero y febrero de este año, la
cifra ya rondaba los 17.000. “Hemos hecho un convenio regional con otras entidades
para que ninguna mujer se quede sin atención. Se trata de un acto humanitario,
aunque en nuestro sistema de salud escaseen los recursos”.
El
personero de la ciudad, Willian Matsón, ha propuesto que a los venezolanos que
llegan al país se les dé el trato de refugiados para agilizar el servicio
médico. Dice que en dos meses su oficina atendió a casi cien mujeres embarazadas que pedían ayuda. Hace dos
semanas, se firmó un acuerdo con el Ayuntamiento para crear un protocolo de
atención y destinar una partida presupuestal para los migrantes. No hay
detalles hasta ahora. "Muchos tienen familia colombiana entonces les
resulta más fácil establecer su legalidad en el país”, dice. Otros, en cambio,
muestran su documento venezolano y argumentan que están en Colombia porque no
tenían a dónde más ir. Desde el 2015 han sido deportados 2.584 venezolanos que
permanecían sin papeles en varias zonas, nada más del Caribe este año van 124,
según la oficina de migración Colombia.
“Se
corre la voz, una le dice a la otra que así no tenga papeles se les atiende y
creemos que por eso cada vez llegan más venezolanas”, dice Quintero, desde la
clínica. Junto a él, Rocío Mendoza, subgerente de la entidad, agrega que no
puede negar el servicio así estén indocumentadas. “Si se trata de una urgencia
no miramos de dónde vienen ni quién paga, primero es la vida”, dice.
Cindy
Paola Soler fue atendida allí. Tiene 24 años y una bebé, que permaneció cinco
días en la unidad de cuidados intensivos. Las dos estaban desnutridas. Cindy en
todo el embarazo apenas llegó a pesar 45 kilos. “Me estaba volviendo loca. Yo
creo que el estrés afectó a la niña” dice. Su trabajo haciendo la manicura en
Caracas se puso difícil y comer se convirtió en el milagro que aparecía un par
de veces por semana. “No podía esperar la muerte en una fila buscando harina o
lo que consiguiera porque nunca se sabe qué habrá en el estante cuando llegue
el turno de comprar”, dice. Con su hermano de 22 años hizo la travesía desde
Caracas hasta Cartagena. Le costó casi dos días de viaje y un poco más de 50
dólares. “Pasamos por mucha trocha y al final llegamos a donde los Filúos, una
población de la Guajira, y de ahí en un bus hacia acá”, recuerda. Cindy
confiesa que extraña su país - sobre todo a su familia y el clima - pero cree que,
de no haberse ido, tal vez su hijo no habría sobrevivido. “No tenía qué comer y
tampoco había salud, no había cómo hacernos exámenes, nada”. Su hija es
colombiana, aunque a ella le hubiera que fuera venezolana. “Es lo que más
queremos con el corazón, pero tristemente no podemos ser mamás si nos quedamos
en Venezuela”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico