Por Willy McKey
1. La “intrusión”
oficial. Apenas unas horas antes, el Vicepresidente de la República estuvo
delante del Acta de la Independencia, en el Salón Elíptico, un espacio del
Palacio Legislativo que es regentado por el Poder Ejecutivo donde cada año un
funcionario del Ministerio de Interior y Justicia debe abrir y cerrar el arca
que contiene el Acta.
La lectura del contexto puede
conducir a ver que se trataba de las autoridades ejecutivas del gobierno
llegando desde la intrusión al Capitolio. El posicionamiento de la propuesta
constituyente en el top-of-mind político venezolano arroja de
inmediato la impresión de que el partido de gobierno hacía presencia desde su
ejercicio del Poder en un lugar ajeno, donde no pudieron ganar por los votos.
No es así. Sin embargo, en los discursos, y en el hecho de hacer el acto
completamente desconectado de las autoridades del Poder Legislativo, fue
evidente el carácter intrusivo del evento.
El asunto es que todo esto
tuvo lugar a unos metros del sitio donde, apenas unas horas después, la sangre
de algunos diputados mancharía el piso del atrio y los jardines, después de la
entrada violenta de grupos militantes del oficialismo al Palacio Legislativo,
un lugar donde entrar y salir amerita que la Guardia Nacional Bolivariana
encargada de custodiarlo lo permita.
2. La intrusión
no-oficial. Mientras en el hemiciclo se llevaba adelante una sesión extraordinaria,
con la historiadora Inés Quintero como oradora de honor, llegó hasta el Palacio
Legislativo un grupo de simpatizantes del gobierno con la aparente intención de
intimidar. Aparente hasta que la amenaza creció y las hordas traspasaron el
patio interno del Palacio Legislativo.
El ataque pareció pasar
desapercibido para la televisión abierta y la radio. La razón es que, mientras
tenía lugar el inicio del referido asalto a la Asamblea Nacional, por todos los
medios de comunicación abierta se transmitía un desfile militar que días antes
tuvo su propia espiral noticiosa, cuando voceros de la oposición llegaron a
decir que las autoridades militares estaban considerando su suspensión.
Durante la alocución de
Nicolás Maduro en el marco del desfile, el mandatario señaló que ordenaría una
investigación en torno al hecho, señalando que le resultaba sospechoso. La
intención de desvincular desde la vocería oficial el ataque al Capitolio del
desfile puede generar varias lecturas, pero hay dos ejes interpretativos claros:
el primero es que, al suceder en simultáneo, el desfile se plantea como el
evento controlado a cargo del Poder Ejecutivo y la sesión extraordinaria pasa a
ser el evento en caos a cargo del liderazgo opositor; el segundo tiene que ver
con el sujeto político y el sujeto que recuerda: desde 2002, cuando una cadena
de radio y televisión ocupa los medios mientras hay un suceso de violencia
política, existe el temor de que la intención detrás de la sincronía sea
ocultar algo, en este caso una arremetida contra el patrimonio, y la agresión
grave a varios trabajadores, periodistas y diputados.
3. La custodia. Unos días
antes de este ataque salió un video que se hizo viral. Allí se veía al Coronel
Lugo, encargado de la seguridad de la Palacio Legislativo, empujando al
Presidente de la Asamblea Nacional y sacándolo de un área del edificio. Después
de un intercambio de palabras, Lugo remataba que bajo su mando militar se
resolvían los conflictos como a él le daba la gana.
Quizás sea necesario
repetirlo: entrar y salir amerita que la Guardia Nacional Bolivariana encargada
de la custodia lo permita. Varias fotografías que circularon por las redes
muestran a diputados heridos en el suelo del patio del Palacio Legislativo, con
atacantes a su alrededor posando para el registro fotoperiodístico, mientras
hay uniformados contemplando la escena.
Sin embargo, en esas mismas
fotos destaca otro elemento, algo que quizás habría pasado desapercibido, de no
ser por la torpeza comunicacional del Ejecutivo.
4. El Ministerio 2.0 y la
referencia calcada. A pesar del black-out informativo, las
imágenes provistas por los medios digitales mostraron un nuevo elemento: buena
parte de los atacantes parecía haberse esforzado para hacer resonar las
referencias visuales del ataque a la Asamblea Nacional con las imágenes que se
han visto durante casi cien días de protestas y la llamada “resistencia”, al
menos a través de vestimenta e implementos.
Después de los ataques, este
elemento se convirtió en el objeto comunicacional del Ministro de Comunicación
e Información. A través de su cuenta personal (y mediante una estrategia de
interpretación semiótica tan simple que despierta suspicacias) se dedicó a
comparar el look de los atacantes del Palacio Legislativo con la apariencia de
los manifestantes opositores, como quien ha calcado una referencia ajena y
desea subrayarla.
Se pretende activar una
maniobra orwelliana: tomar una estética, convertirla en argumento político y
agitar la ya manida estrategia del contraste social: si son del este son
libertadores, pero si son del oeste son colectivos armados, marcando que tal
cosa es la lectura opositora aunque “luzcan iguales” o parezcan estar haciendo
lo mismo. Sin embargo, la maniobra del calco referencial queda inconclusa
cuando el elemento más noticioso de las manifestaciones opositoras permaneces
ausente: la represión.
