Laureano Márquez 09 de marzo de 2018
El
Aula Magna es el corazón de nuestra primera casa de estudios. Allí, nuestras
alegrías y tristezas se han dado cita a lo largo de la historia contemporánea
del país. Es un espacio de la democracia y de la libertad, un lugar para la reflexión
en todas sus formas. Por ello, su cielo está coronado por las nubes de Calder,
porque nuestros pensamientos han de tener altura, nuestros ideales elevación.
Un Pastor de Nubes se encuentra uno al salir del recinto, para que quien egresa
no olvide –como dice el profesor José Rafael Herrera– que de allí se sale para
ejercer el arduo, duro, pero infinitamente noble, oficio de pensar.
En
este “abierto cabildo donde el pueblo redime su voz” como canta nuestro himno
universitario, se han reunido esta semana amplios sectores de la vida nacional,
en un frente que renueva nuestra esperanza en la Venezuela que merecemos y que
vendrá, cuando los veinte bárbaros que se han cogido el país a punta de látigo
y machete, para usar la imagen de Miguel Otero Silva, sean desplazados
civilmente por el hombre justo que añoraba Vargas cuando está República nacía
con el anhelo de la libertad.
Creo
que de eso se trata el frente amplio y debemos saludarlo con la mejor
disposición. En él están importantes sectores de la vida nacional: la academia,
las iglesias, estudiantes, empresarios, sectores venidos del chavismo que
entienden que la hora del cambio ha llegado.
No han
faltado las descalificaciones de los guerreros de los 280 caracteres. Ojalá
hubiese una fórmula matemática, como muchos ansían, para salir de esta locura.
La realidad es que no hay un camino, que tenemos que construirlo en conjunto.
La experiencia histórica muestra que cuando vastos sectores de la sociedad
venezolana logran ponerse de acuerdo
–sacrificando ambiciones en pro del destino común– la tiranía cesa. Tal
fue el final de la dictadura perezjimenista.
Sobre
estos misteriosos tiempos de desacuerdos globales, me llegó este texto que
comparto con ustedes:
Ha
nevado toda la noche. He aquí mi mañana:
08:00:
hago un muñeco de nieve.
08:10:
una feminista pasa y me pregunta por qué no hago también una muñeca de nieve.
08:15:
entonces hago también una muñeca de nieve.
08:17:
la canguro de los vecinos protesta porque le parece que el busto de la muñeca
es demasiado voluptuoso.
08:20:
la pareja gay del barrio se queja por qué, según ellos, debí haber hecho dos
muñecos de nieve
08:25:
los vegetarianos del No. 12 se quejan por la zanahoria que hace la nariz del
muñeco: las verduras son comida y no deberían usarse para eso.
08:28:
me tratan de racista porque la pareja es blanca.
08:31:
los musulmanes de la acera de enfrente quieren que le ponga un pañuelo sobre la
cabeza a la muñeca.
08:40:
alguien llama a la policía, que envía una patrulla a ver qué pasa.
08:42:
me dicen que debo quitar el palo de escoba que sostiene el muñeco, pues podría
usarse como arma mortal.
08:45:
me preguntan si sé la diferencia entre un muñeco de nieve y una muñeca de
nieve, cuando respondo me acusan de “sexista”.
08:52:
mi celular es requisado y me llevan detenido.
09:00:
hablaba en el telediario, por lo que sospechan que soy un terrorista que
aprovecha el mal tiempo para provocar desórdenes públicos.
09:10:
me preguntan si tengo cómplices.
09:29:
un grupo yijadista desconocido reivindica la acción.
Esto,
que alude al clima espiritual que hoy vive la vieja Europa, vale también para
esta absoluta inconformidad con todo, que padece la oposición venezolana.
Un
poquito de eso que los abuelos llamaban sindéresis es lo que nos falta y para
alcanzarla debemos aceptar la invitación del pastor (de nubes), empinarnos por
encima de nuestras apetencias y pensar.
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