Mientras difunde el contraste
estético y simple, el ministro deja de lado algo que quienes atacaron el
edificio de la Asamblea Nacional mantenían en condición de secuestro a unas
trescientas personas y esa circunstancia se mantuvo durante horas, sin
despertar la reacción de ninguna fuerza de seguridad pública. Y, al no haber
represión contra los atacantes, el intento de calcar las referencias de la
resistencia opositora queda trunco.
Minutos después hubo un
esfuerzo evidente por conseguir (y “comunicar”) testimonios de algunas
víctimas, algunos atacantes que hubieran perdido en la pelea cuerpo a cuerpo.
Pero fueron pocos y todos resultaban menores frente a la sangre y las heridas
del bando opositor.
5. Sangre en el
Capitolio. Si bien la violencia y las armas pueden generar un efecto
intimidatorio en la política, cuando ese miedo no es acompañado desde el Poder
con una batería de incentivos y soluciones, lo único que genera es un rechazo
potencial, invisible, latente.
Quizás por eso la sangre que
se vio en el Palacio Legislativo replantea el tablero político de una manera
sutil, pero diferenciadora. Por ejemplo: una estrategia mal comunicada, como la
del evento con intención plebiscitaria que la oposición plantea para el 16 de
julio, puede empezar a despertar el interés de quienes empiecen a entenderlo
como una acción de catarsis y capitalización política. Al mismo tiempo, toda la
campaña oficialista que ha intentado vincular a la constituyente con la paz y
el diálogo se viene abajo por la vinculación directa de hechos que el discurso
oficial llevó adelante, desde su principal vocería ejecutiva.
Y en ocasiones la propaganda
no es suficiente.
La propaganda, para ser
efectiva, requiere de una alta credibilidad y de algún incentivo que haga que
el miedo parezca un mal menor. Y el tren ejecutivo de Nicolás Maduro falló en
cada una de esas direcciones. Incluso, siendo fríos y pragmáticos (a veces el
análisis lo amerita), los diputados que resultaron agredidos con mayor gravedad
hoy capitalizan un insumo político como la defensa del Parlamento, de las
instituciones y, gracias al capital simbólico del efeméride, de la
Independencia.
El Ejecutivo Nacional tuvo una
triple oportunidad de capitalización política: el evento del Acta de la
Independencia, el desfile militar y el ataque al Palacio Legislativo. El
primero fue un intento legítimo, pero soberbio: al no ser capaces de llevarlo a
cabo junto a autoridades legislativas (como fue durante años) pierden una
oportunidad para “contagiar” la idea de su buena fe y su defensa del diálogo.
El segundo fue un intento sectorizado, pero riesgoso: un desfile militar evoca
la distancia del asunto civil y remite de inmediato a la idea de opresión
vivida en las manifestaciones. El tercero fue un intento intimidatorio,
pero acéfalo, donde perdieron la oportunidad de ejercer un liderazgo que
calmara los ánimos y evitara que la oposición capitalizara políticamente la
agresión. Así, lejos de demostrar disciplina política, el oficialismo estimuló
una lectura de “pueblo rebasando a sus líderes” que en ocasiones también se lee
en el terreno de la protesta opositora, argumentando cierta ignorancia y
descontrol.
Buena fe, distancia, opresión
e ignorancia. Es inevitable recordar una parte de esa Acta que muchos tuvieron
delante y no pudieron leer. Y viene a cuento por esa singular virtud política
con la cual Juan Germán Roscio cuidó la redacción de cada línea, tal como debe
cuidarse todo lo que se escribe durante las transiciones:
“Los intrusos gobiernos que
abrogaron la representación nacional aprovecharon pérfidamente las
disposiciones que la buena fe, la distancia, la opresión y la ignorancia daban
a los americanos contra la nueva dinastía que se introdujo en España por la
fuerza. Y contra sus mismos principios, sostuvieron entre nosotros la ilusión a
favor de Fernando, para devorarnos y vejarnos impunemente cuando más nos
prometían la libertad, la igualdad y la fraternidad, en discursos pomposos y
frases estudiadas, para encubrir el lazo de una representación amañada, inútil
y degradante”
Este 5 de julio de 2017, 206
años después, una representación legítima de diputados electos por el voto
universal y secreto de más de catorce millones de ciudadanos fue atacada de
manera violenta por quienes intentan “encubrir el lazo de una representación
amañada, inútil y degradante”, pues la constituyente propuesta por Nicolás
Maduro no es sino eso: una representación amañada, inútil y degradante que
decidió servir de excusa para un exceso que rebosó sus fuerzas y su
credibilidad, manchándose de sangre ajena.
Y aunque el Acta de la
Independencia parece recordarnos a menudo que hay manchas de sangre que no
salen, también tiene el empeño de subrayar que hay gobiernos que sí. En
especial aquellos que se benefician con la buena fe, la distancia, la opresión
y la ignorancia.
06-07-17
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